LA MIRADA CRÍTICA Y LA NOVEDAD DEL MUNDO <br>
Reseña realizada por Juan Pimentel <br>
Historiador de la ciencia<BR>CSIC
En su versión original,
Imperial Eyes. Travel Writing and transculturation fue publicado por Routledge en 1992. Cinco años después una magnífica editorial académica (la Universidad de Quilmes) lo había sacado ya en castellano. Ahora, en 2010, lo acaba de editar FCE, con la misma (y exquisita) traducción de Ofelia Castillo, con un capítulo nuevo que redondea su tercera parte y en todo caso con mejor y más amplia distribución en los países de habla hispana. Estamos de enhorabuena.
Ojos imperiales es un auténtico clásico sobre literatura de viajes, una referencia obligada para quienes estén interesados en saber cómo se ha fabricado la imagen del mundo desde la Ilustración a esta parte, o por decirlo mejor, cómo los europeos han representado a los que no lo eran y cómo éstos han mimetizado y reproducido dichos tropos y formas descriptivas para retratarse a sí mismos y a las regiones que habitan.
Mary Louise Pratt es profesora de literatura española y portuguesa en NYU. Formada en Toronto, Illinois y Stanford, donde enseñó durante dos décadas, es autora de una obra extensa y sumamente interesante en la que confluyen antropología, crítica literaria, estudios de género, globalización, política y compromiso. Comenzó estudiando teoría del discurso (speech act) en los años 70, pero pronto pasó a ocuparse de los temas que figuran en Ojos imperiales: la fabricación y la reinvención de América, la modernidad en las periferias y los fenómenos culturales propios de las zonas de contacto, una de sus fórmulas más exitosas. Arts of the contac zones, por cierto, es un breve artículo que puede consultarse en la red, una versión de la introducción de Ojos Imperiales, donde analiza la Nueva crónica y buen gobierno de Guamán Poma de Ayala, un texto híbrido del Perú colonial que la autora califica como una obra de autoetnografía bilingüe y dialógica.
Tomando la noción de transculturación del sociólogo cubano Fernando Ortiz, Pratt desmenuza con ojo crítico el lenguaje de la historia natural y los relatos de viajes desde 1735, un año significativo en la adquisición de la conciencia planetaria: fue entonces cuando se publicó El Sytema Naturae de Linneo y se fletó la expedición geodésica para medir el arco de meridiano en Quito. Abrazar la Tierra con la geometría y clasificar y nombrar sus especies naturales no son hechos neutros, asépticos, meros avances científicos. Muy al contrario, Pratt desvela cuánta política hay tras esas prácticas aparentemente inocentes que son medir, herborizar y recolectar.
Luego se ocupa de varios casos de literatura de viajes al Cabo de Buena Esperanza, un laboratorio para otros espacios, allí donde la crítica postcolonial acaba por toparse con el mismísimo Coetzee. Pratt escruta el doble lenguaje de la expansión europea, la ciencia y el sentimiento, la conquista y la anticonquista, el intercambio y la misión civilizadora, cuyo resultado fue la desterritorialización de los nuevos mundos, su deshumanización y por lo tanto, su acondicionamiento para que los ejércitos de linneanos, humboldtianos y exploradores victorianos proclamaran su posesión efectiva. Qué nuevo era el Nuevo Mundo, rezaba un delicioso artículo de Italo Calvino.
Las páginas sobre Mungo Park, el explorador escocés del Niger, son penetrantes y sólo se ven superadas por las que le siguen sobre Alexander von Humboldt, cuyos viajes, publicaciones y legado presiden la segunda parte del libro. Liquidado el dominio español en América, había que volver a negociar las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Europa había de volver a imaginar América y ésta debía hacer lo propio con Europa. Humboldt aportó una visión capaz de satisfacer ambas demandas. Reinventó América como naturaleza salvaje y gigantesca, retratándola bajo la estética de lo sublime y con la ayuda de aquella prosa poética, su forma estética de tratar la historia natural. La vegetación vigorosa, las magníficas cumbres o las pampas desoladas son los escenarios de los Cuadros de la Naturaleza, lugares y espacios edénicos o lunares, como los que Robinson encontró en la Isla de la Desesperación: nuevos mundos que aguardaban a su Adán, fuera éste sueco (Linneo), prusiano (Humboldt) o británico (el propio Robinson, James Cook, Mungo Park, Livingstone, en fin, prácticamente todos, bien mirado, todo explorador es británico de una u otra forma).
Otro acierto del libro es darle voz a los viajados y tratar esos viajes habitualmente eclipsados que son los que se producen desde la periferia al centro. Es el caso de Domingo Faustino Sarmiento, el criollo argentino que llegó a presidir la nación, autor de numerosos libros, dos de ellos objeto de estudio en Ojos imperiales. Al igual que buena parte de la crítica actual, Pratt dirige su mirada inquieta a los mediadores culturales, sujetos postcoloniales y otros personajes característicos de las zonas de contacto.
Sólo por dos razones este libro debería ocupar un lugar singular en cualquier biblioteca: por la finesse de la exégesis de los textos que hace la autora (maneja claves hermenéuticas propias de la teoría literaria con maestría, es decir, como los maestros, que son quienes nos enseñan a leer); y dos, por la convicción que desprende su lectura. Tiene un argumento sólido y cautivador (aunque polémico y discutible: los males de la modernidad y la globalización sólo son comparables a sus logros). En todo caso, no es un ejercicio erudito, sino un libro interiorizado, con destellos autobiográficos y rabiosamente actual, desde la fabulosa obertura en el pueblo rural de Ontario donde creció la autora, hasta las reflexiones finales sobre la neocolonia. En diversos pasajes, Pratt dialoga con Marx, Marcel Mauss, Horacio Quiroga, García Márquez, Camus o Carpentier. Es ancho y generoso. Concluye significativamente con unas reflexiones sobre el turismo, la emigración y el flujo, la metáfora central de la globalización y la movilidad. Es una ficción, viene a decir, en muchos lugares las aguas están estancadas. O evaporadas. Sólo hace falta mirar a Somalia, por ejemplo.
Ser moderno equivale a suscribir los valores de la metrópoli y tratar de realizarlos en otro lugar, afirma, inspirándose en Roberto Schwarz y su trabajo sobre las misplaced ideas, ideas fuera de lugar, deslocalizadas. En efecto, la transferencia (de objetos, ideas, imágenes, significados o valores) es la actividad propia de los viajeros, desplazarse y desplazar el mundo, llevarlo a cuestas y ponerlo en movimiento. Humboldt dejó escrito en un pasaje de Cosmos que los viajeros no pueden más que transportar de una comarca a otra la ciencia incompleta de su tiempo. Así es, pero lo que el libro de Pratt nos enseña a apreciar no es sólo lo que Humboldt dice, sino lo que calla y omite. En este caso, lo que sale a flote en el comentario podríamos decir- es la movilidad, el hecho de que la ciencia es una práctica asociada al espacio y el desplazamiento. Lo que queda silenciado, sin embargo, envuelto por ese singular universal y modesto, un singular absoluto y edulcorado por la imperfección (la ciencia incompleta de su tiempo), son las diversas ciencias que conviven en el tiempo. Esta ha sido precisamente una de las tareas de los ojos imperiales, por descontado: uniformar y estandarizar las miradas, el progreso, la historia y la ciencia. La de una historiadora o intelectual de la talla de Pratt siempre fue la contraria: denunciar la fantasía totalitaria de lo único y lo inexorable, desvelando la riqueza del mundo y ensanchando las posibilidades de lo que ha sido, es y podría llegar a ser.