Esta mañana he estado en el Zoológico con mi hija,
la he llevado de la mano por los senderos de tímidas
y presumidas palomas,
hemos bajado hasta el lago donde las focas jugaban,
y luego hemos recorrido las jaulas una por una.
A veces subí en brazos a mi hija porque había
mucha gente y le tapaban la vista.
Yo hubiera querido que la mía hubiese estado cerrada:
Cuánto pavoroso contacto con mis orígenes.
Esta mañana he estado en una galería de espejos
y he visto reflejado en todas sus facetas al hombre.
En la hediondez del chacal,
en la lujuria del chimpancé,
en el orgullo del león,
en la melancolía del camello,
en la vanidad del pavo real,
en la avaricia de la urraca,
en la infelicidad del rinoceronte,
en la torpeza del hipopótamo,
en la soledad del halcón,
en el abandono del elefante.
Esta mañana - era una hermosa mañana de primavera -
he estado en el Zoológico con mi hija.
Ella reía, gozaba, a veces tenía miedo.
Me hacía muchas preguntas.
Yo le iba contestando como podía,
mientras horrorizado por tanta súplica de nuestro origen,
pensaba en la tierna descendencia que me oprimía la mano.
¿Cómo sostener, vida a vida, la mirada misma de la inocencia?
Sólo me atreví a contemplar un instante los ojos clarísimos de mi hija.
Luego, levanté la vista a los árboles, la alargué hasta el cielo,
lenta, fija, casi llorosa,
buscando allá en lo puro y lo alto la redención de la vida.