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Autor
María-Angeles Durán (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)

El año que las mujeres dejaron de ser vivíparas

En la capilla Brancacci, en Florencia, hay un fresco de Tomaso di Giovanni, generalmente llamado Masaccio, que se titula <I>"La expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal"</I>.
LA EXPULSIÓN DEL PARAÍSO

En la capilla Brancacci, en Florencia, hay un fresco de Tomaso di Giovanni, generalmente llamado Masaccio, que se titula "La expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal". Masaccio lo pintó poco antes de su muerte, ocurrida en mil cuatrocientos veintiocho, por encargo del rico comerciante que ha dado su nombre a la capilla. El estilo es decididamente renacentista, en tanto que otros frescos de la capilla pintados simultáneamente todavía corresponden al gótico. No sólo por la perspectiva, sino sobre todo por la aceptación definitiva del desnudo y por la similaridad de los personajes de Adán y Eva con las esculturas y pinturas clásicas, la obra es completamente moderna. El umbral que separa el Paraíso del mundo es una puerta de piedra blanca que se abre a un paisaje amarillento; Adán contrae el estómago tomando aire y Eva lanza un grito doloroso, que se anticipa a la expresión que siglos más tarde inmortalizará Munch. Una restauración llevada a cabo en 1988 ha devuelto su color original a la capilla, que sufrió un incendio en el siglo XVIII. Ahora brilla la piel de nuestros primeros padres sobre un fondo de cielo esplendorosamente azul.

El porvenir de Adán y Eva en el mundo, convertido en un sendero estrecho entre pardas paredes, no parece todavía demasiado malo en la representación de Masaccio, y sobre las cabezas de los expulsados revolotea un ángel de túnica rojiza que alza al cielo una espada afilada. Salvo por la barrera física, no se adivina que entre el espacio del que son expulsados y al que llegan haya diferencias de esplendor; porque más allá de la puerta cerrada no se atisba nada del paraíso perdido. Como parte de la restauración contemporánea, además de devolverle la luz y el color a la pintura han desaparecido las guirnaldas de hojas que tapaban las partes íntimas de ambos personajes.

En otro lugar no menos conocido que la capilla Brancacci, en la Capilla Sixtina del Vaticano, Miguel Angel dejó también el legado de una pintura excepcional con el tema del pecado original y la expulsión del paraíso. Miguel Angel pintó a Adán y Eva atléticos, y el árbol del paraíso en el que se enrosca el hombre-serpiente que ofrece la tentación está cubierto de hojas. Pero el paraíso no parece un lugar atractivo, sólo piedras y rocas en las que Eva se sienta y apoya su cuerpo placenteramente. Adán, de pie, es un titán rubio que alza las manos para apoderarse de la fruta codiciada. La escena siguiente muestra a la pareja fundacional huyendo bajo la amenaza del ángel, que pone el filo de su espada sobre el cuello de Adán. En el minuto que separan las dos secuencias, ambos han envejecido diez años. Siguen siendo atléticos, pero sus caras están contraídas como reflejo de la desgracia y ambos se agachan bajo el peso del miedo.

En Madrid, en el Museo del Prado, en el ángulo superior izquierdo del cuadro de Fray Angélico titulado "La Anunciación" se muestra también a Adán y Eva en el momento que han de abandonar los árboles floridos y los frutos fáciles del Paraíso. Adán y Eva son en este caso dos sujetos jóvenes descalzos, de pelo casi albino, pero no van desnudos sino cubiertos con toscas túnicas. De nuevo, el ángel rojo despliega las alas como un pájaro, pero en este caso parece mucho más amable que los anteriores y les indica el camino para que cumplan la orden de expulsión. Adán y Eva salen del Paraíso muy juntos, casi abrazados, mientras uno se lleva las manos a la cabeza y la otra las junta en un gesto más próximo a la oración que al desafío.

