Imagine un pulpo. Ahora olvídese de cualquier idea de que son simples criaturas marinas. Los cefalópodos –-pulpos, sepias y calamares-– son los Houdinis del océano, con un cerebro digno de un astuto villano de película. Pero, antes de zambullirnos en las profundidades de sus proezas, hagamos un viaje rápido por las cifras.
En el año 2022, consumimos aproximadamente 29 millones de pulpos. Sí, esos mismos genios con tentáculos que podrían estar tramando su próxima gran fuga del acuario mientras lee estas líneas.
Los cefalópodos tienen sistemas nerviosos complejos y cerebros grandes. Un pulpo común tiene alrededor de 500 millones de neuronas. Los seres humanos, en comparación, tenemos cerca de 100 mil millones. El pulpo se encuentra en el mismo rango que varios mamíferos, cerca del de los perros. Y son un caso aparte en cuanto a comportamiento sofisticado en los invertebrados.
Nuestro antepasado común más reciente se remonta a más de 500 millones de años, lo que sugiere que su inteligencia evolucionó independientemente de la nuestra. Los cefalópodos incluyen tanto formas extintas –como las amonitas y belemnitas– como alrededor de 300 especies vivas, que se encuentran desde las profundidades marinas hasta la zona de la costa entre mareas.
Especialistas en fugas
En los centros de investigación que trabajan con estos animales, se sabe que se escapan y asaltan tanques vecinos en busca de comida, comportamientos que no son del todo sorprendentes dadas sus tendencias naturales a explorar y alimentarse en los charcos de marea. Al estilo de Buscando a Dory, pero con menos Disney y más caos nocturno.
Y luego está el incidente de las luces. En la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, un pulpo descubrió que podía apagar las luces del tanque lanzando chorros de agua a las bombillas, con lo que causaba cortocircuitos. Los científicos se vieron obligados a liberarlo porque las facturas de las sucesivas reparaciones del sistema eléctrico subían sin parar. Fue imposible convencer a los gestores del centro de investigación de que los culpables de las averías reiteradas eran unos pulpos pandilleros aburridos.
Afinidades electivas
Pero no solo son inteligentes, además, tienen personalidades. En el mismo laboratorio de Nueva Zelanda, un pulpo tomó manía a un miembro del personal. Cada vez que esa persona pasaba, recibía un chorro de agua en la nuca. Y, en la Universidad de Dalhousie, en Nueva Escocia, una sepia lanzaba chorros de agua a todos los nuevos visitantes del laboratorio, pero no a las personas que estaban presentes con frecuencia.
Cuando los científicos trabajamos con peces, no parece que estos tengan idea de que están en un tanque de agua. Con los pulpos es totalmente diferente: saben que están dentro de este lugar especial y el humano está fuera de él. Y ellos quieren salir.
Sistema nervioso tentacular
Los cefalópodos evolucionaron desde un ancestro común con una estructura nerviosa simple a partir de la cual desarrollaron ganglios complejos y neuronas centralizadas.
La mayoría de sus neuronas se encuentran en los brazos, permitiéndoles una autonomía impresionante. ¡Sí, sus brazos pueden pensar por sí mismos! Un brazo amputado puede seguir explorando y agarrando cosas. Y cuando un pulpo en libertad te examina, envía un brazo para inspeccionarte, sugiriendo una acción deliberada guiada por el cerebro.
Inteligencia versátil
El concepto de cognición incorporada sugiere que nuestra inteligencia surge de la interacción del cuerpo con el mundo. Pero el cuerpo de un pulpo desafía esta noción. Su capacidad para cambiar de forma, textura y color hace que la distinción entre cerebro y cuerpo sea borrosa. Lo mismo puede volverse un misil elegante que esconderse en un frasco. Y su inteligencia se distribuye por toda su anatomía.
Así que, la próxima vez que vea un pulpo, recuerde: está mirando a un maestro del disfraz, un escapista, un bromista y, posiblemente, un soñador. Un verdadero genio escurridizo del mar.
Una versión de este artículo fue publicada originalmente en el blog ‘Ciencia Marina y otros asuntos’ de Fundación para el Conocimiento madri+d.
Antonio Figueras Huerta, Profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Investigaciones Marinas (IIM-CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.