Cuando hay tantos a los que lloraremos
y el dolor es tan público, y se ha expuesto
a críticas de todo un tiempo
lo frágil de la angustia y la conciencia,
¿de quiénes hablaremos? Se nos mueren
a diario los que hacían el bien,
conscientes de que nunca era
bastante, intentando mejorar.
Así fue este doctor: a los 80
pensaba en nuestra vida aún: caótica,
que siempre un vago futuro
somete con halagos o amenazas.
Pero no pudo ser; cerró los ojos
ante una imagen última y común:
los problemas como familia
confusa, celosa de nuestra muerte.
Pues tuvo alrededor hasta el final
a quienes estudió, fauna nocturna,
sombras que aguardaban la órbita
brillante de su reconocimiento
y que tuvieron que irse defraudados
mientras que él, desde su vocación,
era devuelto al polvo en Londres,
gran judío muerto en el exilio.
Sólo se alegró el Odio, que veía
crecer así su sórdida clientela,
que cree curarse asesinando,
cubriendo de cenizas los jardines.
[...]
Pero él quería más para nosotros.
A menudo, ser libre es estar solo.
Uniría los trozos rotos
por nuestra noble idea de justicia;
devolvería al grande el albedrío
con el que el más pequeño sólo puede
enzarzarse; devolvería
al hijo el rico espíritu materno,
Y nos recordaría sobre todo
el entusiasmo hacia la noche: aparte
del sentimiento de prodigio
que sólo ella ofrece, porque ella
precisa nuestro amor. Sus criaturas,
con grandes ojos tristes nos reclaman
que les pidamos que nos sigan:
exiliados que anhelan un futuro
que está en nuestro poder. Se alegrarían
también de iluminarnos como él;
de aguantar que gritemos "Judas"
como él y todos los que iluminan.
Una voz racional calla. En su tumba
llora de amor la corte del Impulso:
triste está Eros, constructor de ciudades;
y llorando, la anárquica Afrodita.