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El madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo residió en América durante casi la mitad de su vida, a lo largo de seis periodos, interrumpidos por visitas a la metrópoli relacionadas entre otras cosas con la publicación de sus obras. Su Historia natural y general de las Indias, aunque se publicó sólo parcialmente (en 1526, 1535, 1547 y 1556), es el ejemplo más sobresaliente de lo que la primera generación de cronistas castellanos aportó al conocimiento europeo de la naturaleza de las Indias occidentales y tuvo un duradero impacto entre los naturalistas hasta bien entrado el siglo XVII. Sus descripciones geográficas, climáticas, botánicas y zoológicas, así como sus dibujos y grabados, circularon profusamente en cartas, manuscritos y letra impresa, tanto en castellano como en latín, italiano y francés.
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De la obra geológica de Salvador Calderón, llevada a cabo durante el último tercio del diecinueve y la primera década del veinte, llama la atención en primer lugar su amplitud. No solo fue el autor de la primera obra completa sobre los minerales de España, sino que publicó decenas de extensos artículos sobre mineralogía, petrografía, sedimentología o paleontología, y centenares de reseñas y notas breves para divulgar los más variados aspectos de la investigación científica de su tiempo. Fue además un hombre de ideales, que creyó en la ciencia como vía de progreso para su país y que trabajo intensamente para crear centros de trabajo y grupos de discípulos allá por donde pasó. Adelantado del evolucionismo en España, colaborador de la Institución Libre de Enseñanza y precursor de algunas ideas conservacionistas, Calderón ejemplifica al científico comprometido con los debates y los anhelos de su tiempo.
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"Tratar de comentar y valorar el arte actual sin conocer profundamente todo el arte anterior es tarea destinada al más inútil de los fracasos. Y, además, historiar el arte antiguo desconociendo el nuevo novísimo no lleva sino a una entomología y mineralogía de lo consagrado, no ya odiosa, sino absolutamente criminal. Tan descomedido es explicar la obra de Manet sin referirse a Velázquez, como comentar a éste prescindiendo de Manet. Eso de encerrar materia tan maravillosa cual es el arte en apartados estancos, sólo puede ser obra de perfiles burocráticos y, en efecto, no de otro modo se profesa en los pobres centros de burocracia que son las universidades" Juan Antonio Gaya Nuño."Claves íntimas de la crítica de arte", Cuadernos Hispanoamericanos, 1960
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Guillermo Schulz (1805-1877) fue un ingeniero de minas de origen alemán, que pasó toda su vida profesional al servicio del estado español. Su primer destino fue Galicia, donde trabajó con una intensidad tal que en pocos años culminó el primer mapa geognóstico del país, con su correspondiente descripción de todo el territorio desde el punto de vista geológico y minero. Esta magna obra, realizada en condiciones precarias y en medio de las convulsiones tan propias de la época, representa un hito de tal calibre, que situó por muchos años a Galicia a la vanguardia del conocimiento geológico español. Lejos de enriquecerse con los descubrimientos de nuevas minas realizados durante la confección del mapa o proseguir una cómoda labor como Inspector de Minas, el espíritu honesto y emprendedor de Guillermo Schulz le llevó a salir de Galicia para proseguir el estudio de otras regiones, involucrándose también en la regulación de los estudios de ingeniería de minas y asumiendo responsabilidades en la Administración española. Entre otros puestos importantes, fue presidente de la Comisión del Mapa Geológico de España, organismo precursor del actual Instituto Geológico y Minero de España.
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Joan Uriach i Feliu, fundador de los laboratorios farmacéuticos Uriach, fue un excelente hombre de negocios, sin formación empresarial específica, pero con una visión de futuro más que envidiable; forjó su actividad económica sobre bases comerciales y supo detectar las limitaciones de su modelo. El germen de lo que habría de ser la primitiva industria farmacéutica española se debió a la iniciativa individual de una minoría de farmacéuticos, de talante liberal y aperturista, y de comerciantes convencidos de la inevitabilidad de la revolución terapéutica y sus consecuencias. Joan Uriach estuvo en este bando, aprovechó el vacío dejado por los profesionales del ámbito farmacéutico, supo reconocer un negocio apenas explotado pero prometedor y lo dotó con los medios científicos y técnicos cuando ello fue preciso.
