ERA LA NADA INFORME
Era la nada informe, la nada inexpugnable,
el caos sin latido ni materia,
la oscuridad cerrada sin principio ni fin.
Infinito el espacio, infinita la bruma,
abismo sin abismo. No había ningún nombre,
ningún nódulo, bulto, movilidad, mirada.
El tiempo no existía, nada era mensurable,
gravitaba un vacío, perennemente negro.
Sin embargo, hubo algo, alguien, tal vez un soplo
creó el primer suceso, ese primer fulgor
que agitó el cero inmóvil de la nada.
Desde el magma inicial de un estertor confuso,
nebulosa de polvo demorado,
surgió desde la calma inmutable del tiempo
la causa primigenia de los mundos posibles.
Acaso el parpadeo de una sombra de luz
perdida entre la noche inmemorial.
Tal vez tras el impulso de un hervor
fue creciendo, expandiéndose el grito de lo ígneo,
hostilizando el ámbito neutro de la penumbra.
Violenta vibración de un insólito sueño
que guardaba en su núcleo la simiente
del calor y el color y el olor de la vida.
Quizás apareciera de otro modo
un cósmico sonido desgajado,
como candente voz o iluminado orden,
que prendiera la llama del primer movimiento
de la gran maquinaria de lo oculto.
Así, de las tinieblas de las esferas nudas,
sobre atávicos velos de un todo imperceptible,
una fuerza ancestral fue deshaciendo el caos,
imprimiendo el designio de su nombre.
Y la luz engendró lo más desconocido
dentro de un firmamento inexplicable,
y el Cosmos rodó a ser lo que sería:
un sutil pensamiento ante el asombro.
Y amaneció el origen, el frenético fuego
abrasando, abrazando los silenciosos mundos,
creando la expansión de ese universo errante
cuya energía canta la armonía,
la gestación feral de la belleza.