El incremento de la percepción de que los beneficios de la ciencia son mayores que sus riesgos no evita las posturas críticas con respecto a los peligros que se atribuyen a algunas tecnologías
Recientemente se han publicado los resultados de la Encuesta de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en España 2022 (EPSCT) de la FECYT. En su undécima edición se recogen datos con una ya larga trayectoria acerca de diferentes temas, desde el interés y la confianza por la ciencia y la tecnología hasta las diversas actitudes hacia ellas. Asimismo, este año se han introducido cuestiones novedosas relacionadas con la comunicación o la comprensión de la actividad científica.
Aumento del interés en la ciencia
Durante los últimos años nos estamos enfrentando a grandes desafíos globales, reflejados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, tales como el cambio climático, la pandemia de covid-19 o los efectos desiguales de las tecnologías digitales. La actividad de la ciencia –pero no solo de esta– resulta fundamental para hacerles cara.
En el actual contexto pospandémico, la ciudadanía valora el papel de la ciencia. Así se refleja en el avance de la percepción positiva con respecto a 2020: dos terceras partes de las personas entrevistadas consideran que las ventajas de la ciencia y la tecnología superan a los perjuicios (66,1 %). Y los mayores beneficios percibidos se relacionan con hacer frente a las enfermedades y epidemias (69,7 %) o con mejorar la calidad de vida en la sociedad (59,4 %).
Asimismo, ha aumentado la realización de actividades relacionadas con estos temas. Muchas personas entrevistadas dicen hablar de ciencia e investigación habitualmente con familiares y amigos (61,4 %) y ver o escuchar programas de televisión o radio sobre ciencia (57,4 %). Hay que destacar que un tercio de la población señala que ha leído libros o revistas de divulgación científica (34,5 %), y que casi el mismo porcentaje ha visitado museos de ciencia y tecnología (31,3 %).
Incremento de conocimientos científicos sanitarios
Se podría decir entonces que, tras la pandemia –y especialmente por el extraordinario afán de los múltiples actores que condujeron al descubrimiento de las vacunas contra el covid-19–, valoramos más la ciencia.
Al mismo tiempo, hemos aprendido más acerca de la actividad científica. Cerca de la mitad de la población (45,3 %) conoce cómo se determina la eficacia de un fármaco: se administra el medicamento a unos pacientes, pero no a otros, y se compara qué ocurre entre los dos grupos. En 2020 eran menos quienes sabían esto (32,7 %).
Y además, más de la mitad de los encuestados manifiestan acertadamente que los antibióticos se deben tomar solo para curar infecciones causadas por bacterias (67,9 %).
Percepción desigual ante los riesgos de las tecnologías
El incremento de la percepción de que los beneficios de la ciencia son mayores que sus riesgos no evita las posturas críticas con respecto a los peligros que se atribuyen a algunas tecnologías.
A la energía nuclear y el fracking se les achaca un gran riesgo, con puntuaciones de 4 en una escala de 1 a 5. Cuando nos detenemos en las tecnologías relacionadas directamente con el empleo, como la inteligencia artificial (IA) o la robotización, encontramos posiciones más ambivalentes. Por un lado, hay que tener en cuenta que en el momento de hacerse esta encuesta, ChatGPT y tecnologías similares no habían trascendido a la opinión pública.
Más de la mitad de la población había escuchado hablar de IA y robotización (58,1 %). Y un amplio porcentaje de la población percibía muchos o bastantes riesgos en la primera (37,8 %) y la segunda (48,6 %). Tres de cada cuatro personas (72,7 %) cree que las probabilidades de que aumente el desempleo en el país por estas tecnologías son altas o muy altas. Asimismo, una cuarta parte (24,3 %) augura que todas o casi todas las tareas que desarrolla podrían ser realizadas por alguna tecnología en los próximos 15 años.
Las personas con estudios primarios creen en mayor medida que la robotización conlleva muchos riesgos, mientras que los encuestados con más ingresos los perciben como menores. Quienes se sienten más capacitados para aprovechar las oportunidades de las nuevas tecnologías (61 %, fundamentalmente jóvenes y más hombres que mujeres) consideran que la IA y la robotización del empleo tienen menos peligros.
Es importante mantener la observación en los cambios en la evolución de las percepciones sobre estas tecnologías, no solo por la abundancia de anuncios que advierten del reemplazo de profesiones creativas por la IA, sino porque en muchos lugares (como en las aulas) ya convivimos con estos avances.
Cambio climático y ciencia
Otro de los temas que resultan críticos de cara a plantear las políticas públicas es el cambio climático. La mayoría de la población (74,2 %) conoce que este fenómeno “se debe principalmente a la acumulación de gases de efecto invernadero”, como respalda la comunidad científica.
Asimismo, la gran mayoría de la ciudadanía (78,5 %) considera que nos hallamos ante un problema grave o muy grave. Sin embargo, como reza el dicho, el diablo está en los detalles: si miramos con atención, vemos que el porcentaje de gente que asigna una gravedad entre 9 y 10 (escala de 0 a 10) ha descendido diez puntos desde 2020 (de 60,2 % a 50,9 %).
Este hallazgo resulta preocupante porque la trascendencia atribuida al cambio climático está más relacionada con la posición ideológica de los ciudadanos que con su comprensión de la ciencia o su formación. Cuanto más a la derecha se posiciona alguien, más probablemente le quitará importancia, a pesar de las evidencias que proclaman su gravedad.
Además, mientras que para las personas inclinadas a la izquierda la importancia otorgada al cambio climático no ha cambiado entre 2020 y 2022, aquellas situadas más a la derecha estiman que ahora es menos preocupante que hace dos años.
Esta tendencia, que ya se ha observado en otros países de nuestro entorno, resulta alarmante porque la ciencia tiene que servir para poner unas bases de conocimiento que sirvan como acuerdo para poder discutir después cómo priorizamos políticas y mecanismos para hacer frente a los diferentes desafíos.
Partir de la gravedad del calentamiento global debería ser un principio básico, pero parece que algunos actores se están saltando este pacto. Hasta ahora, no teníamos en España una muestra tan clara del populismo relacionado con la ciencia.
El papel de las universidades
Una cuestión relacionada con lo anterior son los informantes que se consideran adecuados para explicar el impacto de los avances científicos y tecnológicos. Las universidades y los centros públicos de investigación son las instituciones que están en primer lugar. La gran mayoría de la población (80,6 %) estima que resultan las más apropiadas, seguidas a gran distancia de centros e institutos de investigación privados (40,6 %) y por divulgadores científicos en redes sociales y blogs (34 %).
Las asociaciones de protección al medioambiente solo se consideran adecuadas por el 16,5 % y los/as periodistas, por el 12,7 %. Estos datos se alinean con los trabajos que concluyen que los ciudadanos desconfían de las instituciones politizadas, incluso aunque coincidan con sus ideologías. De modo que es importante aprovechar la confianza en la universidad e informar desde ella sobre la gravedad de los efectos del cambio climático para revertir la situación.
Este artículo fue publicado previamente por la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Referencia Bibliográfica:
Celia Díaz Catalán, Doctora en Sociología y profesora en el Departamento de Sociología: Método, Teoría y Comunicación, Universidad Complutense de Madrid y Pablo Cabrera-Álvarez, Senior research officer, University of Essex.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.