Una investigación con decenas de personas que dejaron de fumar tras un ataque muestra las áreas y conexiones que sostienen la dependencia
Fumaban de media 23,1 cigarrillos al día y tras sufrir un ictus lo dejaron, como si nunca se hubieran encendido un pitillo. Este fenómeno de remisión espontánea de un centenar de personas ha servido a un grupo de científicos para estudiar el circuito cerebral que interviene en la adicción al tabaco y, en particular, en cómo dejarlo. El trabajo, recién publicado en Nature Medicine, sugiere que otras adicciones como la del alcohol compartirían el mismo mapa de conexiones cerebrales. El hallazgo permitirá afinar la puntería en los tratamientos contra las sustancias y comportamientos adictivos.
En ocasiones, un daño cerebral puede tener un efecto positivo inesperado. Es el caso de los fumadores que lo dejan tras sufrir un ictus. Un grupo de científicos de Estados Unidos y Finlandia recopilaron información y estudiaron en detalle 129 personas afectadas por un ataque cerebral y que fumaban y mucho. De ellas, la cuarta parte dejó de fumar ya desde el primer día tras la lesión, no había vuelto a hacerlo desde entonces y no sentían la necesidad de encender un cigarrillo. Los investigadores estaban convencidos de que tras esta remisión espontánea estaba un área o circuito cerebral específico.
El estudio con técnicas de imagen del cerebro de estos exfumadores desmontó una primera idea. La falta de riego sanguíneo (el ictus) que lleva a dejar de fumar no se produce siempre en la misma región del cerebro. Lo destaca Juho Joutsa, profesor de la Universidad de Turku (Finlandia) y coautor del estudio: “La heterogeneidad de las áreas cerebrales afectadas en estos casos fue una de las principales motivaciones para nuestro enfoque. Comparamos las conexiones de las áreas lesionadas de pacientes que remitieron con pacientes que siguieron fumando para determinar las que median la remisión de la adicción”. No se solapan las zonas dañadas, pero sí los circuitos afectados. “Aquí, el circuito se refiere a estas conexiones funcionales en lugar de un solo circuito integrado en el cerebro”, añade el también director del Laboratorio de Estimulación Cerebral y Neuroimagen del Hospital Universitario de Turku.
Durante décadas, los neurocientíficos creyeron que a cada área cerebral le correspondía una función específica. Por ejemplo, para el habla y la comprensión del lenguaje, son claves las áreas de Broca, Wernicke. Esta conexión entre anatomía y función fue una de las grandes aportaciones a la ciencia de Wilder Penfield, que usó la epilepsia como ventana desde la que asomarse al funcionamiento del cerebro. Pero ya desde finales del siglo pasado, con descubrimientos como las neuronas espejo o la complejidad de las interconexiones entre ambos hemisferios cerebrales, las cosas se fueron complicando. Ahora se ha impuesto la idea de que cada función se apoya en un circuito más o menos complejo de conexiones entre determinadas áreas neuronales.
En este caso, lo que han observado es que las lesiones en determinadas áreas del cerebro (como la corteza insular, en lo más profundo del cerebro, y el giro cingulado, en la zona media) alteran el circuito que interviene en la remisión de la adicción a la nicotina. Por el contrario, daños en el perfil de conexiones observado en otros pacientes no les hacía dejar el tabaco.
También observaron que el circuito de la adicción al tabaco podría ser el mismo que el de otras adicciones. Tuvieron la oportunidad de comparar los perfiles de los que dejaron de fumar tras el ictus con los de casi 200 veteranos de la Guerra de Vietnam con lesiones cerebrales. Vieron que los exsoldados (al que se las sigue desde hace décadas) con menor riesgo de caer en el alcohol tenían daños en los mismos circuitos que los exfumadores. A los autores del estudio les habría gustado extender esta observación a otras adicciones, pero no hallaron bases de datos fiables para casos como la cocaína, la heroína o el juego.
El director del Centro de Terapéutica del Circuito Cerebral de Hospital Brigham and Women’s (Universidad de Harvard, EEUU) y autor senior de la investigación, Michael Fox, destaca el hallazgo en una nota: “Nos emocionó descubrir que nuestro mapa de lesiones asociadas con la remisión de la adicción conducían a un circuito cerebral común”. Fox ha patentado varios de sus resultados sobre la conectividad cerebral para guiar la estimulación del cerebro.
