Monedas de un dios indiferente,
días como islas, cada uno de ellos
con su flora y su fauna,
separado uno de otro por la
noche; y en su silencio agudo, el paso
de un gigante que viene a traernos
el rarísimo don del presente.
Nada es más semejante
a un esqueleto humano que uno
de murciélago: a la hora de los huesos
todos iguales y el alma una cosa
cuya importancia sería fácil
-tratándose, como se trata, de uno mismo-
exagerar.
Ármase una palabra en la boca del lobo
y la palabra muerde.
En el movedizo fulgor del cielo
hacia el ocaso,
callada encalla, se vuelve brillo,
es Venus:
cordera que encandece.