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Recuerdo que, de niña, cuando paría una cerda, hacíamos por la noche guardia para cuidar a la numerosa prole, casi siempre de 12 a 14 cerditos. Y, aunque la mamá cerda era muy cuidadosa y si cambiaba de postura procuraba no achucharlos, podía ocurrir que algún cerdito, ávido de ponerse más cerca de una teta, se metiera debajo de la panza de su mamá y lo aplastara sin querer.
Yo observaba a los pequeñines que dormían plácidamente y en más de una ocasión vi que, los cerditos, dormidos, hacían movimientos de mamar de una teta imaginaria que no estaba dentro de su boquita. Y deduje que los cerditos soñaban y que por tanto tenían pensamientos simbólicos.

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