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Autor
Víctor Briones (Área de Comunicación, Grupo de Vigilancia Sanitaria - VISAVET, Facultad de Veterinaria de la UCM)

Animales y Medicina Humana

<a href="?id=24113&amp;amp;sec=2&amp;amp;tipo=g" target="_blank">Las sustancias de origen animal</a> como integrantes de fármacos y cosméticos han recibido la atención de algunos medios en el sentido de plantear potenciales riesgos para la salud del consumidor. Se revisa y discute sobre este asunto y se aporta una visión fundamentada sobre la necesidad del empleo de las mismas.
Recientemente se ha planteado la cuestión de la idoneidad del uso de sustancias de origen animal en la elaboración de medicamentos destinados a la especie humana. La cuestión de si los cerdos, y más concretamente, la insulina de ellos obtenida, constituyen o no una amenaza para la salud de los usuarios, se ha presentado bajo la sugerente referencia a los "cerdos locos" y su amenaza.

No es un tema nuevo. Y tampoco pasará de moda, ya que la necesidad en muchos casos, y el precio en otros, hace que las materias de origen animal sigan siendo esenciales en la formulación no sólo de medicamentos sino, probablemente en mucha mayor medida, de cosméticos.

La química de síntesis y la biotecnología permiten la obtención de un gran número de sustancias que podrían sustituir ventajosamente a las derivadas de animales. La ingeniería genética nos permite producir, por ejemplo, la citada insulina "humana" a partir de bacterias en las que se consigue expresar los genes de origen humano que codifican la formación de esta proteína. El resultado: millones de bacterias en cuyo interior se encuentra esta proteína, de las que es relativamente fácil extraerla y utilizarla con fines terapéuticos. En el otro lado, la posibilidad de sintetizar moléculas complejas permite igualmente la obtención de sustancias que constituyen principios activos de otros muchos medicamentos.

Más aún, en contra del uso de animales con este fin cabría aludir a cuestiones relacionadas con el bienestar animal y la creciente corriente de opinión opuesta al uso de animales en experimentación. Actitud por cierto, errónea por desinformada o por interesada. Hay además cuestiones religiosas en relación con el uso de sustancias obtenidas de algunas especies animales, especialmente el cerdo (judíos, musulmanes, adventistas y otros). Y por último, se plantea la cuestión de las garantías sanitarias respecto a la inocuidad de los productos medicamentosos derivados de animales. ¿Son realmente seguros? Hace ya años que se planteó este problema cuando los xenotransplantes aparecían como una solución inmejorable para sustituir la escasez de órganos con que solucionar ciertas patologías, y la respuesta entonces fue que no siempre lo eran.

Así pues, ¿a qué usar medicamentos elaborados con productos derivados de animales? Respondamos por partes. En primer término, y con relación a la química de síntesis y la ingeniería genética, hay dos posibles respuestas: no está disponible la tecnología precisa para todas las sustancias que sería necesario obtener, o ésta es más cara que la obtención a partir de animales. Aparentemente, los precios de la heparina porcina y la "humanizada" distan mucho, demasiado como para no considerar rentable el uso de la primera. También de rumiantes puede obtenerse de manera rentable heparina de uso en medicina humana, pero desde la encefalopatía espongiforme su uso ha sido prohibido por varias administraciones sanitarias bajo el principio de precaución. En consecuencia, desde un punto de vista meramente económico, el uso de animales como fuente de este tipo de sustancias parece garantizado. ¿Se imaginan lo barato que resulta el colágeno de origen animal en comparación con lo que costaría sintetizarlo o producirlo en bacterias? La industria cosmética probablemente podría darnos información al respecto, que, a no dudar, sería contundente.

