Fecha
Autor
Agustín de la Herrán (Profesor Titular de la Universidad Autónoma de Madrid)

Teilhard de Chardin, 50 años después

Las muertes de <a href="http://redcientifica.com/doc/doc200409301701.html" target="_blank">Einstein y de Teilhard de Chardin</a> distaron ocho días, con muy desigual eco. Casi medio siglo después todavía nos preguntamos por qué la tremenda injusticia histórica cometida con el segundo, "el jesuita prohibido".
Pierre Teilhard de Chardin nace en 1881, el mismo año en que nacen Pablo Picasso, Cousinet o Juan Ramón Jiménez y se publica "Aurora", de Nietzsche, y muere con A. Einstein en 1955. Once años más tarde, en 1966, en la alocución de apertura del simposio titulado "Ciencia y Síntesis", organizado por la UNESCO, su entonces director general, R. Maheu (1967), decía:

La obra de Einstein y la de Teilhard [...] constituyen sin duda alguna, cada uno a su manera y por su propio esfuerzo, los sistemas de conocimientos más extensos y densos a la vez que se hayan concebido. No basta con constatar que ningún afán de síntesis haya sido tan ambicioso en el campo de la ciencia: sobre todo hay que observar que la síntesis nunca se ha identificado tan consciente y voluntariamente como en la mente de estos dos sabios.

Las muertes de Einstein y de Teilhard de Chardin distaron ocho días, y ocurrieron en el mes de abril, con muy desigual eco. Casi medio siglo después todavía nos preguntamos por qué la tremenda injusticia histórica cometida con el segundo, "el jesuita prohibido" (G. Vigorelli, 1963), que hasta el momento de su muerte tuvo problemas con la Compañía de Jesús[1]. J. Neuvecelle (1984) reconocía que sus escritos: "consiguieron una difusión sorprendente en el país". M. León-Dufour (1969), reflexionando desde un marco de referencia más amplio, opinaba que: "En diez años, ningún pensamiento se ha difundido más hondamente en nuestro tiempo". Pero, a mediados de los años 70, los mismos que le estudiaron desde finales de los 50, fueron testigos de su desaparición total en editoriales y librerías. Al principio, este suceso extrañó, acelerándose reactivamente en unos pocos la inquietud por aquellas genialidades que se quedaban sin infraestructura comercial. Después, con los intereses y los años, Teilhard se diluyó casi definitivamente; aunque, en quienes le conocieron mediante la reflexión de sus obras, jamás dejase de existir.

Hoy, Teilhard ha entrado en una vía muerta, en un auténtico "coma" histórico. La pretensión de estas breves líneas no sólo es de deseo, sino de contribución (modesta, pero largamente reflexionada) a su salida de este sopor profundo. Es posible que pronto se vuelva al ser humano, directamente, sin intermediarios, con la inteligencia fresca, humilde y vigorosa, cansada de tanto redil condicionado y tanto filtro sectario. Y es probable que se consiga, porque, hoy más que nunca, lo que destaca es un déficit de misticismo natural, limpia, correctamente entendido. Y, por la misma razón, jamás ha hecho más falta tenerlo y experimentarlo. Quizá, entonces, sea el momento de volver a Teilhard de Chardin, no tanto como etnólogo, filósofo, teólogo o genio... sino, simplemente, como el humanista, y sobre todo como el humanizador. Porque no sólo es obvio que sus cuestiones de fondo siguen vigentes: es que son una clave de futuro de máxima actualidad. Vuelve Teilhard de Chardin, vuelve el hombre. Suscribo ahora lo que ya en los años 60 adelantaba M. Crusafont Pairó (1960b), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Comendador de la Orden de Alfonso X el Sabio, al decir:

Como sucede con todos los genios, dejará durante un largo período una estela de disputas y de incomprensiones, para luego imponerse definitivamente no sólo por lo que dijo, sino por la brecha abierta hacia nuevas concepciones filosóficas del fenómeno humano. El P. Teilhard de Chardin realizó una enorme proeza que seguramente no habrá sido valorada en lo que merece.