Lo que tienen en común las tres pinturas es la representación de la pérdida de un pasado dorado y el comienzo de una etapa de dureza y penalidad. En definitiva, el comienzo del tiempo humano. En castigo, Adán tendrá que conseguir el pan con el sudor de su frente y Eva parirá con dolor.

Desde el momento en que tuvo lugar la expulsión que los tres pintores representan, se supone que han pasado miles de años, pero en este tiempo los hombres han aprendido a volar y a trabajar con aire acondicionado, en tanto que las mujeres siguen dando a luz con dolor. Los hombres bajan al fondo del mar, pero las mujeres siguen dando a luz con dolor. Los hijos, nietos y bisnietos de Adán pueden ver ahora con instrumentos científicos lo que sucede a mil, cien mil o un millón de kilómetros de distancia, y pisan la Luna. Pero las mujeres siguen dando a luz con dolor.

TIEMPO DE CESÁREAS

Los fines de semana no nacen niños. Solamente los que muestran un deseo contundente de apresurar su nacimiento pueden nacer en esos días no laborables, pero a poco tímida que sea su manifestación del deseo de nacer, nacerán en viernes o en lunes.

Desde hace siglos, la palabra cesárea viene usándose para describir los partos no vaginales, en los que el feto es extraído con una intervención quirúrgica del vientre de la madre. Su nombre tiene una etimología confusa, ya que se atribuye a Julio Cesar, que nació por este procedimiento. En realidad, es más probable que tenga un origen anterior, relacionado con el verbo latino caedare, que significa cortar. La frase latina "a matre caesus" significaba "cortado de la madre" y describía esta operación. La ley romana llamada lex caesarea requería que se hiciese a las mujeres embarazadas moribundas, con el fin de salvar a la criatura. Sea cual sea su origen, la leyenda ha tenido fortuna y hoy se recuerda a Cesar cada vez que se practica una cesárea.

Como señala un informe reciente publicado por SESPAS, en España se practican al año más de cien mil cesáreas, y la opinión publica duda sobre si son necesarias o se abusa de su práctica. De lo que no cabe duda es que el crecimiento de las cesáreas parece imparable. En los países desarrollados la tasa de cesáreas es del diez al quince por ciento respecto al total de partos, pero en algunos países como Estados Unidos, la cifra llega hasta el veintitrés por ciento. En Canadá es del veintiuno por ciento y en el Reino Unido del veinte por ciento. Para España, la tendencia creciente en el uso de las cesáreas está bien atestiguada: en 1985 sólo nacían por cesárea diez por ciento de cada cien nacidos vivos, mientras que en 1996 la cifra ya había aumentado hasta casi duplicarse.

La Organización Mundial de la Salud, OMS, estima que una tasa de cesáreas del quince por ciento es adecuada, pero actualmente en España la cifra es de un veinticinco por ciento, esto es, uno de cada cuatro nacidos. Hay diferencias considerables en la frecuencia con que se utiliza la cesárea en distintos tipos de centros sanitarios e incluso en distintos centros dentro de una misma categoría administrativa como públicos y privados. Algunos centros tienen una cifra record de cesáreas que llega al cuarenta y tres por ciento de los partos atendidos. A ello hay que sumarle un dieciocho por ciento que utilizan fórceps, lo que indica un alto grado de manipulación o de intervención en el proceso de nacimiento.

