Leo a Tomás de Aquino en el Smartphone, en latín, el pasaje en que afirma que el bien se expande por el mundo. Todo alrededor podría desmentir ese olvidado axioma tan hermoso. Porque el mal igualmente se difunde. Pero todo también alrededor confirma el bien, su difusión incluso física. Yo podría dudar, pero no dudo, de esta fórmula escrita en un idioma pensado para el mármol, para el bronce, para neta incisión cuadrada de oro de una letra tras otra en la moneda, para la delicada miniatura.
Inventan el milagro, hay agua en Marte. Ese charco ligero entre los cielos, esa huella ligera y matutina. Si hay agua en Marte hay vida para siempre. Si hay agua en Marte hay luz en la tiniebla. Pasan los soles, como reyes viejos, pasan los tiempos, como dinosaurios, y ese cuenco ligero, agua en la roca, ese brocal de luz, ese milagro, nos devuelven la fe en el universo, esta casa sin puertas que habitamos, esta continuidad de las edades.
Qué va a pasar cuando mi novia sepa que no puedo vivir sin tus pseudópodos, sin tu horrible humedad en mi bolsillo. Qué va a pasar cuando descubra un día las huellas de tu baba entre mis dedos, y empiece a hacer preguntas, y la rabia y los celos se agolpen en sus ojos, y yo confiese al fin que la he engañado contigo, y que no puede comparársete, y le enseñe orgulloso el agua sucia donde se reproducen nuestros hijos. Que va a pasar cuando no entienda nada y nos denuncie a Sanidad.
Si los muchachos traviesos de aguda fiebre están presos y no pueden defecar, si no duermen y se aterran, si sus ojos nunca cierran para dejar de llorar, si el color del cuerpo todo mudan también de tal modo que unas veces cual carmín se presenta enrojecido, y otras de verde teñido, y otras es lívido en fin: una convulsión impía debe temerse a fe mía, sobre todo si la edad no han cumplido de siete años, porque están aquestos daños más expuestos en verdad.
Las estrellas se juntan alrededor de la tierra Como ranas en torno a una charca A discutir el vuelo de Gagarin. Ahora sí que la sacamos bien: ¡Un comunista ruso Dando de volteretas en el cielo! Las estrellas están muertas de rabia Entretanto Yuri Gagarin Amo y señor del sistema solar Se entretiene tirándoles la cola.
Niño, vamos a cantar una bonita canción; yo te voy a preguntar, tú me vas a responder: Los ojos, ¿para qué son?
Los ojos son para ver. ¿Y el tacto? Para tocar. ¿Y el oído? Para oír. ¿Y el gusto? Para gustar. ¿Y el olfato? Para oler. ¿El alma? Para sentir, para querer y pensar.
Kepler miró llorando los cinco poliedros encajados uno en otro, sistemáticos, perfectos, en orden musical hasta la gran esfera.
Amó al dodecaedro, lloró al icosaedro por sus inconsecuencias y sus complicaciones adorables y raras, pero, ¡ay!, tan necesarias, pues no cabe idear más sólidos perfectos que los cinco sabidos, cuando hay tres dimensiones.
Pensó, mirando el cielo matemático, lejos, que quizá le faltara una lágrima al miedo.