Fecha
Autor
Bea, Emilia (ed.). Editorial Trotta. Madrid, 2010, 251 páginas.

Simone Weil. La conciencia del dolor y de la belleza.

SIMONE WEIL: UN RESTO DE ISRAEL<br> Reseña realizada por Antonio Lastra<br> Universidad de Valencia

A propósito de Simone Weil, por quien sentía una profunda admiración, pero escasa simpatía, George Steiner escribió que son muchos los temas que aún esperan "un análisis escrupuloso y alejado de la hagiografía". Simone Weil. La conciencia del dolor y de la belleza comprende una serie de análisis escrupulosos, suficientemente (pero no por completo) alejados de la hagiografía, sobre algunos de los temas esenciales de la vida y la obra de Weil: la búsqueda de la verdad, la compasión, la belleza entendida como encarnación, las reflexiones sobre la fuerza contenidas en su comentario a la Ilíada, la "descreación", la experiencia religiosa o mística, el compromiso político, el trabajo, el derecho y la justicia, l'enracinement o el judaísmo, a cargo, como explica su editora, Emilia Bea, de "teólogos, filósofos, juristas, críticos literarios [y] poetas" a quienes une el "asombro ante una vida y unos escritos dotados de extraordinaria pureza y autenticidad" (p. 11). Las preferencias del lector no justifican que pueda echar de menos otros temas, como la relación con Péguy o las enseñanzas de Alain o la comparación con Rachel Bespaloff, decisivas para entender, respectivamente, el patriotismo de Weil o su filosofía en sentido estricto y lograr una contextualización adecuada de su lectura de Homero. Desde luego, las feministas no apreciarán que los autores de cada una de las contribuciones hayan sido escrupulosos al respecto, por más que una parte considerable del interés por Weil provenga -como en el caso de Rosa Luxemburgo, Edith Stein, la mencionada Bespaloff, Anna Freud, Simone de Beauvoir, Hannah Arendt, Ágnes Heller, María Zambano o Hélène Cixous- de la lectura de una écriture féminine. Es uno de los méritos del libro que conocedores de ese campo y lectores de Etty Hillesum como Wanda Tommasi, José Ignacio González Faus o el fallecido Adrià Chavarria hayan primado la dimensión religiosa de Weil sobre la femenina, su humanidad integral sobre una parte de su humanidad.

No es, sin embargo, el género el problema más importante de la recepción de Weil, aunque en muchos aspectos condicione la comprensión de su religiosidad: la virginidad absoluta de sus episodios místicos o la correspondencia tan desapasionada como llena de compasión con quienes habrían de ser sus lectores requieren de toda aproximación a sus escritos una preparación indeciblemente charnel, como si su presencia física, el peso de su mirada, el contagio de su aliento, no fueran del todo imposibles. Alain lo expresó mejor que nadie cuando se negó a aceptar su muerte e insinuó, con todo el patetismo de su sabiduría, el milagro de su resurrección. Basta con leer únicamente los pasajes de su obra citados a lo largo del libro para darse cuenta de esto. Precisamente esa inmediatez es la que lleva a Chavarria a decir que "casi parece mentira lo que Weil nos ha dejado escrito sobre el judaísmo" (p. 98). Todo lo demás podría ser verdad o debería serlo, pero el antijudaísmo es el eslabón roto o perdido en la cadena de la solidaridad weiliana. Que su descripción de la fábrica sea superior a la de Gramsci y haga de ella la auténtica filósofa del trabajo, que su experiencia mística no sea inferior a la de Wittgenstein, que con la noción de descreación haya renovado la teología del siglo XX, que su recusación de la fuerza haya deslegitimado cualquier tipo de violencia, que el derecho encuentre en su obra el alimento necesario de la justicia, cada uno de estos enunciados -y la totalidad fenomenológica de la conciencia del dolor y de la belleza, si podemos expresarlo así- depende del significado de su antijudaísmo, del significado que el lector le dé y el significado que tenga por sí mismo. En el momento decisivo, las líneas divisorias no parten a los seres humanos por la mitad, sino que los separan a unos de otros. Ni el género ni la peculiaridad mística explican el carácter cristiano, crucial, del antijudaísmo de Weil.

En un pasaje profundamente realista del Tratado teológico-político, Spinoza sugiere que los judíos podrían volver del exilio si se sobrepusieran a su afeminamiento. Sobreponerse al afeminamiento podría ser sinónimo de abandonar el carácter imaginario de las profecías y atenerse a la sabiduría del entendimiento. Ésa era la enseñanza de Spinoza que Alain juzgaba infructuosa cuando añadía que hay medios alternativos al entendimiento para evitar la desdicha. Lo que en la literatura de referencia se conoce como la traición de Spinoza ayuda a explicar la traición de Weil y, al mismo tiempo, su extraña fidelidad a quienes, como ella, han permanecido "fuera de la Iglesia" a lo largo de la historia sin alcanzar lo que Alain llamó "el valor moral de la alegría". En su inquietud, en su abatimiento, en su tristeza, en la inversión radical de la ética spinozista que Simone Weil llevó a cabo, se encuentra un resto de Israel, no un resto de silencio, sobre el cual es mejor hablar y al que, sobre todo, hay que prestar atención.

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