Fecha
Autor
Martínez Alfaro, Encarnación. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid, 2009. 395 páginas.

Un laboratorio pedagógico de la Junta para Ampliación de Estudios: El Instituto-Escuela, Sección Retiro de Madrid.

LOS EXPERIMENTOS EDUCATIVOS<br />&#13; &#13; Reseña realizada por Clara Eugenia Núñez<br />&#13; Profesora Titular de Historia e Instituciones Económicas<br />UNED

En línea con los otros títulos de la colección Memoria y crítica de la educación, Biblioteca Nueva acaba de sacar un nuevo título cuya autora es Encarnación Martínez Alfaro, historiadora de vocación y catedrática de profesión en el Instituto Isabel la Católica, antiguo Instituto-Escuela, Sección Retiro.

El Instituto-Escuela fue creado en 1918 como uno más entre los distintos laboratorios de investigación que puso en marcha la Junta para Ampliación de Estudios, desde su creación en 1907. Cuando se funda el Instituto-Escuela ya se habían creado centros en lo que podríamos considerar temas de investigación clásicos: la biología, la física o la química, e incluso, las humanidades. Se esperaba que, al igual que había sucedido en Francia o Alemania, países que inspiraron la creación de la JAE, estos centros de excelencia serían cruciales en la modernización de España. De ahí que junto a las llamadas ciencias duras se introdujeran las humanidades. Si de las primeras dependía la mejora material de las condiciones de vida en un país en que la esperanza de vida rondaba los 35 años al nacer y la renta por habitante era aproximadamente la mitad que la de Estados Unidos, por ejemplo, de las segundas, de un mejor conocimiento de nuestra historia y nuestra lengua, se esperaba que contribuyeran a sustentar la consolidación de unas instituciones plenamente democráticas. Es en ese contexto modernizador en el que hay que entender la puesta en marcha del Instituto-Escuela como un "centro de innovación y experimentación para modernizar la enseñanza secundaria", como señala la autora del libro (p. 42).

El libro es exhaustivo sin dejar de ser ameno e interesante; se plantea casi todos aquellos temas que pudieran despertar la curiosidad del lector, pero también sugiere numerosas cuestiones que le llevan a querer leer más. Está organizado en 14 capítulos, más uno de conclusiones, en los que se describe desde la creación de la JAE hasta la propia puesta en marcha del Instituto-Escuela; la relación del IE con la renovación arquitectónica del momento en Madrid o con los barrios de donde proceden los estudiantes; el origen social y, muy especialmente intelectual, de los estudiantes así como su futuro profesional; y, sobre todo, se ocupa de las innovaciones pedagógicas, en términos de currículo, metodología, formación y selección del profesorado, evaluación de estudiantes y profesores, participación de las familias, y grado de éxito del modelo educativo. Quizá uno de los aspectos más llamativos del libro sea la cuidada selección y reproducción de parte de los "cuadernos" de trabajo de algunos estudiantes. Es imposible hacer referencia a todos estos temas, por lo que seleccionaré algunos que, además de ser interesantes en sí mismos, arrojan luz sobre los límites de las reformas educativas dado que la mejora de la educación en España sigue siendo un tema pendiente de resolución casi un siglo después de este "experiment" controlado.

Empecemos por el final. Gracias a la autora de este libro, sabemos quiénes estudiaron en el IE Sección Retiro. Se trataba de hijos e hijas de profesionales, entre los que eran mayoría cualificada los científicos de la propia JAE, con un nivel de renta medio-alto en la España de principios del siglo XX. Algunos de ellos, sin embargo, eran de provincias, y también accedieron estudiantes de menos recursos y nivel socio-profesional becados por la propia institución. Todos ellos eran sometidos a un proceso previo de selección por los profesores del centro, a fin de garantizar que se encontraban en condiciones de seguir los estudios con garantías de éxito personal y de contribuir a la buena marcha del Instituto. Hoy día se consideraría semejante selección la base misma del éxito escolar. Sin embargo, tan sólo un porcentaje relativa y sorprendentemente bajo de los alumnos (un 43 por 100) obtenían el grado de bachiller; otros muchos terminaban sus estudios en otros Institutos de Madrid, como el Cardenal Cisneros o el San Isidro. Otro detalle significativo: si bien se considera que era en las ciencias donde el IE fue más innovador pedagógicamente, ello no quiere decir que descuidara la base de una buena formación humanista: la capacidad de leer y escribir o, lo que diríamos hoy, un elevado nivel de alfabetización funcional. El comentario de un profesor de universidad, quien, tras hacer una prueba de redacción en su clase de primero y preguntar quiénes procedían del IE afirmó: "ustedes saben escribir, el resto de la clase no", habla por sí sólo (p. 276).

