El paraiso perdido
«Emperatriz de este hermoso Mundo,
Esplendorosa Eva, me es muy fácil
Decirte todo lo que tú me mandas,
Y es justo que seas obedecida.
En un principio era como las otras
Bestias que pacen en la hollada hierba,
De pensamientos ruines y rastreros
Como era mi sustento, sin poder
Discernir más que alimento y sexo,
Y nada elevado comprendía;
Hasta que un día, vagando por el campo,
Me encontré con un árbol muy hermoso
Que asomaba a distancia, todo lleno
De frutos de los más bellos colores,
Oro y púrpura. Me acerqué a contemplar;
Sus ramas desprendían un aroma
Sabroso y agradable al apetito,
Que a mis sentidos placía mucho más
Que la fragancia del más dulce hinojo,
O las ubres de la oveja o la cabra
Que gotean hacia el anochecer
La leche que dejaron olvidada
El lechal y el cabrito por sus juegos.
Para satisfacer el deseo vivo
De gustar unas manzanas tan hermosas,
Resolví no aplazar aquel momento;
El hambre y la sed, ambas poderosas
Inductoras, se aliaron al olor
De una fruta que era tan tentadora,
Y me precipitaron vivamente.
Pronto me enroscaba en su musgoso
Tronco, pues para alcanzar sus altas
Ramas se requería tu estatura
O la de Adán: había en torno al árbol
Los demás animales que miraban
Con el mismo deseo, y la impaciencia
Y envidia de no poder alcanzar.
Pronto me encontré en medio del árbol.
En donde la abundancia tentadora
Colgaba tan cercana. y no. me abstuve
De coger y comer hasta saciarme.
Pues nunca tal placer había hallado
Hasta entonces al pasto o en la fuente.
Saciada. al fin. no tardé en observar
En mí un extraño cambio. que supuso
El don de la razón en mi interior.
Y esperar no se hizo la palabra.
Aunque encerrada en esta misma forma.
Desde entonces volví mis pensamientos
A reflexiones profundas o elevadas.
Considerando con amplitud de mente
Las cosas que se observan en el cielo.
En la tierra y en el aire. todas
Las cosas que son bellas y son buenas;
Mas todo lo que es bello y lo que es bueno
Unido lo contemplo en tu divina
Imagen y en el rayo celestial
De tu belleza; no existe belleza
Que pueda compararse con la tuya
O sea su segunda; esto me obliga.
Aunque importuno acaso. a contemplarte.
A venir a adorarte. y declarar
Que en justicia eres la soberana