Fecha
Autor
Xavier Pujol Gebellí

Dieciséis años y un día para un sincrotrón

La decisión se adoptó finalmente en Consejo de Ministros. Tanto su dimensión como su magnitud económica así lo aconsejaban. 120 millones de inversión (20.000 millones de pesetas) y una cantidad que oscilará entre los 10 y los 15 millones de euros anuales para su mantenimiento, justificaban un anuncio solemne que se escenificó con un apretón de manos entre José María Aznar y Jordi Pujol durante la cumbre de los Quince celebrada recientemente en Barcelona.
Fue la culminación de unos últimos meses en los que, tras una larga espera de más de una década, parecía como si las prisas del último momento -algo habitual en un país de corte mediterráneo- pudieran echar por la borda todo cuanto se había planeado. Cuentan entre pasillos que la decisión definitiva se tomó con el mayor de los sigilos unos pocos meses atrás y que el anuncio público se fraguó en las estancias del hotel La Gavina de S'Agaró, lugar en el que se dieron cita hace poco los ministros de ciencia y tecnología europeos bajo la presidencia de Anna Birulés. Se dice también, no obstante, que una semana antes del citado consejo de ministros nadie daba un euro por una decisión definitiva que otorgara a Barcelona la sede de una de las propuestas científicas más atractivas de cuantas se han planteado jamás en España.

El caso es que llegó el día. Atrás han quedado la friolera de diez años de reuniones, deliberaciones, proyectos, informes y estudios detallados cuya conclusión, casi siempre, se traducía en una recomendación única. España necesita una fuente de luz sincrotrón como herramienta fundamental para entrar por la puerta grande de la ciencia del futuro. Barcelona, Madrid y Sevilla, por este orden, se habían postulado como candidatos a albergar la gran instalación. A la postre, ha sido la primera ciudad la que ha sido capaz, en todo este tiempo, de generar una propuesta competitiva a nivel internacional.

La historia arranca en el ya lejano 1992. La propuesta catalana de una fuente de luz sincrotrón, explica Ramón Pascual, uno de sus principales artífices, empezó a tomar cuerpo coincidiendo con la fiebre olímpica y la euforia de la Expo de Sevilla. "Parecían años propicios", recuerda ahora. Recogía en ese momento la experiencia ganada por Barcelona como candidata a sede de la Fábrica de Taus, una ambiciosa propuesta europea que nunca llegó a cuajar. Nadie previó entonces, sin embargo, la profunda recesión que viviría la economía española en los años siguientes ni el estancamiento que como consecuencia iba a padecer el sistema español de ciencia y tecnología. Mala época para proponer una instalación de semejante calado.

No obstante, sus promotores no arrojaron la toalla. Consultaron a expertos nacionales e internacionales, definieron las primeras líneas maestras de lo que debía ser la instalación y alcanzaron un compromiso con la Generalitat catalana para que actuara como socio activo de un proyecto al que se intentó vincular a la Administración central y del que siempre se creyó que podía actuar de motor de una comunidad científica y tecnológica que, cada vez más, acudía a fuentes de otros países para resolver sus experimentos.

Los primeros intentos, aunque se tenía la percepción de ir avanzando, señala Pascual, obtuvieron respuestas más bien retóricas. No fue hasta la contratación de Joan Bordas, físico que había adquirido notoriedad internacional tras su paso por los sincrotrones de Alemania y Reino Unido, que la situación empezó a cambiar. Fue entonces cuando se creó el Laboratorio de Luz Sincrotrón, adscrito a la UAB, y se inició el estudio detallado de la futura instalación. El estudio estuvo acabado tres años más tarde, en 1998. Desde entonces ha estado esperando una decisión definitiva.

"El período de maduración", aclara Bordas, "no ha sido superior al de otras instalaciones en otros países". En todo caso, admite, ha seguido un curso "anormal" que atribuye a las características propias del sistema español y que se habrían manifestado de forma más clara precisamente desde que el proyecto estuvo acabado, y librado a la Administración central, hasta ahora. Cuatro años en los que, salvo el último, apenas pasó nada.

O sí pasó. En 1998, recién finalizado el estudio detallado del proyecto, La European Science Foundation evaluó las instalaciones existentes en Europa y recomendó la construcción en España de una fuente propia. Entre otras razones, señala el informe, para equilibrar la disponibilidad de acceso a una herramienta que ya se estaba configurando como esencial entre el norte y el sur de Europa. El trabajo no especificaba cual podría ser la sede idónea, aunque, eso sí, señalaba que las características debían ser similares a la propuesta elaborada en Barcelona.

Tras la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, su Secretaría de Estado de Política Científica y Tecnológica, dirigida por Ramon Marimon, encargó un estudio a una comisión internacional de expertos. El trabajo, librado en febrero de 2001 y conocido como Informe Abela, no sólo llegó a las mismas conclusiones sino que en algunos puntos fue mucho más lejos: en sus 47 folios se muestra favorable a construir la gran instalación al tiempo que señala el papel dinamizador que un sincrotrón ejerce entre la comunidad científica e industrial. El informe se hace eco del potencial de usuarios españoles y enfatiza los ejemplos en los que su entrada en servicio ha favorecido en otros países la creación y consolidación de un tejido académico en ciencias de la vida, genómica y proteómica, ciencia de materiales o química. Del mismo modo, recuerda como a su alrededor se han constituido polos de atracción industrial en los que la microelectrónica, la micromecánica o la nanotecnología han brillado con luz propia. Como guinda, el informe añade una cautela: un sincrotrón no puede ser ajeno a una política científica planeada a medio y largo plazo. Además, no puede hacerse a expensas de un presupuesto pre-existente, sino que hay que construirlo con "dineros frescos".

Desde la presentación del informe hasta el día en que se da luz verde a la propuesta catalana, se reúne en varias ocasiones el Comité de Grandes Instalaciones, prácticamente inactivo durante el tiempo precedente. Tras la decisión definitiva, en la que juega un papel destacado la actitud de Andreu Mas Colell como responsable de la ciencia en Cataluña, se suceden las prisas para llegar a la foto final de la Cumbre europea.

VALOR ESTRATÉGICO

La propuesta catalana, que el consejero catalán matiza siempre como "una de las grandes apuestas españolas" en ciencia y tecnología, ha sido vista en estos últimos años como un punto de inflexión de alto valor estratégico. El propio Mas Colell reconocía esta proyección durante una estancia reciente en Canadá donde acudió para entrevistarse con los máximos representantes de la ciencia de ese país. En Canadá se está llevando desde hace unos años una agresiva política científica que persigue, por encima de otros aspectos, promocionar la generación de conocimiento básico y establecer vínculos de transferencia efectivos para la industria en sectores estratégicos. La construcción de un sincrotrón de dimensiones y características similares al de Barcelona en la ciudad canadiense de Saskatoon (el primero que se construye en el país americano) y que entrará en servicio en 2004, es considerada como uno de los puntos culminantes de su política científica junto con su apuesta por la genómica.

Mas Colell defiende los mismos principios para un sistema, el español, que en su opinión está sólo unos años atrás del canadiense. "Estamos en la misma dirección y no son inalcanzables", deslizaba en una valoración final en un céntrico hotel de Montreal. El sincrotrón de Barcelona, aunque empiece a funcionar dieciséis años y un día después de planteado, puede ser el primer punto de anclaje. "Desde que lo hemos anunciado", decía Mas Colell, "en Canadá nos miran con otra cara".

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