Espiral en las habitaciones,
sexo mañana, tarde y noche.
La brasa marcha en busca del centro,
un satori, nada: distraída
derrapa en cada curva, y todo es curvo
en este dibujo del éxtasis que envasan
de dos en dos, uno en el hueco
del otro, dando vueltas
en sentidos opuestos.
A los mosquitos los mató el humo amargo,
a nosotros esta manía oriental
de lo simétrico y lo eterno
nos encerró en una pieza de hotel.
Ni siquiera el ruido
del agua que levantan allá afuera
las llantas grabadas con versos
cuneiformes, nos salva:
no nos salva, entre la avenida y el mar,
un bosque débilmente
inclinado hacia el Oeste.
Es más fuerte este encierro:
y la pinocha que alfombra el suelo
entre los árboles, erizada y oscura,
si no estuviera tan mojada volaría
a calmar en las olas rojas
el ardor de esta noche, que la lluvia
no atempera.