Y terminemos por el principio: ¿quiénes eran los profesores del IE y cómo organizaron su objetivo de renovar la enseñanza secundaria en España? Si parte del éxito del IE reside en los estudiantes, la otra parte sin duda se debe a los profesores. El IE lo pone en marcha y lo supervisa la JAE, algunos de cuyos miembros están en su Patronato. La Junta "contrataba directamente al profesorado y daba las orientaciones referentes a la organización y objetivos del IE" (p. 217) y en el proceso de selección intervinieron "organismos dependientes de la JAE: Centro de Estudios Históricos, para las secciones de letras; Museo Nacional de Ciencias, para la sección de ciencias naturales; Seminario Matemático y Laboratorio de Investigaciones Físicas para las respectivas secciones" teniendo en cuenta "publicaciones científicas o pedagógicas; trabajos realizados en laboratorios, centros docentes o de manera privada [...y] conocimiento de idiomas" entre otros (p. 153). Sin duda la selección era rigurosa y eficaz. El claustro de catedráticos contaba, en 1922-23 por ejemplo, con profesores de gran valía, como Francisco Barnés Salinas, Miguel Catalán, Luis Crespí, Samuel Gil y Gaya, o Andrés León Maroto entre otros, de quienes se incluye una breve biografía en el libro. Cuando años más tarde la JAE valoró las causas del éxito del IE, citó en primer lugar "la devoción y [el] esfuerzo del profesorado" (p. 170). Siguiendo unas líneas muy generales establecidas por la JAE, estos profesores tenían total libertad de cátedra para plantear tanto los contenidos como los métodos didácticos a seguir. Durante los años que duró el IE, sus catedráticos experimentaron y fueron haciendo ajustes, tanto en los contenidos como en los métodos docentes, según ellos mismos aprendían de su experiencia, al mismo tiempo que formaban a otros profesores, los aspirantes, sujetos igualmente a un riguroso proceso de selección y seguimiento.

¿Qué ha quedado del Instituto Escuela y qué deberíamos recuperar? En mi opinión, y a riesgo de simplificar en exceso, ha quedado lo superficial y en muchos casos lo irrelevante en el éxito del Instituto-Escuela. Entre otras una supuesta metodología "científica" válida para cualquier profesor y estudiante, basada en conceptos tan etéreos como la evaluación continua o el estudio por medio de la elaboración de fichas, que la Ley de 1970 hizo clave de su reforma con la implantación del BUP (bachillerato unificado polivalente) y que el Plan Bolonia "versión española" está intentando implantar en la Universidad. En realidad, se han perdido las verdaderas claves del éxito del IE, aquéllas sobre las que la JAE ejerció una estricta tarea de control que no sólo no ahogó el experimento sino que le permitió triunfar como centro educativo de excelencia, y que son: (1) un estricto proceso de selección y seguimiento del profesorado llevado a cabo por los mejores científicos del momento y basado tanto en los conocimientos del candidato, mínimo común denominador, como en su capacidad de investigar, es decir, de mantenerse en la frontera del conocimiento; (2) un control igualmente riguroso de los estudiantes previo a su ingreso en el centro y a la obtención del grado de bachiller; (3) la definición de objetivos claros y sencillos a perseguir: la capacidad de leer y escribir con rigor sobre temas cada vez más complejos, lo que requiere el dominio de distintas herramientas de comunicación -la lengua propia, el español, las lenguas de la ciencia, entonces el alemán y el francés, hoy el inglés y siempre las matemáticas-. En estos tres aspectos era crucial el control externo de objetivos, estudiantes y profesores por los mejores y más cualificados en cada rama del saber, miembros en su mayoría de otros centros de investigación de la JAE, unido a la plena libertad de los catedráticos del IE para cumplir dichos objetivos y ejercer la enseñanza de la forma más eficaz posible. Evidentemente, también se ha perdido (4) el principio de responsabilidad individual de cada joven ante la gran oportunidad que supone acceder a la educación.

El libro de Encarnación Martínez Alfaro consigue ayudarnos a entender mejor las razones últimas del éxito del Instituto Escuela, y nos hace disfrutar de una experiencia que hoy, lamentablemente, está vedada a muchos profesores y estudiantes, en todo el sistema educativo incluida la Universidad. Estos días que tanto se habla de la necesidad de un pacto por la educación en España sugerimos a los responsables de alcanzarlo que se tomen un par de horas para disfrutar de este libro y, aprovechando que acaba de tener lugar el centenario de la creación de la Junta para la Ampliación de Estudios y se aproxima el del Instituto-Escuela, celebren ambas efemérides retomando en su política educativa los verdaderos principios que inspiraron ambos experimentos y dieron lugar a la Edad de Plata de la ciencia española. Parodiando aquel "it is the economy, stupid!" que se atribuye al jefe de la campaña presidencial de Bill Clinton contra Bush padre, James Carville, yo diría "¡es el capital humano!" o dicho en castizo "¡son las personas!". Y me ahorro el epíteto.

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