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CREAF

Bosques, sabanas y matorrales se vuelven más complejos y responden de forma más imprevisible al cambio global

Los resultados de la investigación apuntan a que la complejidad puede ser beneficiosa para el buen funcionamiento de los ecosistemas y que les puede ayudar a adaptarse ante cambios ambiental

Un estudio internacional publicado recientemente en Nature Communications y liderado por Marcos Fernández-Martínez, investigador ERC del CREAF, ha analizado datos de 57 ecosistemas de todo el mundo y revela que durante las últimas dos décadas el funcionamiento de los bosques, sabanas y praderas se está volviendo más complejo. Esto significa que procesos clave como la fotosíntesis o la respiración podrían haberse vuelto más sensibles a la combinación de condiciones ambientales: humedad del suelo, diversidad de especias, viento, temperatura o nutrientes disponibles. El hecho de que un ecosistema funcione de forma más o menos compleja podría influir en la capacidad de resistir perturbaciones provocadas por el cambio global , como olas de calor y sequías, y, también, de almacenar carbono.

"Esta complejidad temporal ya se había observado órganos individuales, como el cerebro humano, y en poblaciones animales como insectos, que responde a muchísimas variables a lo largo del tiempo. Esta, sin embargo, es la primera vez que calculamos la complejidad temporal a escala de ecosistemas enteros, hasta ahora no teníamos datos empíricos", destaca Marcos Fernández-Martínez. Según el investigador, parece que este 'aumento en la complejidad' podría ser beneficioso y hacer que los ecosistemas sean más resilientes ante los impactos del cambio climático, "aunque también supone que la respuesta frente las perturbaciones sean más difícil de predecir".

Ecosistemas más productivos, entre los más complejos

El estudio también apunta a que los ecosistemas más productivos —los que hacen más fotosíntesis— y con mayor biomasa —es decir, con mucha vegetación— son los que tienden a presentar una dinámica más compleja, independientemente del tipo de ecosistema (bosques, matorrales o prados). En cambio, ecosistemas menos productivos, como la tundra o zonas semiáridas, muestran respuestas más predecibles.

Además, también han observado que los ecosistemas con mayor biodiversidad tienen un funcionamiento más complejo, porque cada especie presenta una respuesta diferente ante los cambios ambientales como la temperatura, la humedad, el viento o los nutrientes. Esto enriquece la respuesta global del ecosistema y lo hace más resiliente, por ejemplo, cuando una especie deja de crecer porque las condiciones no son propicias, otra puede tomar el relevo.

"En general, los resultados nos hacen pensar que la complejidad puede ser beneficiosa para el buen funcionamiento de los ecosistemas y que les puede ayudar a adaptarse ante cambios ambientales , aunque todavía no conocemos del todo los mecanismos que lo explican. Tampoco tenemos datos suficientes para afirmar si ciertas regiones del planeta se están volviendo más complejas que otras",  finaliza Fernández-Martínez.

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