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Pese a haber descrito infinidad de nuevas especies de insectos, fundamentalmente escarabajos y saltamontes, el nombre de Graells ha quedado asociado de manera muy especial al de una mariposa, la Graellsia isabellae, descubierta en 1848 durante una de sus excursiones campestres por los extensos pinares del Sistema Central. El naturalista realizó la descripción del hasta entonces desconocido animal y dedicó la nueva especie a la reina Isabel II quien, agradecida, lució un ejemplar del lepidóptero engarzado en un colgante durante un baile celebrado en palacio. El científico destacó igualmente por la elaboración de catálogos descriptivos de moluscos, peces, aves y mamíferos ibéricos, la mayor parte de ellos integrados en las memorias de la Comisión del Mapa Geológico, de la que Graells formaba parte como responsable de la sección de Zoología.
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Mientras semejantes atrocidades puedan cometerse, en 1902, y a las puertas de Madrid, no habrá motivo para indignarse de que los extranjeros quieran comprarnos el Entierro del conde de Orgaz. Cuantos tesoros de arte guardan, desde la más humilde iglesia hasta la catedral de Toledo, pertenecen a la nación, la cual debe prohibir en absoluto su venta. Mas, para que esta medida sea eficaz, hace falta antes catalogar con inteligencia, conservar con respeto y exponer dignamente, en los mismos sitios en que se encuentra ahora, toda aquella riqueza artística. Para poseerla hay que merecerlo. No basta lamentarse. Agitar y encauzar la opinión en tal sentido, no sólo con palabras, sino con hechos, fomentando por dondequiera las sociedades locales y las misiones para la protección del arte, influyendo en el gobierno o mandándolo desde el mismo, es un deber elemental de todo aquel a quien en serio le duela tan bochornoso abandono.
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Con puestos de trabajo -en museos, bibliotecas y cátedras- ínfimamente atendidos o remunerados por el Estado, faltos de consignaciones o que han sido tercermundistas comparados con los países más ricos y cultos, la labor de los que nos hemos dedicado a la Historia del Arte ha sido densa y difícil. Hemos carecido de buenas bibliotecas dedicadas a nuestras especialidades, con escasísimas y a veces inexistentes posibilidades de completar nuestra formación fuera de España, de viajar, de visitar museos y colecciones privadas, con escaso acceso de la producción extranjera de libros de arte, tanto para las bibliotecas públicas o menos para nuestro magro bolsillo, trabajar en la especialidad era un problema para cuya solución hemos ido sorteando dificultades inimaginables.
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Indiscutible ejemplo de los hombres que han sacrificado su vida por la Ciencia, Juan Isern fue un incansable botánico, admirado y querido por todos los que le conocieron, tanto en nuestro país como fuera de él. Falleció con tan solo 44 años, al mes de regresar a España después de participar en la Comisión Científica al Pacífico (1862-1866), la última gran expedición científica enviada por la monarquía española. Pero su trabajo durante ese duro periplo, en el que reunió más de 8.100 especies de plantas, todas ellas etiquetadas con localidad, fecha, hábitat, nombres vulgares, usos y aplicaciones, siguen siendo en la actualidad materia de estudio obligado para los amantes de la botánica.
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En la lectura que hoy en día se puede hacer de la trayectoria vital de Galdo hay un hecho especialmente relevante: el de haber sido un firme defensor de la instrucción pública y, además, haber sabido apuntalar sus ideas con un decidido apoyo a la inclusión de la enseñanza de las ciencias naturales en la educación secundaria, tarea que materializó en la redacción del primer manual docente en la materia escrito en castellano.