El estudio de infecciones o el análisis genético buscan nuevas soluciones a la endometriosis, una dolencia hasta hace poco silenciada
Hasta un 10% de las mujeres sufre endometriosis (dos millones de afectadas solo en España) y, sin embargo, esta enfermedad sigue envuelta en misterio. “Es como si estuviésemos haciendo un rompecabezas, vamos acumulando piezas, pero no sabemos qué imagen buscamos, no tenemos un modelo que le dé sentido a todo”, explica Francisco Carmona, jefe del servicio de Ginecología del Hospital Clínic de Barcelona. Después de tratar esta dolencia con cirugía o tratamientos hormonales durante décadas, especialistas como Carmona creen que en los próximos años la comprensión de las causas genéticas de la enfermedad o la integración de datos que hará posible la inteligencia artificial pueden ofrecer nuevas alternativas a las pacientes y una teoría que ayude a entender lo que se quiere curar.
Esta enfermedad se produce cuando el tejido endometrial, que cubre la parte interna del útero y sirve para que pueda albergar un embrión, crece donde no debe. Ese tejido responde a las hormonas sexuales que producen los ovarios y una vez al mes se vuelve más grueso preparando a la mujer para un posible embarazo. Ese endometrio engrosado y fuera de lugar, en los ovarios, la pelvis e incluso más allá, provoca el dolor que muchas mujeres asocian a la regla, puede hacer penosas las relaciones sexuales o el simple hecho de orinar, y está detrás de muchos casos de infertilidad.
“Hasta hace no tanto, se banalizaba el dolor de la regla, por los médicos, pero también por las mujeres que, muchas veces, en una dolencia con componente hereditario, tenían a su madre como referente menstrual, y les decía que ese dolor es normal. Eso retrasaba años el diagnóstico y el tratamiento”, señala Estela Lorenzo, especialista de la Unidad de Endometriosis del Hospital 12 de octubre de Madrid. “Eso ha cambiado sobre todo por las mujeres. Los médicos tienen mucho más interés porque las mujeres exigen más, no aceptan que el dolor de regla sea normal, exigen conocer la causa de su dolor y un tratamiento y no permiten ser tratadas con condescendencia”, coincide Carmona.
Sin embargo, añade Lorenzo, no solo será necesario un cambio de percepción y actitud. “No tenemos pruebas que nos permitan detectar la enfermedad en fases iniciales. Cuando hacemos una ecografía y, pese a que han mejorado mucho, puede que no se vea nada en una mujer que siente dolor. Ahora, en Francia, hay aprobada una prueba diagnóstica en saliva que permite la detección precoz. Ese tipo de tests poco invasivos y rápidos son necesarios”, explica Lorenzo, que también cree que el cambio de paradigma de los últimos años va a cambiar el tratamiento de la endometriosis. “Antes se veía como una enfermedad solo ginecológica, que primero es local o pélvica, pero ahora se ve que tiene un componente de inflamación sistémico”, continúa.
Hace unos días, la revista Science Translational Medicine publicó un trabajo de investigadores de la Universidad de Nagoya (Japón) que aseguraba que la presencia de un tipo de bacterias podía estar detrás de algunos casos de endometriosis. En él, se analizó a 155 mujeres, 79 de ellas con endometriosis y el resto sin ella. En el 64% de las primeras se identificó una infiltración de Fusobacterium, un tipo de microorganismos que causan, entre otras cosas, enfermedades periodontales. Entre las voluntarias sanas, esa cifra fue de menos del 10%. Según los investigadores, estas bacterias estarían detrás del incremento de transgrelina, una proteína asociada a la endometriosis que crecería de forma excesiva por la presencia de un factor de crecimiento generado como parte de la respuesta del sistema inmune a la infección. Este mecanismo se puso a prueba después en ratones a los que se inoculó Fusobacterium que provocaron el aumento de la transgrelina y de las lesiones asociadas a la endometriosis. Los científicos dieron después antibióticos a los animales para eliminar la infección. Con ella, se redujo también el problema de endometriosis, algo que, según los responsables del trabajo, abre la puerta a utilizar antibióticos como tratamiento alternativo a las hormonas en mujeres con endometriosis.
