S=k1n W
Ludwig Boltzmann
Tras el humo sereno
de este sueño vacío
hay un cuerpo inconcluso que se arrastra.
Van pasando las páginas en blanco
y las vidas olvidan su vocación de pausa.
Alguien se mueve. Míralo. Se acerca
dibujando sus huellas con las hojas del tiempo.
Nadie sale a su encuentro. Dos montañas
le dan la espalda inhóspita y morada.
Su mirada de fuego apenas puede
separarse del fondo
en el brillo disperso del otoño absoluto.
Un soberbio edificio de bóvedas perfectas,
una alta fortaleza inexpugnable
asentada en las rocas más profundas,
domina el horizonte.
Se alza firme, severo,
con la arrogancia estéril de la fuente agotada,
o el acorde perfecto,
o la calma de un templo sin ventanas.
Los seres satisfechos
que habitan sus tinieblas
ignoran que alguien llega empapado de luz.
Sólo conocen velas temblorosas
que proyectan la sombra de dogmas mortecinos
en la cal de unos muros siempre húmedos.
Nunca abrirán la puerta a la alborada.
Ni otra música habrá distinta a ese
cansado Contrapunto.
Ante el sonido nuevo
la antigua partitura se estremece
como barco en la súbita tempestad que lo azota.
Pero pronto regresa al tibio mar de calma.
Y quedará flotando a la deriva
un lejano clamor de disonancia.
Alguien se apaga. Míralo. Se marcha.
Vuelve la noche. El viento
borra sus huellas limpias con negros torbellinos.
Óyelo despedirse.
Su canto transparente
sólo llega a sus labios.
Sólo el marco de bronce del espejo
sostiene su mirada decidida.
Hubo un hombre muy serio a quien nadie creyó.
Hubo un siglo muy serio
de osados visionarios
que supieron soñar frente a sus páginas
un futuro feliz como cadáveres.