En los centros sanitarios públicos, por cada cesárea se producen 4,8 partos vaginales, pero en los centros sanitarios privados esta proporción es sólo de 2,9, es mucho más frecuente que se practiquen cesáreas en centros privados que en públicos. Aunque en las cifras está todo el mundo de acuerdo, no hay tanta unanimidad en la interpretación de los hechos. Entre las explicaciones más utilizadas está la de que ha aumentado la edad media de las madre y que además son en mayor proporción primíparas, lo que origina mayor riesgo en los partos. También hay mayor proporción de parturientas con partos múltiples, así como mujeres que han sufrido cesáreas en los partos anteriores. Los ginecólogos recomiendan la cesárea cuando se ha producido distocia, esto es, un parto muy prolongado que deja exhaustos a la madre y al hijo, o cuando hay sufrimiento aparente, tanto fetal como maternal. También es recomendable en los casos de placenta previa, nacimiento múltiple o gran tamaño del feto. Pero ni siquiera con estas indicaciones parece del todo explicado el gran aumento de las cesáreas en España y en otros lugares del mundo desarrollado. Los partidarios de la cesárea señalan que es mucho más segura, tanto para la madre como para el hijo. Los detractores dicen que la recuperación es más larga y algunas medicinas no pueden utilizarse porque la madre ha tenido que usar demasiada anestesia. Se pierde además el contacto natural, especialmente durante las veinticuatro primeras horas en las que el niño ha de permanecer alejado de la madre y sometido a observación. Las endorfinas, al no pasar el niño por el canal, dejan de beneficiarle e incluso se destaca como un elemento negativo que al no pasar por el canal, los pulmones del niño no se contraen y no facilitan su posterior respiración. Pero de lo que no cabe duda es de la constante mejora de la supervivencia tras este tipo de operación quirúrgica.

Masaccio-TheExpulsionOfAdSi se ha dado a la cesárea el nombre de un personaje tan fulgurante como Julio Cesar es para destacar que a pesar de haber nacido por ese procedimiento sobrevivió, y no solo él, sino su madre, lo que solo podría explicarse por su condición extraordinaria y sobrehumana. La primera cesárea de la que se tiene noticia en que la madre sobrevivió es del año 1500, y todavía en 1865, los registros de Gran Bretaña e Irlanda demostraban que la mortalidad de las madres en estos casos era del ochenta y cinco por ciento. Los elementos que han facilitado la supervivencia son, la asepsia y los antibióticos, además de las transfusiones de sangre y la mejor en las técnicas de suturación e incisión. La anestesia es otro elemento decisivo que contribuyó a hacer posible la cesárea, ya que el dolor tremendo de la incisión hacía impensable su práctica, salvo como decía la ley romana, con mujeres moribundas.

Lo que me interesa señalar ahora es la relación entre la maldición bíblica proclamada por el ángel en el momento de la expulsión del Paraíso y la tardanza en la aplicación de las técnicas de disminución del dolor en el parto. No es que se hayan negado a las mujeres los avances médicos antes citados, que tampoco existían para el resto de la población, pero sí que no se han promovido ni convertido en un objetivo prioritario con toda la celeridad posible. Todavía hoy, el grado de sufrimiento y falta de libertad que muchas mujeres padecen en la gestación y en el parto no está acorde con los avances técnicos que se han producido en otros aspectos de la vida social, y no puede desligarse este dolor innecesario de la condición subordinada de las mujeres.

Mientras la ciencia no esté al servicio de todos, y las mujeres no participen activamente en la decisión de los programas de investigación que quieren apoyar, seguirán sometidas a maldiciones antiguas que las mantienen apartadas de otras formas de vida a las que podrían aspirar. En el momento actual, el número de muertes por nacimiento con cesárea es tres veces más alto que en los partos vaginales, pero es una proporción que continúa descendiendo constantemente, y no son comparables los partos normales y los en los que se practica la cesárea, porque estos últimos se practican en casos con riesgo mucho más alto que los partos vaginales, como cuando las madres sufren cardiopatías u otros problemas médicos.

Una vez que ha quedado bien establecida la tendencia creciente a la medicalización de los nacimientos, es inevitable preguntarse qué sucederá en el futuro, si acaso este proceso continuará intensificándose y expandiéndose. Las razones a favor de la tecnificación en los procesos de nacimiento son a mi modo de ver mucho más fuertes y de mayor peso que las razones en contra, a pesar de que existan lógicas suspicacias en algunos casos respecto a la utilización abusiva de las tecnologías disponibles.

Un debate interesante planteado en la actualidad es el de la cesárea electiva o programada, que se lleva a cabo antes de que comience el parto y no responde a razones de tipo médico, sino a petición expresa de la embarazada. Como la cesárea tiene implicaciones médicas y económicas, se plantea el debate de si es una medida opcional que debe estar a disposición de cualquier mujer que la solicite, o se trata de una excepción únicamente que ha de utilizarse por razones médicas y no de tipo subjetivo o económico.

