Un matemático se enamoró locamente de una joven mujer, atractiva y fascinante. Para acreditar de sus curvas la perfección, de ratios armónicas y ángulos se valió, garabateando jeroglíficos alarmantes. ....
Sea X belleza, e Y buenas maneras, Z la fortuna, (esto último es esencial). Sea L la inclinación al amor -enunció- Entonces, L es una función de X, Y y Z del tipo que conocemos como Potencial.
Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro, como quien busca en su naturaleza indiferente la reconciliación entre hombre y mundo. Aprendemos a ser lo que ya somos, y este trozo de piedra es un regreso.
La piedra, en su secreto, es armonía, memoria silenciosa del planeta, regalo de una luz que se ha hecho sólida. Cuánta vida en lo inerte de este cuarzo que es cristalización de los milenios.
Te vi sobre el rasante de la amplia carretera, como una diosa antigua, bajo los vientos sola, junto a tu coche negro, que en su reposo era acharolado y fino, como un piano de cola.
Iba yo a cien por hora, lanzado en torbellino sobre el galope fácil de mi carburador. El cromo de los faros, pantalla del camino. Mi pie, duro martillo del acelerador.
Con una mano izada me lanzaste tu 'S.O.S'. Descendí, y, obsequioso, frente a frente los dos, y frené con un suave posar de freno hidráulico.
Soy un ansiolítico. Actúo en casa, hago efecto en la oficina, me presento a los exámenes, comparezco ante los tribunales, reparo tacitas rotas. No tienes más que ingerirme, ponme debajo de la lengua, no tienes más que tragarme, con un sorbo de agua basta.
Sé enfrentarme a la desgracia, soportar malas noticias, paliar la injusticia, llenar de luz el vacío de Dios, elegir un sombrero de luto que favorezca. ¿A qué esperas?,
He sido una sencilla profesora de química. En una ciudad luminosa del sureste. Después de las clases contemplaba el ancho mar. Los dilatados, infinitos horizontes. Y los torpedos grises de guerras dormidas. He quemado mis largas horas en la lumbre de símbolos y fórmulas.
En las montañas, en las lindes del mapa, allí donde la hierba se vuelve insolente y afilada como bayonetas de desertores, se erige una fábrica olvidada.
No sabemos si es el amanecer o el ocaso. Sólo sabemos una cosa: aquí, en este tétrico edificio, nace la luz.
Los esclavos silenciosos de transparentes y angostos rostros de monjes bizantinos hacen girar una enorme dinamo y encienden chispas doradas del amanecer en las partes más remotas del globo.
El cerebro - es más amplio que el cielo - colócalos juntos- contendrá uno al otro holgadamente - y tú - también el cerebro es más hondo que el mar - retenlos - azul contra azul - absorberá el uno al otro - como la esponja - al balde - el cerebro es el mismo peso de Dios - pésalos libra por libra - se diferenciarán - si se pueden diferenciar - como la sílaba del sonido -
Galileo, Arquímedes, Pitágoras, Einstein, Franklin, Marconi o Anaxágoras..., vidas que se han gastado en buena gana mejorando la condición humana.
Pero yo quiero nombres conocidos. ¿La ciencia no tiene mis apellidos? ¿No sería magnífico que hubiera una ley de un ibérico cualquiera? ¡Logaritmos de López o de Hernández, postulados de Márquez o de Fernández! Y... ¿qué honra española no sería si existiera el Teorema de García?