Fecha
Autor
Biagioli, Mario; Rodil, Mª Victoria, traducción. Katz editores. Buenos Aires, 2008. 485 páginas.

Galileo cortesano. La práctica de la ciencia en la cultura del absolutismo.

LA RISA DE DIOS<br> Reseña realizada por Antonio Lastra<br> Codirector de La Torre del Virrey<br>Revista de Estudios Culturales

En el libro octavo de El paraíso perdido, Milton escribió que tal vez Dios, "el gran Arquitecto", había ocultado los secretos del cielo a los hombres "para reírse de sus extrañas opiniones". La representación de lo que ahora llamamos la revolución científica en el poema de Milton fue una de las primeras en señalar que el hombre aprendería con ello que no vivía en una morada propia ("That Man may know he dwells not in his own"). Conforme la ciencia avanzara en la mensurabilidad del universo, la apariencia de inmensurabilidad o, como Hans Blumenberg lo llamaría, la distancia ontológica se impondría en la conciencia del ser humano. Uno de los resultados menos controvertidos de la revolución científica es, en efecto, que la ciencia es autorreferente: el hombre trabaja sólo para el hombre. La ciencia es el resultado de haber perdido el paraíso.

Con esta perspectiva, la ciencia es una de las provincias de la cultura. La cultura es lo que el hombre hace con la naturaleza y la naturaleza es sólo aquello con lo que el hombre puede hacer algo: entenderla, conservarla o destruirla, por ejemplo. Entender la naturaleza y descubrir sus leyes es un trabajo exclusivamente humano. La ciencia es inseparable, por tanto, de la tecnología, de la aplicación a la vida de los descubrimientos científicos. La contemplación por antonomasia -la consideración u observación de las estrellas- adquiere sentido sólo si es útil. En última instancia, los científicos son hombres de acción, y su acción tiene lugar en un momento histórico determinado: si el libro de la naturaleza está escrito en caracteres matemáticos, el contexto del texto natural siempre es social.

Mario Biagioli ha escrito un libro sobre el contexto social de la revolución científica centrado en la figura de Galileo y la cultura del absolutismo. En los quince años que han transcurrido desde que se publicó el original inglés, el paradigma o la estructura léxica (véase la p. 87) de la filosofía de la ciencia ha dejado paso en el mundo académico a los Estudios Culturales, de modo que aproximaciones relativamente recientes como la política cultural o los estudios sobre los prejuicios y los estereotipos iluminan buena parte de un discurso que ha sabido apropiarse de los motivos de las nuevas disciplinas. En parte su tema le permitía a Biagioli hablar de la ciencia "bajo tachadura" (p. 13). El epílogo del libro, 'Del mecenazgo a las academias', es, entre líneas, un análisis del discurso: la salida del príncipe de las academias que él mismo había fundado posibilitaría la emergencia o la visibilidad del científico, su "autoría individual" (p. 444).

El contexto social proporcionaría un "marco para el juicio de Galileo" (véase el capítulo sexto) que permitiría entender la condena como una especie de ostracismo o "caída del favorito" de la corte. La legitimidad de la ciencia tendría mucho más que ver con la "autoconstrucción" -o identidad profesional- de Galileo como científico y su aceptación o rechazo en la cultura cortesana o absolutista que con la legitimidad de la modernidad que Blumenberg señaló en su monumental estudio sobre la génesis del mundo copernicano. Esta diferencia entre la representación de Biagioli y la representación de Blumenberg podría ser, desde luego, un ejemplo de lo que Biagioli llama -en el capítulo central de su libro- "la antropología de la inconmensurabilidad". (La ausencia de Blumenberg en la bibliografía es, cuando menos, sorprendente.) En opinión de Biagioli, la inconmensurabilidad de los paradigmas no constituye un mero problema de comunicación lingüística, sino que desempeña una importante función en el proceso de cambio científico. El propio Biagioli empieza su libro con una discusión (¿inconmensurable?) con la Vida de Galileo de Bertolt Brecht.

Cuando Adán termina de oír el relato de Rafael sobre los cielos, le invita a su vez a oír su historia ("now hear me relate my story"). Milton, que había conocido a Galileo en Italia durante su juventud, sabía que esas dos historias -la historia del cielo y la historia del hombre- eran tan inconmensurables como traducibles. "La autoconstrucción y la construcción de un cosmos -concluye Biagioli- no son separables" (p. 301).

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