Requien de las esferas iv
En su incesante lanzamiento de dados,
pausadamente, a ciegas,
ahora el polvo de estrellas está amasando mundos
que se atraen y repelen como ariscos felinos
en celo o solitarios, racimos suspendidos
y a plomada cayendo en la negrura helada
de vientos estelares.
Así se hizo la tierra con sus dos grandes lunas,
fuera de nuestro tiempo
y entrechocando olas altas como volcanes,
excitados sus limos por el roce
de ritmos azarosos, ensamblados por fin
y con placer rasgados en mitades
que a su vez se escindían en otras dos mitades,
vomitando una a una en el espacio
sus frágiles cordadas.
Luego un azul más denso despertó el apetito
voraz de las mitades, que de sí moldearon
para mejor sorberlos el falo y la vagina,
y morir luego, exhaustas
-la palabra morir pronuncia aquí el poema -,
tras dejar a su paso copias casi perfectas
de una nueva mixtura en forma de mandato:
el de arder un instante con creciente deseo
mezclándose, copiándose con feroz obediencia
y arder en más espacio para morir, exhaustas,
a su paso legando desde que el tiempo es tiempo
su imperiosa escritura en clave palpitante.