Más arriba del aire
tu suspiro y tu pulso
iban abriendo el cauce
morado del vacío.
Las hondas enredaderas del espacio
florecían sus orquídeas siderales.
Tú allá, ultrasónica,
girando y girando.
Tu hociquito de rosa,
tu voz de nieve,
tu corazón tupido de crepúsculos...
¡Layka mía...!
¡Layka de todos...!
¡Layka interplanetaria...!
Jamás subió tan alto
la vieja de la muerte,
con su guadaña cósmica
a recortar tu aullido.
Mientras la luna nueva,
sorprendida y desnuda,
saludaba tu carro
de estrella nunca vista...
yo, bajo la noche
presentía tus latidos,
y dibujaba rutas
para posibles viajes.
En Marte,
la espesura
aguardó
tu mensaje.
Las constelaciones
pasaron la noticia.
Y hasta Andrómeda azul
miraba tu aleteo.
Algo está haciendo el hombre
-comentó el universo-
mirando hacia la Tierra,
con sus millones de ojos.
Y tú, perrita mansa
de siberiano encaje,
con tu abrigo de ciencia
escribiendo la historia,
barriendo meteoros
para los pies del hombre
girabas y girabas...
Allá arriba moriste,
pero estás viva en mi alma
y en todos los corazones
grabado está tu nombre.