(Fragmento)
Una belleza triste,
un temor seducido,
el interrogatorio de la luz,
son las estrellas.
Y las busqué en el cielo de una caja de plata
cuando entendí que nadie
sube dos veces a la misma noche.
Pensar el firmamento
desde un rincón de la memoria
es vivir entre anillos y miradas antiguas,
o desatar los sobres que guardaron
los amantes difíciles
para soñar palabras,
como quien busca setas en el bosque
no quiere perderse,
y no llega a perderse.
Primero fue la paz del mes de junio,
más clara que cualquier razonamiento
al sentir los jazmines con la luna.
La falsa erudición
es un modo legítimo
de comprender la ley de las estrellas,
y mi padre otorgaba un nombre a las figuras,
un sentido a la red del universo.
Como desaparecen los nublados,
cesaban las verdades y las fechas
para que yo escuchase
cruzar el carro de los embelecos
movido por los bueyes
de mi sinceridad.
Sobre el rumor que entonces imponía
el verano infinito de los años sesenta
al caer en las calles
de una ciudad antigua y provinciana,
pasaron las estrellas con sus nombres de espuma,
la cola de serpiente,
las pisadas del ciego, el caballo perdido,
Marte, Saturno, Venus,
una infección de luz y soledades.
Todo estaba bien hecho:
la voz, la piel, la manta y la terraza,
incluso nuestras dudas,
esa materia nuestra que llamamos la sombra.
Porque las perfecciones son tristes, y es muy triste
la belleza del mundo,
cuando las matemáticas operan con el viento
para multiplicar la lejanía.
...
Palabras confundidas con agujeros negros,
campan años de luces apagadas,
cementerio de estrellas,
una liquidación somos nosotros.