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Víctor Briones, Joaquín Goyache y Lucas Domínguez (Laboratorio de Vigilancia Sanitaria, VISAVET, Departamento de Sanidad Animal, Facultad de Veterinaria, Universidad Complutense de Madrid)

Hacia la seguridad alimentaria global

Los representantes de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) y la Administración Americana de Alimentos y Medicamentos (FDA) firmaron hace unos meses el primer acuerdo transatlántico en materia de seguridad alimentaria. Según los términos del mismo, ambas compartirán información científica confidencial sobre metodologías aplicadas a la garantía sanitaria de los alimentos, formalizando la cooperación e intercambios existentes previamente.
La idea central sobre la que asienta este acuerdo es que la seguridad alimentaria y la protección del consumidor no debe conocer fronteras, teniendo en consideración el hecho irrefutable de que la cadena alimentaria es, ya, un continuo a escala global. Ciertamente, el intercambio de productos destinados al consumo humano trasciende las fronteras nacionales en todos los ámbitos. Tanto la materia prima (carnes, pescados, moluscos, crustáceos, frutas, hortalizas y verduras) como productos elaborados o derivados de todo tipo pueden encontrarse en fresco o a través de sistemas al vacío, en congelación, conservas, etc., en cualquier mercado, teniendo como origen cualquier punto del planeta. Esto suscita varios problemas en los que se mezclan cuestiones sanitarias y comerciales.

Los niveles de seguridad alimentaria en origen no pueden garantizarse por parte del país receptor, pero sí mediante control de entrada y etiquetado en los Puestos de Inspección Fronteriza. Las normativas de la UE son muy exigentes al respecto para evitar la entrada de alimentos carentes de garantías sanitarias procedentes de países emergentes cuya normativa es más permisiva o sencillamente inexistente.

Tanto en relación a los productos finales como al comercio de materias primas, el control es técnicamente viable, si bien costoso, y requiere de su correspondiente regulación administrativa y dotación de infraestructuras y personal cualificado.


Cualquier producto que no pase por estos filtros, y que alcance, de forma ilegal, ciertos circuitos de distribución es, simplemente, inseguro, y no debería ser consumido. En este punto cobra máxima importancia otra vía de inspección y control que es la ejercida sobre los distribuidores de alimentos (comercios, restaurantes) e industrias transformadoras, pero esa es otra cuestión.

El intercambio de productos destinados al consumo humano trasciende las fronteras nacionales en todos los ámbitos

El control en frontera de productos alimenticios es, pues, una herramienta básica de la seguridad alimentaria, pero su mal uso se presta a la discriminación en base a criterios presuntamente sanitarios bajo los que se han venido disfrazando otros únicamente comerciales y políticos. Es algo así lo que en el Reino Unido ha venido ocurriendo en relación a la importación de carne de países de la Commonwealth en detrimento de los países productores hispanoamericanos, o la cerrada lucha comercial todavía existente entre la UE y los Estados Unidos en relación al uso de implantes hormonales en el ganado vacuno de cebo como ejemplos relevantes. Esta política, antigua e injusta, sería una de las grandes perdedoras de una regulación acordada a escala internacional.

El control en frontera de productos alimenticios es, pues, una herramienta básica de la seguridad alimentaria

Debe tenerse también en cuenta otro problema creciente a este respecto. Es muy duro producir alimentos en la UE. La exigencia cada vez más intensa de regulación en la producción ganadera y agrícola en la UE y en otros países con altos niveles de desarrollo conduce demasiadas veces al abandono de los productores. Cuestiones de respeto medioambiental (residuos ganaderos o agrícolas y de industrias transformadoras), de bienestar animal (sistemas de alojamientos cada vez más acordes con las necesidades de las distintas especies de abasto), de niveles de calidad (características organolépticas, físico-químicas o microbiológicas del producto), de trazabilidad (origen, genética) entre otras, resultan muchas veces insostenibles desde el punto de vista económico para el productor, que es, no lo olvidemos, un empresario, además de un elemento esencial en el mantenimiento del tejido socioeconómico rural. Comienza a ser frecuente la deslocalización de producciones ganaderas y agrícolas, y eso es un problema muy grave: crea dependencias estratégicas de consecuencias impredecibles en casos de emergencia, empobrece al país que la sufre, genera abandono del campo y los pueblos y, en lo que a seguridad alimentaria se refiere, convierte los productos que estaban sujetos a control (quizá demasiado) desde su origen, en productos como los señalados anteriormente, que requieren de inspección fronteriza como mínimo. Cabría exigir además que los productos importados procedan de explotaciones que cumplan con los mismos requisitos que aquí se exige a nuestros productores, o de otra manera, estaríamos contribuyendo activamente a la deslocalización y sus negativas consecuencias. No podemos, exigirles cada vez más requisitos a nuestros productores y permitir que los ajenos se limiten a cumplir, si lo hacen, con la parte de seguridad alimentaria, pero olvidando el bienestar animal, el respeto medioambiental, las condiciones sociales de los trabajadores, etc.

Así pues, este es un paso hacia delante vital, pero sólo el primero. La importancia de tal acuerdo puede ser el establecimiento de futuras colaboraciones con otros organismos nacionales o supranacionales que abarquen también estos otros aspectos. Es la respuesta precisa a desafíos globales que tienen su origen en la escala mundial que el comercio de alimentos ya tiene y que debe reflejarse en contrapartida en sistemas de control, calidad y seguridad igualmente amplios y equivalentes.

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