“Estos resultados fueron muy sorprendentes, porque hemos tratado a muchas mujeres con antibióticos y no han mejorado. Es una pieza más, es provocador e interesante, pero yo sería prudente antes de concluir que los antibióticos pueden servir para tratar la endometriosis”, opina Carmona. Estela Lorenzo también plantea la dificultad de establecer una causalidad y recuerda las diferencias anatómicas de las ratonas (que, entre otras cosas, no menstrúan), y las humanas. No obstante, reconoce la importancia de trabajos como este para identificar el vínculo entre los desencadenantes de una inflamación crónica, como las bacterias, y el origen de la endometriosis. “Es posible que haya unas pacientes predispuestas genéticamente y que inicien esta inflamación por las fusobacterias. Hay muchos estudios sobre el papel del microbioma en esta enfermedad y tenemos ejemplos de dolencias como las úlceras, que se asociaban al estrés antes de identificar la Helicobacter pylori como causa, o el virus del papiloma humano y el cáncer de cuello de útero”, ejemplifica Lorenzo.
Carmona tiene más fe en que las soluciones clínicas a la enfermedad “vayan por el conocimiento de la genética que por los antibióticos”. Este año, una colaboración de 25 equipos científicos de todo el mundo publicó el mayor estudio hasta la fecha sobre la genética de la endometriosis. El análisis del ADN de 60.600 mujeres con endometriosis y 701.900 que no la tenían reveló, por ejemplo, una base compartida entre esta dolencia y otras experiencias dolorosas sin relación aparente como la migraña o el dolor de espalda. Esto coincide con la observación de los especialistas de que, en ocasiones, una mujer puede sufrir mucho dolor que no se corresponde con las lesiones observadas en el diagnóstico por imagen.
Los autores del trabajo, que se publicó en Nature Genetics, proponen que la predisposición genética puede hacer que la endometriosis dé inicio a mecanismos de inflamación que provoquen una sensibilización excesiva del sistema nervioso central. Esto haría que se empiecen a percibir con mayor intensidad dolores en distintas partes del cuerpo que no tienen nada que ver con la endometriosis inicial. Algo que muestra la complejidad de esta enfermedad es que, además de este fenómeno, esos dolores en lugares alejados del útero que se repiten con la menstruación pueden ser producto de implantes del tejido a distancia, que como una célula tumoral migran de un órgano a otro. “Se han descrito implantes en órganos periféricos como el nervio ciático o de neumotórax asociados a la menstruación, que sí se deben a un implante directo de la endometriosis”, señala Lorenzo.
Carmona cuenta que ha recibido una invitación para participar en un proyecto internacional para buscar planteamientos imaginativos que superen el estancamiento de los últimos 40 años en la investigación para conocer el origen de la enfermedad e incluir nuevos tratamientos. Esta iniciativa por la endometriosis sugiere que la falta de nuevas soluciones se debe a que casi todas las líneas de trabajo parten de la misma hipótesis. En este camino de búsqueda de hipótesis alternativas, el investigador del Clinic, afirma: “Hay combinaciones de genes que incrementan el riesgo de endometriosis, y detectarlas a tiempo permitiría evitar que se alcanzasen fases más graves. Podemos plantearnos probar terapias génicas si descubrimos que ciertos genes tienen un papel preponderante en el desarrollo de la enfermedad, o adoptar estrategias preventivas o terapéuticas si detectamos interacciones entre factores genéticos e infecciones o en combinación con tipos concretos de contaminación ambiental que desencadenan la enfermedad”, añade.
Regresando a la analogía del rompecabezas, Carmona asegura que se siguen acumulando piezas y que pronto, quizá no lo suficiente para las mujeres que sufren la enfermedad hoy, pero muy rápido en términos científicos, aparecerán teorías que cambiarán el entendimiento de la endometriosis y su tratamiento. “Hay una combinación de causas, genéticas, epigenéticas, ambientales. Sabemos que las mujeres que nacen prematuras tienen más riesgo de endometriosis que las de peso normal, que las mujeres recibieron pecho tienen menos riesgo, hay una mayor endometriosis anatómica en mujeres que sufrieron abusos, físicos o psicológicos y también se está avanzando en herramientas moleculares para corregir defectos en receptores hormonales asociados a la enfermedad. Tenemos que reunir muchas piezas, aún no tenemos siquiera un modelo, pero estoy esperanzado”, concluye.