Fecha
Autor
José Manuel Torralba (Vicerrector de Investigación e Innovación y Catedrático de Ciencia de Materiales e Ingeniería Metalúrgica)

El Vicerrector de Investigación y el Síndrome del Titanio

Los vicerrectores de investigación, para fomentar la política marcada por los rectores de impulsar la actividad investigadora, tienen una herramienta de las llamadas de "palo y zanahoria", que es el Programa Propio. A través de las convocatorias del Programa Propio, se puede incentivar y activar la cultura investigadora y de alguna manera, castigar (palo) o premiar (zanahoria) las buenas o malas prácticas investigadoras de las personas, los grupos, los departamentos, los institutos.
Una fase crítica en las convocatorias de los Programas Propios de las Universidades, es la evaluación de las propuestas, donde se debe tratar de equilibrar la excelencia investigadora, con la oportunidad de las propuestas y las distintas sensibilidades de las culturas universitarias, ya que lo que para una cultura es excelente, para otra es irrelevante. En un problema de los llamados de "suma cero" (es decir que si alguien se lleva mucho, siempre es a costa de otro, porque el recurso a repartir es limitado) las comisiones de evaluación deben llegar a la cuadratura del circulo, introduciendo en la misma ecuación calidad de la propuesta, interés para la Universidad, equilibrio entre culturas, relación coste/oportunidad, y tantos otros matices. Siempre, en cualquier resolución del Programa Propio hay satisfechos e insatisfechos, porque nunca se cubren las expectativas de todos. Curiosamente, personas y grupos que en numerosas ocasiones han salido contentos de distintas resoluciones del Programa Propio, con alabanzas al sistema de evaluación por pares, protestan y critican ese sistema en la primera ocasión en que les resulta adverso, cuestionando el resultado y el propio sistema de evaluación por pares. "Solo confío en el sistema cuando me beneficia", parece ser el lema. Y esto está altamente relacionado con el Síndrome del Titanio.

Los que trabajamos con materiales, tenemos tendencia a pensar, en primer lugar, en los materiales en los que nos hemos educado. Los que procedemos de escuelas de Metalurgia, solemos pensar que los metales son la respuesta para todo. Los Químicos Inorgánicos y Físicos de Materiales, a veces solo ven bajo la óptica de las cerámicas. Y los Químicos Orgánicos de los polímeros. Eso es un gran error. Tan grande como el que cometería un Vicerrector de Investigación, ingeniero, si aplicara como criterio de reparto de un bien común, criterios vinculados a la cultura de los ingenieros. Yo que soy de formación metalúrgica, creo que tengo más conocimientos acerca de los metales que de otros materiales, y eso a veces me lleva a la defensa a ultranza de algunas aleaciones. Eso me ocurre cuando hablo del Titanio y sus aleaciones. Las aleaciones de Titanio, son excepcionales. Pueden alcanzar resistencias mecánicas equiparables a las de un buen acero, ¡pero con la mitad de densidad!. Es como un buen acero pero que pesa la mitad. Y además mantienen esas propiedades a temperaturas superiores que la mayoría de aleaciones, compitiendo con las llamadas superaleaciones. Además, por si fuera poco, no presentan el talón de Aquiles que la mayoría de metales, ya que poseen una excelente resistencia a la oxidación y corrosión. Dicho esto podríamos afirmar: "las aleaciones de Titanio son, posiblemente, los mejores metales para aplicaciones de ingeniería, y posiblemente, el mejor material que uno puede elegir".

Pero cuando un ingeniero se enfrenta al Titanio se encuentra con algunos problemas en los que, a lo mejor, no había pensado. El primero es el coste, de un orden de magnitud 100 respecto a un buen acero. Resulta que la estructura hexagonal de las aleaciones de titanio las hace difíciles de deformar, por lo que difícilmente se lamina, se forja, se extruye,... ¡Resulta que no se le puede dar ninguna forma, porque es inflexible!. Pero luego, además, me encuentro que es prácticamente imposible cortarlo y soldarlo, salvo utilizando tecnologías punta. Como es un metal muy, muy, muy noble, hace de cátodo junto a cualquier otro metal que se le acerque. Eso significa que cualquier estructura metálica próxima al titanio se convierte, en presencia de un fluido, en ánodo, y como consecuencia se consume como un azucarillo en el café. O sea, que destruye cualquier metal no protegido que se encuentre en su entorno. Pero bueno, ¡es tan brillante, tan bonito!; pero cuando pasa un poco de tiempo, empieza a pasivarse y pierde el brillo, ¡se ensucia!. En fin, que la cosa, según se analiza, no parece tan atractiva. Es muy noble, muy bueno, muy bonito, no se corroe,... pero es caro, cuesta fabricarlo, destruye su entorno metálico y además luego se "pone feo", empieza a pensar el ingeniero sensato.

En la Universidad (española, europea, mundial), muchos universitarios, y lo que es peor, a veces colectivos universitarios, tienen el Síndrome del Titanio. Son los mejores; se creen los mejores; a mucha distancia de los demás. El resto no existe, no cuenta. Solo cuentan ellos/yo y su/mi vara de medir/medirme. Son la nobleza, los únicos. A veces es cierto que están en una determinada elite, pero aquellos que poseen el Síndrome del Titanio, también poseen la mayoría de los inconvenientes (o defectos) del Titanio: son caros, son inflexibles (inmoldeables), no se juntan con nadie (imposibles de soldar), si no se toman prevenciones, destruyen todo lo que está a su alrededor (son catódicos) y lo que es más triste, cuando pasa un poco de tiempo, ya no resultan "tan brillantes".

Las personas o grupos con el Síndrome del Titanio, además de los síntomas descritos, son insaciables en sus demandas. Lo quieren todo, porque como lo valen todo, si no reciben lo que piden, nunca se hará justicia con su excelencia. Como el resto del universo no vale nada, tampoco merecen nada. Si se atiende a sus demandas nunca lo agradecen, ya que la demanda solo era un acto de justicia; si no se atiende a lo que piden, lo entienden como un agravio a sus nobles y excelsas personas, y las demandas nunca tienen fin, ya que se sustentan en el "hecho diferencial" de que son distintos porque son mejores (¿a qué me suena esto?).

A estas alturas, se hace necesario ser positivo. ¡Existe cura!. Como en muchos síndromes la cura es posible, aunque costosa. Tanto si el síndrome afecta individualmente, o colectivamente, de una manera leve (en estados iniciales, incipientes, no agudos), la manera de conjurarlo es viajando. Y utilizo la palabra viaje en sentido metafórico. Señores con Síndrome del Titanio: viajen al interior de otras culturas; valoren su trabajo, entiendan cómo miden su excelencia, aprendan a convivir con ellos, respeten sus modos de trabajo. Viajen a esos mundos, salgan y respiren, y verán como mejoran. Si leyendo estas líneas se reconocen la enfermedad, pongan remedio, porque serán más felices. Si el síndrome está en fase aguda y, en algunos casos, aguda y crónica, se hace necesaria la ayuda de profesionales: acudan a un terapeuta (psicólogo o psiquiatra). Si el síndrome es colectivo, también es adecuada la terapia de grupo.

Desgraciadamente, para curarse hay que querer curarse y ser consciente de que uno está enfermo y normalmente los que padecen este síndrome nunca o casi nunca lo reconocen. En estos casos, la organización en la que se alojan estas personas (grupo, departamento, universidad), deberá tomar precauciones para evitar que, como el Titanio, destruyan todo su entorno.

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