Fecha
Autor
Francisco García Olmedo (Universidad Politécnica de Madrid)

Algunas precisiones sobre las plantas transgénicas

Casi 9 millones de agricultores siembran plantas transgénicas en 21 países, la mayoría de los cuales son pequeños agricultores del mundo en desarrollo. No ha ocurrido un solo incidente adverso para la salud o para el medio ambiente. La oposición a esta tecnología es meramente ideológica, como lo es el apoyo ciego a la mal llamada agricultura orgánica o ecológica, que cuando se tienen en cuenta todos los hechos es más adversa a la salud y al medio ambiente que la agricultura de conservación y que la transgénica.
Producir una tonelada de alimento con una variedad moderna de maíz o de trigo requiere menos energía, menos suelo laborable, y menos productos fitosanitarios y fertilizantes que con una de las que se cultivaban hace treinta años. Sin embargo, en ese periodo el número de toneladas de alimento que deben producirse se ha más que duplicado para alimentar a una población que ha pasado de 3.000 millones a 6.000 millones de personas. Esto ha hecho que, a pesar de los perfeccionamientos conseguidos, el impacto de la actividad agrícola sobre el medio ambiente se haya agravado.

El aumento anual en la producción de alimentos por habitante -a escala global y en los países en desarrollo- muestra cierta tendencia al estancamiento y parece que la revolución verde va perdiendo vigor. Además, algunos factores esenciales de la producción agrícola, tales como la energía, el agua dulce y el suelo laborable, se aproximan cada vez más al límite de su disponibilidad.

Para aportar una dieta adecuada y diversificada se calculaba que sería necesario media hectárea de suelo agrícola por persona. En la actualidad sólo se dispone de poco más de la mitad de esa cifra y, dentro de cuarenta años, es probable que la reducción alcance hasta un décimo de hectárea por persona como resultado del aumento demográfico y de la dificultad de conseguir un aumento neto del suelo laborable.

Dadas las limitaciones señaladas, no queda más opción que aumentar la productividad -producción por unidad de superficie cultivada- si queremos salvar nuestro futuro alimentario. Sin embargo, una agricultura intensiva cómo la que se va a requerir no puede basarse en la tecnología actual. El uso intensivo de fertilizantes y de productos agroquímicos tiene un indudable impacto ambiental negativo.

Se hace necesaria la obtención de nuevas variedades de mayor rendimiento, menos sensibles a factores adversos y que requieran menos tratamientos agroquímicos. Además, para estos tratamientos se deberán utilizar productos de nueva generación: más activos (eficaces a dosis menores que los actuales), más específicos (que no afecten a otros organismos distintos del nocivo) y biodegradables (que no se acumulen en el medio ambiente).

En conclusión: los dos retos principales de la agricultura han sido, son y seguirán siendo la obtención de un mayor rendimiento por hectárea y el logro de una mayor compatibilidad con el medio ambiente: una agricultura más productiva y más limpia.

En las últimas décadas se han incorporado las técnicas de recombinación in vitro del ADN a la mejora vegetal clásica. La principal aportación de la ingeniería genética en relación con la agroalimentación es incidiendo sobre la mejora genética de las plantas, tanto en relación con su rendimiento como respecto a la calidad de los productos recolectados. Antes del desarrollo de la ingeniería genética, el mejorador forzaba la generación de variabilidad y luego descartaba la mayor parte de las variantes generadas, seleccionando sólo una mínima fracción de ellas. Ahora se trata de aumentar la variabilidad de la planta de interés mediante la adición o alteración de unos pocos genes elegidos a priori, por lo que se hace innecesaria, o se reduce en extremo, la selección posterior. En general se parte una variedad productiva obtenida por los métodos tradicionales para abordar la mejora molecular. Las técnicas de la mejora clásica siguen siendo óptimas para el manejo de caracteres que dependen de muchos genes, como, por ejemplo, el rendimiento potencial, mientras que las de ingeniería genética ofrecen indudables ventajas para la mejora de caracteres que dependen de uno o pocos genes, como ocurre con la resistencia genética a plagas y enfermedades.

Respecto a los objetivos de la mejora, en la nueva etapa se siguen asumiendo los de las etapas anteriores, pero se abre la posibilidad de plantear otros nuevos que no se podían abordar con las técnicas clásicas. Entre los objetivos heredados hay que distinguir los que responden a los retos fundamentales de la agricultura -que debe ser más productiva y más limpia- de los que responden a otras demandas sociales, sean de la industria o de los consumidores.

Entre los objetivos nuevos se incluyen todos aquellos que implican la introducción de genes que proceden de fuera del reino vegetal para obtener aplicaciones o productos distintos de lo tradicionales: nuevos productos industriales no alimentarios -como por ejemplo, plásticos biodegradables- que pueden suponer una significativa demanda potencial de suelo laborable; productos farmacológicos, de alto valor añadido y baja demanda de suelo; plantas útiles para la descontaminación ambiental (fitoremediación) o para otras aplicaciones medioambientales. Se ha progresado en distinto grado para los distintos objetivos propuestos: mientras que en unos casos se ha aprobado el uso comercial de variedades transgénicas, en otros se está en fase de laboratorio, de ensayo de campo o no se ha pasado del terreno de la hipótesis.

