SOBRE LA IMPOSIBILIDAD DE CUANTIFICAR EL CONOCIMIENTO<br>
Reseña realizada por Antonio Lastra<br>
Universidad de Valencia
José Carlos Bermejo Barrera es catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Santiago de Compostela. "Historia antigua" podría parecer, a simple vista, una redundancia: la historia tiene que ver fundamentalmente con el pasado y, con la perspectiva del pasado, ayer mismo y antes de ayer son formas de la antigüedad. La modernidad eliminó de esa perspectiva toda la profundidad de campo: de acuerdo con los criterios modernos, olvidar el pasado no sería sólo algo perfectamente legítimo, sino una condición para que el presente lo fuera en toda su plenitud. Algunos historiadores se han referido a esta operación con el nombre de aceleración del tiempo histórico y algunos sociólogos hablan de la liquidez de nuestra época, por contraposición con la solidez de épocas anteriores que se hundirían por su propio peso. "La historia del tiempo presente -escribe Bermejo en la última página del libro- supone la liquidación de la historia como tal" (p. 71).
Para Bermejo, "la realidad sólo es soportable si hay un grado mínimo de ilusión que le dé sentido" (p. 50). De acuerdo con este enunciado, la historia (y la política, de la que la historia, según el autor, es indisociable) "tiene la misión de hacer la ilusión concebible y posible, si asume su componente utópico" (ibid.). Bermejo usa el término "utopía" siguiendo al sociólogo del conocimiento Karl Manheim; según Manheim, utopía es lo contrario de "ideología". La historia tendría, por tanto, una misión utópica. "Los historiadores, arqueólogos e historiadores del arte deberíamos -escribe Bermejo- reivindicar un nuevo derecho, el derecho de soñar, de imaginar el pasado y el futuro" (ibid.). "Imaginar el pasado y el futuro" supone "la voluntad de trascender un presente" (ibid.). El énfasis de Bermejo recae en la expresión "derecho de soñar". Soñar se corresponde con imaginar. De una manera menos marcada, el autor también ha puesto el énfasis en el imperativo ("deberíamos"), en el que se reconoce y con el que identifica la tarea de su disciplina o de la historia como ciencia.
"Ciencia" e "ideología" forman parte del título del libro. En el primer capítulo, el autor desarrolla una serie de tesis cuya finalidad es la de establecer "la imposibilidad de cuantificar el conocimiento" (pp. 7, 8-28). La imposibilidad de cuantificar el conocimiento hace de la ciencia una actividad incompatible con el dinero o el mercado. "Mercado" es el último concepto que da título al libro. A diferencia del conocimiento, el dinero y el mercado son susceptibles de cuantificación o racionalización. El dinero y el mercado serían cuantificables y racionales, aunque Bermejo advierte que el cálculo económico "es sólo una ficción útil" (p. 18). De hecho, la rentabilidad y la eficacia del capitalismo -la ideología específica del dinero y el mercado- son un mero supuesto. La "pureza" de la economía es cuestionable (p. 22).
Bermejo alude a Spinoza ("un filósofo" y "un judío") como ejemplo del amor por el conocimiento. La actitud de Spinoza sería la actitud científica por antonomasia, que los científicos actuales no podrían ya emular; en los términos de Bermejo, los científicos no son "capaces de pensar" la última de las proposiciones de la Ética (p. 32). La Ética de Spinoza y, sobre todo, el Tratado teológico-político, al que Bermejo se refiere tácitamente cuando afirma que Spinoza se atrevió "a pensar libremente sobre la religión judía y sus libros sagrados", son una muestra del racionalismo moderno. De acuerdo con Spinoza, que se reconoce a sí mismo como filósofo, la imaginación es el verdadero adversario de la ciencia; la imaginación es la facultad propia de la poesía o de la religión. Por contraposición con el filósofo, el profeta imagina el pasado y el futuro con la voluntad de trascender el presente (cf. Tractatus theologico-politicus, ed. Gebhardt, 29). Como historiador, Bermejo estaría más cerca del profeta que del filósofo.
El último capítulo del libro está dedicado al "espacio". Bermejo explica las diferentes nociones físicas del espacio, desde la antigüedad hasta nuestros días, intentando eludir el "apocalipticismo científico" (p. 68) y tratando de ofrecer un sustituto a la "metafísica" (p. 71). En cierto modo, la idea misma del espacio contrarresta las aspiraciones utópicas.