Fecha
Autor
Antonio Fernández-Rañada Menéndez (Real Sociedad Española de Física)

Reduccionismo de la ciencia y globalización

Una cierta interpretación de la ciencia y la tecnología (que en su forma radical se está demostrando incorrecta) tiene una consecuencia muy negativa sobre el desarrollo de la <a href="?id=25201&amp;amp;sec=2&amp;amp;tipo=g" target="_blank">globalización</a>. Me refiero al reduccionismo, opinión que pretende deducir todos los comportamientos del mundo a partir del de sus constituyentes básicos, o sea de los átomos y las partículas elementales.
...Trasladado de la ciencia al planeta, ello impulsa a creer que es posible controlar el todo ocupándose sólo de las acciones particulares. Como consecuencia, los procesos son a menudo racionales y están bien planificados a escala local, pero resultan absurdos e irracionales globalmente. Ningún agente o autoridad es responsable de lo que ocurre en la escala más grande, por lo que a nadie se puede reclamar o exigir. Es posible enviar a la cárcel a los constructores de un puente que se derrumba por no haber usado los materiales justos (al menos existen los mecanismos legales para ello), pero ¿a quien procesar por el agujero de ozono o, si se llegase a parar la corriente del Golfo, o por los miles de muertos de la próxima ola de calor que podría tener un origen antropogénico? ¿O por una decisión económica, razonable para un país particular, pero que tiene efectos desastrosos para otros, como es el caso por ejemplo de la ruina de tantos cultivadores pobres centroamericanos por la caída de los precios del café debida a su cultivo más competitivo en algunos países asiáticos?

Por eso es bueno el consejo "incluso si sólo puedes actuar localmente, aprende a pensar globalmente". Pero no se suele hacer así. Una variante especialmente desdichada del problema se debe a pensar ideológicamente y actuar globalmente, como señala Rüdiger Safranski en su reciente libro. Ideología tiene aquí el sentido frecuente, no incluido en los diccionarios, de un conjunto de ideas ya fijado, cerrado a nuevas perspectivas o escenarios y que, por tanto, llega a caer en el dogmatismo.

Son dos las maneras en que influyen la ciencia y la tecnología en el proceso de globalización, como lo hacen siempre: mediante las ideas que descubren y mediante las cosas que construyen. Pensemos tan sólo en la espectacular mejora de los trasportes de las comunicaciones, en los que se basa la aldea global. Hoy es posible operar desde California o Londres a un enfermo en el Gabón, dirigiendo la cirugía mediante una videoconferencia con un médico local o manejando incluso los instrumentos quirúrgicos. Una de las maneras de esa influencia es a través de las imágenes, o visiones o interpretaciones del mundo que proyecta. En ocasiones, esas imágenes se basan en afirmaciones metacientíficas, que no tienen el mismo valor que sus pronunciamientos científicos, los basados en experimentos o teorías bien comprobadas. Como consecuencias se establecen prácticas e interpretaciones no justificadas.

La ciencia, especialmente la física, ha progresado a base de idealizar o simplificar sus objetos de estudio, prescindiendo de algunos de sus aspectos para facilitar las cosas, suponiendo con frecuencia que los efectos de los cuerpos lejanos son irrelevantes. Así por ejemplo, al iniciar el cálculo de la órbita de un satélite artificial, se desprecian todas las fuerzas excepto las debidas a la Tierra. Sorprendentemente, eso funcionaba bien mientras la física se ocupaba de sistemas relativamente simples. Por ello dice Karl Popper: "Se puede describir a la física como el arte de la supersimplificación sistemática, como el arte de saber lo que se puede omitir con ventaja". Pero el mundo de hoy es una compleja maraña de acciones locales y hay que tener cuidado con las simplificaciones excesivas.

Como consecuencia, una visión del mundo muy extendida se basa en el reduccionismo, a menudo admitido de modo acrítico como un postulado inevitable. Consiste en suponer que el todo puede entenderse completamente a partir de solamente el comportamiento de sus constituyentes fundamentales. Su base lejana está ya Leucipo y Demócrito ("No hay más que átomos en el espacio vacío") y luego en Newton ("Son muchas las razones que me llevan a pensar que todo se debe a ciertas fuerzas, mediante las que las partículas del mundo se atraen o se repelen y llegan a formar ciertas figuras ...") y Einstein ("El objetivo supremo de los físicos es llegar a leyes elementales y universales, gracias a las que todo el cosmos se puede construir [a partir de sus constituyentes básicos], mediante una pura deducción"). Implícito en esta opinión está la hipótesis de que esas leyes son pocas, de modo que podríamos acceder a todos los comportamientos del mundo con un esfuerzo intelectual reducido.

