Oda a la crítica
Toqué mi libro:
era
compacto,
firme,
arqueado
como una nave blanca,
entreabierto
como una nueva rosa,
era
para mis ojos
un molino,
de cada hoja
la flor del pan crecía
sobre mi libro:
me cegué con mis rayos,
me sentí demasiado
satisfecho,
perdí tierra,
comencé a caminar
envuelto en nubes
y entonces,
camarada,
me bajaste
a la vida,
una sola palabra
me mostró de repente
cuanto dejé de hacer
y cuanto pude
avanzar con mi fuerza y mi ternura,
navegar con la nave de mi canto.
Volví más verdadero,
enriquecido,
tomé cuanto tenía
y cuanto tienes,
cuanto anduviste tú
sobre la tierra,
cuanto vieron
tus ojos,
cuanto
luchó tu corazón día tras día
se dispuso a mi lado,
numeroso,
y levanté la harina
de mi canto,
la flor del pan acrecentó su aroma.
Gracias te digo,
crítica,
motor claro del mundo,
ciencia pura,
signo
de la velocidad, aceite
de la eterna rueda humana,
espada de oro,
piedra
de la estructura.
Crítica, tú no traes
la espesa gota
sucia
de la envidia,
la personal guadaña
o el ambiguo, encrespado
gusanillo
del café rencoroso:
no eres tampoco el juego
del viejo tragasables y sus tribu,
ni la pérfida
cola
de la feudal serpiente
siempre enroscada en su exquisita rama. Crítica, eres
mano
constructora,
burbuja del nivel, línea de acero,
palpitación de clase.
Con una sola vida
no aprenderé bastante.
Con la luz de otras vidas
vivirán otras vidas en mi canto.