I
¡Ea, salta el alféizar, corre, grita,
entra en la vida igual que en un verano,
siente su rayo, báñate en su fuego!
Mira ahora esta acacia, y este niño
desnudo entre los juncos de la orilla,
y este perro brincando contra el sol,
y esta calle puntual para la sangre.
Echa fuera de ti las amarguras,
que no ha muerto ningún músico amado,
ningún pájaro o planta preferida.
Coge, huele, desboca tus sentidos,
dispón tu mano a los regalos, gime
junto a una dulce y perturbada carne,
no indagues por lo claro, que en ti canta,
no te envenene la interrogación.
II
Di que no al pensamiento, oye cómo
te mina -obrero impuro- el alma y baja
con pico y pala a tus pasivas, frías
entrañas llenas de silencio, para
poner al aire tus ruinas tristes:
tu lecho antiguo, tu mortal costumbre
y aquellos techos que enterrara un día
la lava de la vida quemadora.