¿Nos encontraremos ahora en el momento propicio para esa actualización definitiva? La sospecha de partida es la afirmación de su conveniencia. Teilhard es una hipótesis, como el catolicismo, el capitalismo o el marxismo son otras hipótesis. Pero con una diferencia: Teilhard se define, esencialmente, por la complementariedad y la convergencia con todas las demás, sometiéndolas, en todo caso, a una única prueba de validez: el reto de la evolución. Así como G.W.F. Hegel sacudió los fundamentos de todo el siglo XIX, P. Teilhard de Chardin desató en el XX uno de los más intensos y constructivos desasosiegos intelectuales. B. Towers califica la obra de Teilhard como el mayor logro en razonamiento sintético desde el pensamiento de Aquino. De hecho, es muy probable que, de un modo más o menos manifiesto, Teilhard de Chardin haya sido un agente de cambio principal de quienes, recientemente, han apostado por la necesidad de cambiar las actuales tradiciones y paradigmas y trabajar por "transformar un mundo en crisis" (G. Müller-Fahrenholz, 1996): desde J. Krishnamurti o K.G. Dürckheim a la larga lista de investigadores afines a lo transpersonal (A.H. Maslow, Ch. Tart, S. Grof, K. Wilber, J. Rof Carballo...), etc. Con todo, el legado de Teilhard ha permanecido tan fértil como fugaz, dándose la doble paradoja de verse desarrollado por quienes no le suelen citar en sus estudios, y no alcanzan, empero, su grado de profundidad y compleción.

Como claves básicas de su pensamiento, pueden destacarse las siguientes:

  1. Estaba fundamentado, sostenido y adaptado en una considerable inteligencia. En palabras de J. Piveteau (1964), profesor de la Sorbona y presidente de la Academia de Ciencias francesa, P. Teilhard de Chardin fue "una de las mayores inteligencias que haya existido jamás".

  2. Era considerablemente amplio y dialéctico, probablemente porque su inteligencia fuese de tipo "abstracto o verbal".

  3. Sin embargo, Teilhard fue sobre todo investigador científico. Desde este punto de vista y al parecer del historiador A. J. Toynbee (1960), sus aportaciones fueron suficientes como para considerársele un verdadero genio del conocimiento humano.

  4. A su cualificación de científico cabía añadirse la de poeta, creador y gigante de la espiritualidad, tanto como de la inteligencia (A. J. Toynbee, 1960).

  5. Dentro de su amplitud, buscaba la orientación hacia la complementariedad (sintética, unitiva, no-parcial, no-fragmentaria) entre opuestos tradicionalmente irreconciliables (materia y espíritu, ciencia y espiritualidad, Oriente y Occidente, etc.), no sólo desarrollando contenidos integradores, sino, sobre todo, desde su propio comportamiento.

  6. Situaba estas síntesis en movimiento, dentro de un evolucionismo de creciente espiritualización, en torno a Cristo, de todo lo real, en cuyo devenir la totalidad cobraba un espectacular sentido ascendente.

  7. El hombre es el protagonista principal de este proceso evolutivo, al ser el más necesitado y el más capaz de hacerlo.

  8. El proceso de la evolución humana tiene una escala planetaria, universal (y no sólo local, nacional o limitada).

  9. La función básica del ser humano, nacida de su compromiso con la humanidad, no era otra que construir la Tierra.

  10. La buena realización de esta labor tiene lugar en virtud de un acrecentamiento de la complejidad de la conciencia, a partir del desarrollo de la capacidad de reflexión de la persona sobre sí misma. He aquí a Teilhard como uno de los antecedentes directos del nuevo paradigma de la complejidad.

  11. La complejidad y el crecimiento imparable de la conciencia, compatible con el principio físico de la entropía, se caracterizaban por la irreversibilidad, con lo que era la base de una actitud intrínsecamente optimista.

  12. Tal actitud fundamenta, a su vez, el desarrollo de una correlativa sensación de mayor responsabilización con la existencia.

  13. Sus pensamientos se ahormaban alrededor del eje de la evolución, pero estaban dotados de finalismo, tanto respecto al proceso como a su resultado último; así, el sentido de la evolución es de inevitable mejora, en la medida en que la convergencia de lo humano y de la naturaleza tiene lugar, y tiende a perfeccionarse hasta un clímax previsible ("punto Omega" o Dios o Abbá, que así le llamaba Yeshúa), en el que tendría lugar la divinización y la unidad generalizada de la humanidad.

  14. Sus razonamientos filosóficos estaban vertebrados por componentes conceptuales cristianos clásicos y por otros originales, procedentes de la reflexión "cristocéntrica" de su experiencia científica y macrofenomenológica.

  15. Las proposiciones teilhardianas no son el resultado de un frío razonamiento discursivo; más bien son un conjunto de intuiciones geniales, obtenidas como consecuencia de una maduración, de una voluntad, de una experiencia y de una transformación mística continua.

  16. Jamás desapareció de sus obras filosóficas el rigor lógico propio de su pensamiento científico; más bien, lo complementó con apreciaciones e hipótesis más profundas, integradoras y envolventes de tipo evolucionista, teológico y humanista; no obstante, es preciso distinguir sus producciones filosóficas de las estrictamente científicas, que son la mayoría, aunque se conozcan menos.