En dirección opuesta va el debate suscitado por la asociación "El parto es nuestro", que reclama para las mujeres un mayor protagonismo en la toma de decisiones respecto al modo en que quieren desarrollar su embarazo, y sobre todo, su parto.

Lo que empaña o ensombrece las cifras del aumento de cesáreas no es tanto la sospecha de que las mujeres son cada vez menos capaces de parir con naturalidad a sus hijos por sí mismas, sino la de que se trata de una actividad lucrativa, tanto directa como indirectamente, y más cómoda para los profesionales que intervienen en ella. Los honorarios de los profesionales y la rentabilización de las instalaciones generales de los centros hospitalarios aumentan en los casos de cesárea por comparación con los partos vaginales. De ahí el temor a que se extienda esta práctica por razones espúreas al interés de la madre y el hijo.

EL AÑO QUE LAS MUJERES DEJARON DE SER VIVÍPARAS

Se llama vivíparos a los animales cuyas crías nacen del vientre de la hembra y son nutridos y se desarrollan allí. El tiempo de la gestación ha sido predecible desde tiempos antiguos. Los ginecólogos estiman que la gestación dura doscientos ochenta y tres días, comenzando a contar desde el primer día de la última menstruación. Sin embargo, la gestación es un proceso biológico que los seres humanos convierten inevitablemente en un proceso social, distinguiendo entre lo que es el momento de la ovulación, la fecundación, la animación y el parto. La polémica por la distinción entre fecundación y animación ha tenido y tiene grandes consecuencias sociales, morales y políticas. En distintas épocas históricas esos umbrales temporales han servido para definir conceptos tan importantes como el de vida humana, y consecuentemente para concretar, interpretar y aplicar las leyes que regulan todo lo relacionado con el riesgo, la amenaza o la muerte de los seres humanos vivos.

Una buena prueba de la importancia de los prejuicios de género en la formación del pensamiento occidental está en la teoría aristotélica de que el tiempo de animación para los fetos de varones es de cuarenta días, mientras que el tiempo de animación de los fetos de mujeres tarda el doble, ochenta días. El enorme prestigio intelectual de Aristóteles hizo que muchas de sus ideas fuesen recogidas por la iglesia cristiana y transformadas en leyes civiles en todos los territorios en los que el cristianismo sirvió de inspiración legal. Por ejemplo, el aborto ha tenido distinta consideración según el feto abortado fuese niño o niña, precisamente por considerarse que si se había producido en el caso de las niñas antes de los ochenta días de vida, no había atentado contra el alma, sino solamente contra un cuerpo inanimado.

Hasta hoy, ni la cultura ni la tecnología han influido en esta frontera natural de los doscientos ochenta y tres días de gestación, pero es razonable preguntarse cuánto tiempo tardará en alterarse esta etapa, y cuáles serán las consecuencias sociales del acortamiento. Si las cesáreas han tardado cerca de dos mil años en convertirse en una práctica común, no hay que suponer que tardarán otros dos mil años en implantarse nuevas modalidades de nacimiento, ya que la velocidad de cambio ha sido exponencial en los últimos lustros. Ha cambiado más la forma de parir en veinte años que en los dos mil años anteriores. Si esta velocidad de cambio se aplica a las tecnologías relacionadas con el nacimiento, no tardaremos mucho tiempo en desplazar las actuales formas cruentas del parto hacia formas menos cruentas y menos dolorosas. La monitorización y los periódicos controles y vigilancia médica del embarazo ya han supuesto para las mujeres nacidas después de la segunda guerra mundial una enorme mejora en el modo de llevar adelante la gestación, por comparación con lo que fueron las condiciones de embarazo, gestación y parto de las mujeres de épocas anteriores. Con la planificación utilizada en casi la totalidad de los nacimientos en los países desarrollados, y con unas tasas del veinticinco por ciento de cesáreas, podríamos concluir que ha llegado una nueva era para la tecnología, no sólo de la reproducción, sino de la llegada al mundo.