La nueva tecnología está ya incidiendo sobre los objetivos que tienen que ver con un aumento de la productividad y con la práctica de una agricultura más compatible con el medio ambiente. Otra aportación de gran trascendencia consiste en la obtención de híbridos por ingeniería genética de especies en las que no era factible. Esto permite extender o facilitar la explotación de la heterosis o vigor híbrido a numerosas especies, tales como la colza o la endivia.

En general, tienen alta prioridad todas las modificaciones que afectan a los mecanismos de reproducción de las plantas. Así por ejemplo, la obtención de frutos sin semillas (partenocárpicos), o el adelanto en años del momento de floración en especies leñosas, mediante ingeniería genética, son ya realidades aunque no hayan alcanzado todavía el mercado. El conocimiento básico sobre los modos de respuesta de las plantas a los retos de la sequía, de los factores adversos del suelo (la salinidad o la acidez) y de los del clima (fríos o calores extremos) ha experimentado avances muy notables. Sin embargo, la complejidad de los mecanismos involucrados ha dificultado hasta ahora la traducción de estos avances en aplicaciones prácticas.

Las innovaciones de la ingeniería genética relacionadas con la obtención de plantas transgénicas resistentes a herbicidas, microorganismos patógenos y plagas de insectos inciden sobre el rendimiento, al evitar pérdidas importantes, sobre los costes de producción, al ahorrar mano de obra y productos químicos, y sobre el impacto ambiental, al disminuir el uso de estos últimos y paliar la erosión. En efecto, el uso de productos fitosanitarios (herbicidas, plaguicidas, fungicidas, etc.) representa no sólo un capítulo de gastos importante en la producción agrícola sino que plantea serios problemas de contaminación del medio ambiente.

En los últimos años se ha puesto de manifiesto que ciertas plantas pueden ser utilizadas para regenerar suelos contaminados, aplicación a la que se suele denominar "fitorremediación". El uso de plantas transgénicas para este fin es todavía incipiente, pero ya se tienen algunos resultados esperanzadores. Dentro de este tipo de aplicación, pueden citarse unas plantas transgénicas de Arabidopsis que contienen el gen de una enzima que transforma el ión mercúrico y que parecen ser eficaces en la recuperación de suelos contaminados por mercurio. También se han obtenido plantas que expresan genes que codifican enzimas que son capaces de degradar compuestos orgánicos, tales como nitroglicerina o cloroformo).

El concepto de contaminación incide en la ciencia agronómica en al menos tres contextos: a) el de la contaminación producida por la propia práctica agrícola; b) el de las limitaciones que la contaminación de suelos y aguas impone a los cultivos; c) el de la posibilidad de cultivar plantas apropiadas como agentes descontaminantes. Esto último es lo que se ha dado en llamar "Fito-remediación". La ingeniería genética vegetal constituye una herramienta de gran versatilidad y potencial en la resolución de problemas concretos que se enmarcan en los tres ámbitos esbozados. En esta conferencia trataremos de compartir con ustedes algunas ideas y ejemplos de cómo la mencionada tecnología puede ayudar en la gestión de contaminantes agrícolas, en la superación de las limitaciones impuestas al cultivo por la contaminación y en el remedio de ésta.

Nuestro conocimiento del hábitat global y nuestra capacidad técnica para explotarlo no están en consonancia con nuestra habilidad para gestionarlo de una forma sustentable. Aumentan la población y el consumo per cápita. Hemos roturado ya todo lo que era razonable roturar y millones de hectáreas que nunca debían haberse tocado, consumimos ya el 40% de la producción vegetal (en suelo cultivado, pastos y bosque) y más del 50% del agua dulce renovable que es accesible; somos responsables del 20% del CO2 generado y el N2 fijado artificialmente es ya el 58% del fijado de modo natural.

La ingeniería genética es sólo una herramienta entre otras para afrontar el reto que la actual coyuntura plantea, pero es una herramienta muy eficaz para resolver algunos de los problemas. Hace casi un cuarto de siglo que se obtuvieron las primeras plantas transgénicas y más de un decenio desde que se explotan comercialmente. En la actualidad hay casi 100 millones de hectáreas de estos cultivos en el mundo, tanto en países avanzados (Estados Unidos, Canadá, Australia o España) como en vías de desarrollo (Argentina, Brasil, China o India). Casi 9 millones de agricultores siembran plantas transgénicas en 21 países, la mayoría de los cuales son pequeños agricultores del mundo en desarrollo. No ha ocurrido un solo incidente adverso para la salud o para el medio ambiente. La oposición a esta tecnología es meramente ideológica, como lo es el apoyo ciego a la mal llamada agricultura orgánica o ecológica, que cuando se tienen en cuenta todos los hechos es más adversa a la salud y al medio ambiente que la agricultura de conservación y que la transgénica.

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