Vive en esta vecindad Cierto médico poeta Que al fin de cada receta Pone 'mata', y es verdad.
Nota. Poema, atribuido a Bretón de los Herreros, dedicado al Dr. Mata Fontanet, que era su vecino, el cual, al parecer, harto de que preguntarán por Bretón a altas horas de la madrugada, había colocado en su puerta el siguiente cartel:
Las espiras de mi alma se entrelazan, aunque estén distantes, con las tuyas, y estas espiras tuyas cierran el circuito alrededor de la aguja de mi corazón.
Constante como Daniel, fuerte como Grove, bullendo en su fondo como Smee mi corazón desborda la marea del amor y todos sus circuitos se cierran en ti.
Cuando a lo largo de la línea discurren los mensajes de mi corazón, dime, ¿qué corrientes se inducen en ti? Un solo click tuyo acabará con mis penas.
Deshecho mi cadáver, sus vapores que rueden por las zonas superiores del anchuroso cielo, en tanto que recoja el blanco suelo de mis materias sólidas las sales, y al plácido regar de aguas pluviales se nutran cien semillas y suban por sedientas raicillas en sávia transformados mis despojos, á coronar de malvas y de hinojos de mi postrer morada las orillas.
Equivocar el camino es llegar a la nieve y llegar a la nieve es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino es llegar a la mujer, la mujer que no teme la luz, la mujer que no teme a los gallos y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
Pero si la nieve se equivoca de corazón puede llegar el viento Austro y como el aire no hace caso de los gemidos tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
Esfera ceñida de esferas que no pueden escapar de la esfera única.
Manos esféricas ciñéndose a unas piernas que se abrazan redondas, perfectísimas.
Si esta esfera que soy ya, que fui yo siempre, desgajara de sí un anillo y lo arrojara, se caería cogido por un extremo, prolongándose hasta pisar el polvo.
Ondularía siglos, y su música subiría por temblores a la esfera que le retiene siempre jamás, tan suyo.
En el cielo una luna se divierte. En el suelo dos bueyes van cansados. En el borde del río nace el musgo. En el pozo hay tres peces condenados. En el seco sendero hay cuatro olivos, en el peral pequeño, cinco pájaros, seis ovejas en el redil del pobre, —en su zurrón duermen siete pecados— Ocho meses tarda en nacer el trigo, nueve días tan solo el cucaracho; diez estrellas cuento junto al chopo. Once años tenía, doce meses hace que te espero, por este paraguas trece duros pago.