Probablemente los cambios se introducirán como ya se está haciendo ahora, para resolver situaciones graves de riesgo para la madre o el niño. Lo que los romanos llamaron la lex caesarea, de alguna manera se implantará como un protocolo de uso obligatorio en todos los hospitales materno infantiles, cuando se produzcan señales de riesgo para el niño o la madre. Pero sucesivamente, la tecnología puesta a punto y perfeccionada en los casos extremos, empezará a ser optativa para otros casos en los que no se produzca realmente peligro de muerte, y terminará siendo una opción más, puesta a disposición de las mujeres gestantes.

Resulta también previsible que el tiempo de maduración intrauterina del embarazo vaya reduciéndose progresivamente. No tanto por la línea de la clonación, que sin duda avanzará rápidamente en otros ámbitos de la vida animal, sino por la vía de la anticipación del final de la gestación en condiciones intrauterinas. A medida que las mujeres dispongan de posibilidades reales de tener hijos sin necesidad de llevarlos en su vientre durante las cuarenta semanas que dura la gestación normal, empezará a ser frecuente que la gestación se inicie intrauterinamente, pero llegado a un punto en el que la tecnología sea capaz de complementarlo sin riesgo para la madre ni el hijo, continuará bajo vigilancia médica en condiciones de externalidad respecto a la madre. El tratamiento médico y la prevención de enfermedades intrauterinas ganarán una importancia de la que actualmente carecen, porque no puede intervenirse en el interior del útero.

La confianza en la ciencia y en la tecnología no puede ser ciega, sino condicionada. A pesar de que el destino colectivo de la humanidad depende de lo que seamos capaces de hacer con el conocimiento, y por tanto hay que apostar decididamente por la promoción de la investigación, los problemas del mal uso de la ciencia no son triviales. La generalización de la ecografía ha permitido conocer anticipadamente el sexo de las criaturas que van a nacer, y el resultado ha sido un brusco descenso en el nacimiento de niñas en los países que por tradición cultural valoran negativamente el sexo femenino. No es nuevo este resultado, porque antes se producía mediante infanticidio una vez nacidas, pero ahora se hace en un contexto sanitario y aséptico. Como botón de muestra, este ejemplo basta para enfriar algunos ímpetus excesivos de supeditación a la ciencia para el diseño del futuro. Está bien que se adopten precauciones, que no se pierda el norte de los objetivos hacia los que se quiere avanzar.

Pero una vez señaladas las cautelas, el argumento ha de ir en la dirección del apoyo a la ciencia, sin fisuras. Más todavía las mujeres que los hombres, necesitamos el conocimiento para ser lo que podemos ser, por encima de lo que somos. En eso ha consistido el lento camino de la humanidad, desde los tiempos remotos. Pero sucede que la biología y la medicina no son neutrales, sino construidas a demanda, como cualquier otro bien social. Y sólo se investigará en los campos en que haya presión social para obtener nuevos conocimientos y resolver problemas que se consideren importantes.

Ignoro cuánto tiempo pasará hasta que este tipo de prácticas se implanten, pero no tengo ninguna duda de que llegarán. Resulta paradójica la enorme expectación levantada en España por los descubrimientos que muestran las huellas de nuestros remotos ancestros en las simas de Atapuerca, y que no se levante una expectación parecida hacía cómo serán nuestros descendientes. El camino de la evolución desde los hombres y las mujeres de Atapuerca hasta nosotros ha sido lento porque ellos apenas podían influir sobre sí mismos. La humanidad del siglo XXI puede, para bien y para mal, influir poderosamente sobre su propio destino, incluido el destino biológico. Por eso creo que no falta mucho para que llegue el día en que un parto humano vivíparo se convierta en noticia y no lo contrario.


* DURÁN, M.A.: El valor del tiempo., Espasa, Madrid, 2007

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