Las espiras de mi alma se entrelazan, aunque estén distantes, con las tuyas, y estas espiras tuyas cierran el circuito alrededor de la aguja de mi corazón.
Constante como Daniel, fuerte como Grove, bullendo en su fondo como Smee mi corazón desborda la marea del amor y todos sus circuitos se cierran en ti.
Cuando a lo largo de la línea discurren los mensajes de mi corazón, dime, ¿qué corrientes se inducen en ti? Un solo click tuyo acabará con mis penas.
Deshecho mi cadáver, sus vapores que rueden por las zonas superiores del anchuroso cielo, en tanto que recoja el blanco suelo de mis materias sólidas las sales, y al plácido regar de aguas pluviales se nutran cien semillas y suban por sedientas raicillas en sávia transformados mis despojos, á coronar de malvas y de hinojos de mi postrer morada las orillas.
Equivocar el camino es llegar a la nieve y llegar a la nieve es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino es llegar a la mujer, la mujer que no teme la luz, la mujer que no teme a los gallos y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
Pero si la nieve se equivoca de corazón puede llegar el viento Austro y como el aire no hace caso de los gemidos tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
En todas sus palabras y acciones había una bondad suprema. Viena. Casa de Maternidad, la mayor del mundo. ¡Qué ocasión tan estupenda poder diseccionar cada mañana los cuerpos aún frescos de mujer en el depósito de hospital! Con una constancia más que excepcional hacía sus extrañas indagaciones. Era bastante calvo, ingenuo como un niño, y rechoncho más bien.
Más allá de la música de las esferas, Einstein escucha un tam-tam oscuro en el tambor tenso del espacio-tiempo, ondas de gravitación pura que jamás ha oído nadie sino él en sus cálculos. Cilindros de acero frío, hipersensibles, escrutan el cielo a la búsqueda de un eco, de un hálito de onda que no llega. Y cada vez son más los que se afanan, con instrumentos y números, a explorar las más difíciles titilaciones de la tiniebla, ritmos escurridizos y elusivos.
El cerebro - es más amplio que el cielo - colócalos juntos- contendrá uno al otro holgadamente - y tú - también el cerebro es más hondo que el mar - retenlos - azul contra azul - absorberá el uno al otro - como la esponja - al balde - el cerebro es el mismo peso de Dios - pésalos libra por libra - se diferenciarán - si se pueden diferenciar - como la sílaba del sonido -
Galileo, Arquímedes, Pitágoras, Einstein, Franklin, Marconi o Anaxágoras..., vidas que se han gastado en buena gana mejorando la condición humana.
Pero yo quiero nombres conocidos. ¿La ciencia no tiene mis apellidos? ¿No sería magnífico que hubiera una ley de un ibérico cualquiera? ¡Logaritmos de López o de Hernández, postulados de Márquez o de Fernández! Y... ¿qué honra española no sería si existiera el Teorema de García?