Fecha
Autor
Ruse, Michael; Traducción de Elena Marengo. Katz editors / Charles Darwin, Blackwell Publishin. Buenos Aires / Oxford, 2008. 366 páginas.

Charles Darwin.

DARWIN NOS LEE<br> Reseña realizada por Antonio Lastra<br> Codirector de La Torre del Virrey<br>Revista de Estudios Culturales

En 1860, Henry David Thoreau leyó El origen de las especies de Charles Darwin y defendió sus planteamientos -la teoría de la evolución mediante la lucha por la existencia, la selección natural y el principio de divergencia de la vida- ante el ataque del naturalista de Harvard Louis Agassiz. En su diario, Emerson, el autor de Naturaleza (1836), anotó la crítica de su discípulo: "Agassiz dice que no hay variedad en la naturaleza, sino que todo son especies. Thoreau dice que si Agassiz viera dos tordos tan parecidos que desafiaran la discriminación del ornitólogo, insistiría en que son dos especies, pero que si viera a Humboldt y a Fred Cogswell, insistiría en que proceden de un solo ancestro". Que Thoreau, el autor de Walden (1854), leyera a Darwin es, por sí mismo, una muestra de la teoría de la evolución, pese a la resistencia de su maestro, que no leería a Darwin hasta 1863, un año después de la muerte de Thoreau. En su listado de lecturas de ese año aún figuraría, de hecho, el nombre de Darwin junto al de Agassiz.

Este ejemplo de la recepción de Darwin es oportuno por dos razones para dar cuenta del libro de Michael Ruse sobre Darwin. Primero, porque la edición original, en inglés, forma parte de una colección dedicada a las "Great Minds", y hay en la apelación a las grandes mentalidades o a los grandes hombres un eco de los hombres representativos emersonianos, que no proporcionan exactamente un texto ni pueden explicarse por el contexto, sino que señalan la manera adecuada de leer, una manera radicalmente distinta a la manera de leer (y de escribir) de quienes les precedieron. Con esta perspectiva, Darwin sería un hombre representativo, y parte de la argumentación de Ruse -inserta en la "larga argumentación" expuesta en el capítulo tercero- trata de hacernos ver que "la revolución darwiniana" (véase el capítulo final) ha dejado atrás definitivamente la Naturphilosophie, la filosofía de la naturaleza que Emerson había practicado en su Naturaleza y admirado en la obra de Swedenborg y de Goethe, dos de sus hombres representativos. La genética nos ha acostumbrado a entender a los seres humanos como un código, pero, en cierto modo, hay también una selección cultural: sobreviven, por así decirlo, los que son capaces de leer o dan una clave de lectura y perecen los que sólo son leídos. Si la historia puede resumirse en la biografía, Charles Darwin es una excelente biografía.

La segunda razón tiene que ver con la resistencia a la lectura de Darwin: a leer a Darwin tanto como a dejar que Darwin nos lea. Ruse se hizo célebre en 1981 por su participación en el caso de McLean contra la Junta de Educación de Arkansas, en el que, como testigo del demandante, contribuyó a separar la enseñanza de la ciencia de la enseñanza de la religión. Es significativo, sin embargo, que Ruse no crea que la ciencia y la religión sean irreconciliables: los capítulos décimo (dedicado a 'La fe religiosa') y undécimo (dedicado a 'Los orígenes de la religión') constituyen, probablemente, el corazón del libro. La conclusión a la que llega Ruse es la misma a la que había llegado Emerson. "Sin duda -escribe Ruse-, los límites de nuestro entendimiento no prueban la verdad del cristianismo ni de ningún otro culto, pero tal vez dejen un lugar para la religión [e] indiquen que el cristiano no es totalmente irracional cuando piensa que la existencia puede ser algo más que la concepción que tenemos de ella" (p. 320). "Sabemos más de la naturaleza -escribió Emerson- de lo que podemos comunicar." En el capítulo que le dedica a 'El conocimiento', Ruse establece una provechosa comparación entre la teoría de la evolución y el pragmatismo: "Hay un elemento pragmático en la teoría de la evolución del evolucionista" (p. 241).

Pero el pragmatismo es una consecuencia o una evolución del trascendentalismo. La resistencia de Emerson a leer a Darwin (o a que Darwin lo leyera) adquiere un valor añadido por comparación con la metáfora de la consilience -la unidad del conocimiento- que Edward O. Wilson, el maestro de Ruse, popularizó y a la que Ruse dedica dos capítulos centrales de su biografía de Darwin. Como Darwin y sus discípulos, los trascendentalistas reciben con beneplácito los descubrimientos de la naturaleza y no piensan que los obstáculos sean una amenaza.

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