Lejanos te parecen hoy los días
de campamento en el asedio a Murcia;
olvidaste el aroma del azahar
la luz de las fogatas de tus hombres
y las canciones de los catalanes
y aragoneses de tu yerno En Jaume.
Pero estuviste allí como también estabas
en Jerez en Lebrija en Niebla de Cádiz:
no eres un perdedor pero sí un tanto inhábil
en cuestiones de hacienda y de gobierno;
se te esfumó el imperio alemán que pretendías
pero tuyo es el reino de las artes y letras
el reino de la ciencia y de los astros
de la historia y las leyes.
En Toledo
árabes y judíos se sientan junto a ti
mezclados con tu gente.
Allí tratáis
las cuestiones más hondas y los detalles nimios
del saber esparcido para juntarlo luego.
En soledad escribes cantigas a la Virgen
o canciones de escarnio para los que desprecias.
Te llamaban el Sabio -nombre que tú prefieres-
pues no dejas hazañas ni heroísmos
dignos de ser cantados.
Ahora tu propio hijo
se ha alzado contra ti: camino de Sevilla
-mientras tu corazón sigue en Toledo-
inútilmente tratas de recordar el rostro
de la esclava liberta que en el sitio de Murcia
iba y volvía de tu tienda real
a la ciudad cercada con mensajes y cartas
repartiendo su amor entre ti y tu enemigo.