Los dos presupuestos que manejaba más frecuentemente Teilhard de Chardin, para una comprensión completa y coherente del fenómeno humano eran, por una parte, la creciente preeminencia del pensamiento en la constitución del universo, y, por otra, la naturaleza orgánica de la sociedad humana.

Para B. Delfgaauw (1966), cuatro son las tesis fundamentales de Teilhard de Chardin:

  1. El cosmos en todos sus aspectos, inclusive la humanidad, debe entenderse única y exclusivamente como evolución permanente en la que cada fase tiene su propio tiempo.

  2. En principio, la materia es materia consciente, pero se requiere una existencia orgánica muy desarrollada para poder atravesar el umbral más allá del cual puede mostrarse como un consciente.

  3. En la materia opera una doble energía: por una parte, una energía tangencial, que domina a la materia en las conocidas reacciones físico-químicas de ésta, y, por otra, una energía radical sic: es "radial" mediante la cual la materia se constituye en unidades cada vez más y más desarrolladas.

  4. Existe un paralelismo entre complejidad y conciencia.


Su método de razonamiento intentaba identificar y aprehender lo que podría aportarle la observación del fenómeno, en toda su amplitud, profundidad y complejidad. Desde el aprendizaje o el mensaje obtenido globalmente por medio de su observación interior, pretendía desentrañar ese fenómeno. Primero, vivía, experimentaba y entraba en empatía con el fenómeno, para después, una vez vivido, una vez con la impregnación de su esencia y su existencia en su propia conciencia, lo traducía en reflexiones discursivas. En Teilhard, el nous siempre buscó fundirse, transformarse en el fenómeno, para poder observar y experimentar desde su sistema de referencia. Era un místico y un fenomenólogo profundísimo para el que la distancia entre objeto y sujeto era sólo una entelequia. La habilidad de Teilhard para penetrar completamente y en lo más hondo de los fenómenos fundamentadores de lo humano, estaba basada en la lógica intelectual que emanaba de su disciplina ascética y de su contemplación mística. Ello suponía la ardua labor de tener que abrirse para percibir más y más lejos, a la vez que experimentar(se), en lo más íntimo, la completísima coherencia de su asombrosa armonía con norte.

El objeto de su razón podría sintetizarse, como él mismo decía, desde una de sus características frases, con esta sentencia: "sólo el fenómeno, pero todo el fenómeno". "Todo el fenómeno" significaba que su observación y su experiencia también tenían que ser desarrolladas desde el marco de la humanidad y del futuro del hombre. Una vez logrado el objetivo, lo traducía a datos formales que volvía a llenar de contenido en cada una de sus obras. Como las formalidades fenoménicas no eran muchas en cantidad, frecuentemente podían observarse en ellas reiteraciones de esta naturaleza; reiteraciones que, al expresarse con contenidos variados, a pesar de todo no cansaban. Una vez identificado, inquirido y profundizado, articulaba sus observaciones internas al soporte organizador de su conocimiento, que era la idea de la evolución, entendido como el eje permanentemente activador de la lógica de la naturaleza.

Su pensamiento era arriesgado, pero consecuente, porque obedecía a una lógica coherente. Ello implicaba la necesidad objetiva de una cierta validez y fiabilidad en sus resultados. Curiosamente, sir J. S. Huxley (1960), que conociera directamente a Teilhard de Chardin en París en 1946, siendo presidente de la U.N.E.S.C.O., llegó a "conclusiones muy parecidas", desde su agnosticismo y su práctica científica como zoólogo, a las de Teilhard, desde su creencia cristiana y su cualificación paleontológica. Este tipo de coincidencias son relativamente frecuente entre quienes buscan a través de la aventura de la vida y, ocasionalmente, comparan sus conclusiones con las de Teilhard. El tiempo también ha dado buena cuenta de la misma fiabilidad. Los adelantos humanos que Teilhard avanzó se vieron ratificados con posterioridad, solamente porque dio buena cuenta de su razón. El profesor recientemente desaparecido J. Rof Carballo (1969) constata un hecho que valida las directrices y conclusiones de su pensamiento: "Algo muy importante que a mí me impresiona en Teilhard es su poder adivinatorio, en este mundo en que vivimos tan acelerado. Inmediatamente después de su muerte se han empezado a realizar cosas que él adivinó".