Otra cuestión: el bienestar animal. Sobre este aspecto no hay duda. Los animales de los que se obtienen estas sustancias pueden tener dos orígenes: o bien se trata de animales de abasto, de los que se recogen en matadero los órganos o tejidos de interés, una vez criados y sacrificados para su consumo de forma rutinaria, o bien se trata de animales destinados expresamente a este fin, de manera que sus sistemas de manejo (alojamiento, alimentación, controles veterinarios, manipulaciones, etc.) están estrictamente regidos por normativas durísimas (al menos en occidente). Por tanto, no ha lugar. Es necesario el uso de animales con fines experimentales en biomedicina. Y ello ha de hacerse bajo condiciones óptimas de bienestar que garanticen la ausencia de cualquier sufrimiento injustificado (recalco, injustificado).

En cuanto a las cuestiones de índole religiosa, y desde el respeto a las diversas creencias, somos muchos los que opinamos que debe prevalecer el derecho a la salud y la vida. Incluso si ello pasa por la necesidad de recibir medicación o tratamientos que no se ajusten a la norma religiosa. Ésta, en muchos casos, proviene de concepciones lejanas en el tiempo, en las que los problemas derivados de la tecnología sanitaria y las situaciones que ello conlleva no se podían ni imaginar. Sería bueno quizá que quienes deben regir las actitudes de las distintas confesiones a este respecto abriesen algo más la interpretación de los textos a las nuevas realidades para facilitar a los creyentes el acceso a nuevas ayudas que resuelvan sus problemas de salud. Sin embargo, no caben las imposiciones, y en estas cuestiones, hay quienes valoran más otras cosas que la salud.

Y hablando de salud, la última de las cuestiones es la relativa a la sanidad animal. ¿Hay garantías de que los productos obtenidos de los animales sean inocuos para elaborar medicamentos o cosméticos? Existen en los países avanzados agencias especializadas que velan por la idoneidad de cualquier producto medicamentoso antes de la aprobación de su uso (la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, su correspondiente europea, la EMEA, etc.). Por tanto hay estructuras de control sobre los medicamentos que aseguran su calidad, efectividad e inocuidad. Y además, volvamos la pregunta del revés. ¿Hay constancia de casos de reacciones adversas en personas que han recibido tales tratamientos? No parece haberlos, ya que, también en este supuesto, las redes de farmacovigilancia están encargadas de la alerta y seguimiento de reacciones adversas a los medicamentos.

Por último, la sanidad animal es un tema que ha recibido una gran atención como consecuencia de las implicaciones en seguridad alimentaria de la salud de los animales y de algunas zoonosis famosas, como la influenza aviar. Existen redes de vigilancia epidemiológica veterinaria y estructuras administrativas de inspección que cumplen y hacen cumplir duras normativas respecto a la salubridad de los productos de origen animal destinados al consumo humano, sea éste el que sea.

Por tanto, ¿de qué preocuparse?

De muchas cosas, pero sobre todo de una: la materia prima de la que se obtienen estos productos de origen animal para uso medicinal no siempre vienen de países con organizaciones tan sofisticadas y eficientes como las referidas antes. Los niveles de control sanitario sobre los animales de abasto distan mucho de alcanzar los de nuestra sociedad, y si no, véanse los ejemplos del SARS, la influenza aviar, etc. E incluso éstos pueden fallar, como ocurrió en el caso paradigmático de la EEB.

Por tanto, en éste como en otros muchos casos, somos a la vez víctimas y beneficiarios de la globalización. De una parte, nos proporciona acceso a recursos gigantescos procedentes de países que necesitan los ingresos que éstos generan y que pagamos a muy buen (bajo) precio. Pero, de otra, nos esclaviza a la dependencia que esto supone en términos de comercialización, deslocalización, sistemas de control laxos o inexistentes etc., y, en el caso que nos ocupa, a depender de materia prima de origen animal cuyas garantías sanitarias pueden no alcanzar los niveles que nuestra sociedad exige.

Concluyendo, sí al uso de sustancias de origen animal para elaboración de medicamentos y cosméticos pero siempre bajo estrictos controles veterinarios y farmacéuticos de la materia prima y del producto final respectivamente.

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