He soñado tus manos
precisas, enguantadas
esquivando a su antojo
las embestidas del viento.
Al impulso más leve
-fuerza plena, medida-
giraba cauteloso
el aro de madera.
Nos acecharon, torvos,
los cuernos del espacio,
pero tus palmas rígidas
guardaban el secreto
de toda resistencia.
¡Dame tus dedos, acres
de olor a gasolina.
Esos dedos cerrados
que precintan la oscura
mercancía del vértigo.
¡Ellos me harán correr
hasta encontrar mi vida!
De La voz del viento, 1932