En Estados Unidos, pero aún no en Europa, las autoridades sanitarias han aprobado el uso de la estimulación magnética transcraneal (EMT) para interferir en determinados circuitos cerebrales como medida terapéutica. Por ahora, esta técnica de neuromodulación (en esencia pulsos electromagnéticos enviados al interior por un dispositivo pegado al cráneo) se está usando para tratar la depresión y trastornos alimentarios. Pero podría ser de gran utilidad para tratar las adicciones. De ahí el interés en localizar la diana a la que debe apuntar el imán.
“Aunque los tratamientos de neuromodulación que utilizan electricidad o incluso lesiones cerebrales se han mostrado prometedores para tratar la adicción a sustancias, la diana terapéutica no estaba clara”, dice Fox. “Ahora que nuestro estudio ha identificado un objetivo, un circuito cerebral humano específico, esperamos comprobar si la neuromodulación dirigida a este circuito proporciona una recuperación sostenida de los síntomas de nuestros pacientes”, añade.
El conocimiento del cerebro gracias a la mala suerte de algunos, debido más a las lesiones que al desempeño normal de sus funciones, no es algo nuevo. El neuropsicólogo Elkhonon Goldberg, autor de El Cerebro Ejecutivo: Lóbulos frontales y mente civilizada (Drakontos, 2015), relata en ese libro años y años de experiencia clínica con lesionados cerebrales y cómo sus dramas han ayudado al avance de la neurociencia. “Las lesiones cerebrales siguen siendo una gran fuente de información sobre cómo funciona un cerebro normal”, comenta en un correo. Pero añade que “ahora están siendo complementadas por varias técnicas de neuroimagen (tanto estructural como funcional), cada vez más disponibles en las últimas décadas”. Para Goldberg, “en esta investigación utilizan ambos enfoques de una manera sinérgica”. El autor de Creatividad (Ed. Crítica, 2019) concluye con el que considera el hallazgo más interesante: “las dos conexiones fronto-insulares cuya interrupción se asoció de manera particularmente fuerte con la remisión de la adicción, se encontraban ambas en el hemisferio izquierdo”. La lateralización cerebral, con la especialización diferenciada entre los dos hemisferios del cerebro, es el campo al que más ha aportado Goldberg.
El doctor Tomás Segura es vocal del grupo de estudio de enfermedades cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN) recuerda el caso del tremor como otro caso de avance basado en las lesiones. “En personas con un temblor invalidante, un infarto cerebral talámico les quita el temblor. Observado por cientos de neurólogos durante muchos años, dio lugar a que ahora curemos el temblor provocando una lesión controlada en el tálamo a través de la estimulación craneal profunda. Hacemos lo mismo con el párkinson. Curamos el temblor y el parkinsonismo porque antes hubo modelos lesivos. En este estudio, lo interesante es que no hacen un modelo lesivo de una zona concreta al estilo de Penfield. Hay muchas áreas distintas, dicen, vamos a ver si todas ellas están en la misma circuitería y descubren que sí”, explica.
Sin embargo, Segura tiene sus dudas sobre la aplicación de estos hallazgos. “Trazar el mapa de las adicciones es una cosa, pero ¿y el de la capacidad de concentración? Seguro que es más amplio”. Una segunda duda: “¿Tiene el mismo impacto una lesión en cualquier punto del circuito de este mapa de conexiones que explican la adicciones? ¿Es igual de terapéutico o es más importante interrumpirlo en el cíngulo o el estriado, por ejemplo?” Plantea también una preocupación: si pueden hacer que dejes de fumar, “llevado al extremo, ¿podrían cambiar el circuito de la religiosidad o el de ser izquierdas o de derechas?” Y concluye: “Penfield hizo su tarea muy bien en el siglo XX, al descubrir zonas concretas ligadas a fenómenos simples, como mover la mano o sentir el abdomen. Ahora no toca a nosotros descubrir si todas las funciones complejas del cerebro las podemos integrar en circuitos neuronales”.