Al combinar idealizaciones y reduccionismo, se cae fácilmente en suponer que la simplicidad local del mundo puede elevarse a una simplicidad global. Toda ciencia se apoya en otras más fundamentales. Así la neurología, en la biología; la biología en la química y ésta en la física. Vemos que las ciencias cuyo objeto es más complejo (neuronas o cerebro) se apoyan en otras que tratan de objetos más sencillos (átomos o quarks). El reduccionismo radical supone que si conocemos las propiedades de lo más simple y elemental, podremos deducir las de todo lo demás, ascendiendo hacia niveles de complejidad creciente. O sea, construir una visión del mundo de abajo arriba. Un defensor decidido de esta idea es el premio Nobel de Física 1979 Steven Weinberg, quien pretende que toda la ciencia puede deducirse de la física de partículas elementales, los verdaderos átomos de Leucipo y Demócrito (al menos en principio). Si así fuera resultaría más fácil llegar a alcanzar la sabiduría total, la tentación de la serpiente en el Edén.

De opinión contraria es el premio Nobel de Física 1977, Philip Anderson quien escribió un importante artículo con el significativo título "Más es diferente" en el que se opone frontalmente al reduccionismo. Lo expresa así "la hipótesis reduccionista no implica una construccionista". En otras palabras, la capacidad de encontrar leyes simples para los constituyentes fundamentales no implica la capacidad de reconstruir el universo a partir de esas leyes [lo que quería hacer Einstein]. Incluso afirma Anderson: "Cuanto más nos hablan los físicos de partículas elementales sobre la naturaleza de las leyes fundamentales, menos relevancia parecen tener para los problemas reales del resto de la ciencia, mucho menos para los de la sociedad. La hipótesis construccionista falla al enfrentarse con las dificultades gemelas de la escala y la complejidad".

Esta postura de Anderson se debe a su interpretación de las leyes emergentes: cree que cada una de ellas es fundamental en su nivel correspondiente de complejidad, pues no puede deducirse de las del nivel inferior. Así, aunque los átomos y las moléculas estén compuestos por protones, neutrones y electrones, la química no puede ser ni será nunca una pura consecuencia de la física, ni la biología puede serlo sólo de la química, por mucho que hormonas, proteínas o anticuerpos sean especies químicas; la psicología no es pura biología, ni la sociología es reducible a la psicología, ni la economía a la sociología. Las reducciones conseguidas hasta ahora y las que se logren en el futuro serán siempre parciales.

Las propiedades emergentes aparecen al traspasar un nivel de complejidad, en el que interactúan muchos elementos simultáneamente. A partir de un cierto umbral, lo cuantitativo se hace cualitativo y las cosas cambian de modo sustancial: ese es el sentido de la divisa de Anderson "Más es diferente".

El desarrollo de la ciencia en las últimas décadas sugiere que del conocimiento local no puede deducirse todo el global: o sea que Anderson está en lo cierto, no Einstein ni Weinberg.

Cualquier estrategia ante la globalización pasa por abandonar la ideología reduccionista, al menos en su versión más radical, y combinar la ciencia y la tecnología con las otras aproximaciones a la realidad; la ética, la filosofía y humanidades, al arte o el conocimiento de las culturas implicadas. Eso es necesario porque los grandes problemas del mundo, unos consecuencia de la globalización, otros no, como el hambre o la pobreza, el deterioro del ambiente, las nuevas epidemias, la falta de agua, tienen a la vez dimensiones científicas y otras que no lo son. Tomemos un ejemplo. El hambre del tercer mundo tiene aspectos científicos, de genética, de química, de estudio de los suelos, etc. en lo que se han conseguido grandes avances, gracias a los esfuerzos de la investigación de muchos científicos, técnicos y administradores de todo el mundo, pero tiene también aspectos sociales, ligados a las culturas de cada país, o simplemente a la definición ética de los objetivos a conseguir.

El dominio de los expertos, maestros en la perfección local, puede llevar a consecuencias imprevisibles y nefastas. Por ello, solo podremos librarnos de los aspectos negativos de la globalización, si somos capaces de pensar globalmente.

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