He aquí, Señor, que navegando
hemos llegado a Citerea:
música
flor, bosque de palmas, pájaros,
dibujan paraísos terrenales.
Dulces muchachas nievan,
al sonreír, la aceitunada
piel que ilumina sus divinos rostros.
Pienso, Señor, que la filosofía
que imaginó la Edad de Oro
encuentra aquí su ejemplo.
Propagadlo
en los discursos de las Academias
y cantadlo con voz de ruiseñor.
Decid a Europa
que el ensueño de un mundo de armonía
tiene existencia cierta en estas islas.
Loado sea Dios, ahora y siempre.
Papeete, a veintiséis de marzo
del año ochenta y ocho de este siglo
de las luces, feliz, que ha confirmado
la redondez augusta de la tierra.