• Poema de amor de un telegrafista a una telegrafista

    Las espiras de mi alma se entrelazan,
    aunque estén distantes, con las tuyas,
    y estas espiras tuyas cierran el circuito
    alrededor de la aguja de mi corazón.

    Constante como Daniel, fuerte como Grove,
    bullendo en su fondo como Smee
    mi corazón desborda la marea del amor
    y todos sus circuitos se cierran en ti.

    Cuando a lo largo de la línea
    discurren los mensajes de mi corazón, dime,
    ¿qué corrientes se inducen en ti?
    Un solo click tuyo acabará con mis penas.

  • Dos rectas nuestras vidas

    DOS rectas nuestras vidas
    matemáticamente.

    Tú y yo en el zenit
    de lo bello y lo justo,
    con blancura de nieve,
    azul puro de nieve.

    Dos rectas nuestras vidas:
    azul de puro aire,
    blanco puro de nieve

  • Vida póstuma

    Deshecho mi cadáver, sus vapores
    que rueden por las zonas superiores
    del anchuroso cielo,
    en tanto que recoja el blanco suelo
    de mis materias sólidas las sales,
    y al plácido regar de aguas pluviales
    se nutran cien semillas
    y suban por sedientas raicillas
    en sávia transformados mis despojos,
    á coronar de malvas y de hinojos
    de mi postrer morada las orillas.

  • Pequeño poema infinito

    Equivocar el camino
    es llegar a la nieve
    y llegar a la nieve
    es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.


    Equivocar el camino
    es llegar a la mujer,
    la mujer que no teme la luz,
    la mujer que no teme a los gallos
    y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

    Pero si la nieve se equivoca de corazón
    puede llegar el viento Austro
    y como el aire no hace caso de los gemidos
    tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

  • Fiesta

    El ave-verde cantaba
            - paralelepípedo
                   paralelepípedo
                        paralelepípedo

    El ave-verde cantaba
    volando en un velocípedo

    Paralelamente
    la recta disparada por el puente

    Los polígonos alborozados
    copulaban al son de los triángulos
              &

  • Ignaz Philipp Semmelweis 1818-1865

    En todas sus palabras y acciones
    había una bondad suprema.
    Viena. Casa de Maternidad, la mayor
    del mundo. ¡Qué ocasión tan estupenda
    poder diseccionar cada mañana
    los cuerpos aún frescos de mujer
    en el depósito de hospital!
    Con una constancia más que excepcional
    hacía sus extrañas indagaciones.
    Era bastante calvo, ingenuo
    como un niño, y rechoncho más bien.

  • Einstein y las ondas gravitatorias

    Más allá de la música de las esferas,
    Einstein escucha un tam-tam oscuro
    en el tambor tenso del espacio-tiempo,
    ondas de gravitación pura
    que jamás ha oído nadie
    sino él en sus cálculos.
    Cilindros de acero frío, hipersensibles,
    escrutan el cielo a la búsqueda
    de un eco, de un hálito de onda que no llega.
    Y cada vez son más los que se afanan,
    con instrumentos y números, a explorar
    las más difíciles titilaciones de la tiniebla,
    ritmos escurridizos y elusivos.

  • Cálculo decreciente para Eduardo Torroja

    1. Entre el puente de hormigón
    pretensado
    (construido aguas arriba
    de su corazón valiente)
    y la cubierta circular,
    expiró el ingeniero.

    2. Ni la luz de aquel vano
    alzado en vigas longitudinales
    prefabricado por dovelas
    salvarlo pudo
    de las sombras.

    3. Ni los cordones de los cables
    de redondo
    calculados para tan fiel tensión
    evitaron su rotura.

    4. Su vida matemática
    concluyó
    exactamente.

    5. Cosido transversal,
    definitivo anclaje.

    6. In situ.

  • Promesa a las estrellas

    Ojitos de las estrellas
    abiertos en un oscuro
    terciopelo: de lo alto,
    ¿me veis puro?

    Ojitos de las estrellas,
    prendidos en el sereno
    cielo, decid: desde arriba,
    ¿me veis bueno?

    Ojitos de las estrellas,
    de pestañitas inquietas,
    ¿por qué sois azules, rojos
    y violetas?

    Ojitos de la pupila
    curiosa y trasnochadora,
    ¿por qué os borra con sus rosas
    la aurora?

    Ojitos, salpicaduras
    de lágrimas o rocío,
    cuando tembláis allá arriba,
    ¿es de frío?

  • Los contadores de estrellas

    Yo estoy cansado.

    Miro esta ciudad
    —una ciudad cualquiera—
    donde ha veinte años vivo.
    Todo está igual.

    Un niño
    inútilmente cuenta las estrellas
    en el balcón vecino.
    Yo me pongo también...

    Pero él va más deprisa:
    no consigo alcanzarle:
    Una, dos, tres, cuatro, cinco...
    No consigo alcanzarle.
    Una, dos ...
    tres...
    cuatro...
    cinco…