Lo que para muchos fueron "filosofías" sin soporte -y, por diversos motivos, insoportables-, no fue más que el vislumbramiento y el correspondiente esbozo de los siguientes pasos a seguir por la religión, por la ciencia y por el ser humano en general, porque sabía muy bien qué tenía entre manos, su necesidad y el para qué de su razón de ser. Lamentablemente, tras Teilhard y salvo excepciones, ni la religión, ni la ciencia, ni ninguna forma de expresión del conocimiento humano, ha practicado la coexistencia en unicidad. La "fórmula Teilhard de Chardin" no ha sido explotada aún. Sin embargo, al enlazar el pasado con lo que hoy se ha conseguido, deducimos que el futuro de todas ellas pasa por esa fusión, determinada por una creciente complejidad de la conciencia humana. Y es que, no sólo "lo que se eleva, converge", como decía; es que lo que no ha convergido es porque no se ha elevado todavía.

En sentido estricto, los argumentos de Teilhard no son filosóficos, metafísicos, científicos, teológicos o jesuíticos, aunque sí es preciso reconocer, como sintetiza C. Tresmontant (1968), que "Lo primero en el pensamiento de Teilhard no es la metafísica, sino la ciencia experimental, y la experiencia mística". Se podría decir que se trata del producto intelectual, genuino, una nueva aleación, resultante de la contemplación total del fenómeno humano; porque lo humano abarca tanto lo somático como lo mental y lo espiritual o teónico. Por ello, cualquier valoración realizada a partir de una categoría lógicamente menos compleja, dejaría a la obra teilhardiana prácticamente inabordada e incomprendida, aunque desde su ignorancia pueda afectarla y tintarla del color que prefiera, a ojos de quienes no han pensado suficientemente.

Por ejemplo, no es exacto que Teilhard haya podido portar una mística incompleta, o que su evolucionismo fuese escasamente científico. Más bien, ocurría que "Revelación interior y experiencia científica estaban singularmente conjuntadas en Teilhard"; ésta es, al menos, la opinión de H. de Terra (1967). A Teilhard sólo le podría valorar completamente otro "Teilhard". Y ese "otro" nunca le pretendería descomponer. Entre impropio e inmoral sería querer hacerlo de alguien que inquiría sobre síntesis como la ley de complejidad-conciencia o la noción de ultrahumano, o sea, la superrevolución humana en perspectiva, por totalización y divinización de lo social. O que mostró cómo podrían cooperar y fundirse: unidad con diversidad: la unión, la verdadera unión, diferencia, no confunde; física y mística; ciencia y religión; materialidad y espiritualidad; individuo y humanidad; pasado y futuro; persona y Dios; Oriente y Occidente; evolución interior y progreso, etc. El pensamiento de Teilhard podría sintetizarse (ultracondensarse) en el texto de la medalla de Delamarre, cuyo esquema responde a un diseño del propio Teilhard de Chardin, en la que se podía leer: "Tout ce qui Monte Converge" ["Todo lo que se eleva converge"] (J. Rodríguez Aramberri, 1970, p. 27).

De las personas que conozco que han comenzado a leer a Teilhard, muchas le han dejado 'por imposible'. Pero la mayor parte de quienes han llegado a entrever (con su conciencia) su profundidad y alcance, no han quedado indiferentes. Para algunos, expresado simplemente, "Teilhard es un lío alambicado". Pero suele serlo más para quienes denotan parcialidad y cerrazón egótica. Para quienes tienen la mirada puesta en un futuro más humano, con todo lo que ello comporta, les es más sencillo comprenderle. En efecto, no toda persona está realmente en disposición de profundizar en sus líneas, pero no a causa de una falta de capacidad intelectual, sino por las características de su ego. Como, a mi modo de ver, acierta a reflexionar F. Riaza (1967):

En primer lugar, sólo pueden leer comprensiblemente a Teilhard aquellos para quienes su calidad de hombres-sin-más despierta un sentido profundo de comunidad con la humanidad. Quienes se definen a sí mismos exclusivamente como obreros, o como españoles, o como católicos y vean en estos nombres ante todo etiquetas de separación y de aislamiento frente a los otros hombres, los que se juzguen a sí mismos separados de los demás por muros infranqueables de privilegios o por compartimentos estancos, éstos no verán en Teilhard más que un soñador iluso y falto de "realismo", un "intelectual" que no ha experimentado en carne propia la dureza y la maldad de los hombres. Para poder escucharle hace falta un mínimo de confianza, de simpatía o de esperanza.

Poquísimos profesores y pedagogos se han percatado de la capacidad educativa de la obra de Teilhard de Chardin. Esto es lógico, al menos a causa de dos haces de razones: de una parte las personales, que aludirían al hecho de que los más veteranos y cultos le ignoren, y que a casi nadie de la última generación le suene siquiera; en segundo término, las razones epistemológicas, relativas a que a Teilhard de Chardin no se le incluya tradicionalmente dentro del haz de los teóricos de la educación. Sin embargo, como decía sir A. J. Toynbee, Teilhard fue "Un gran hombre de ciencia y una gran alma. Su trabajo da a nuestra generación la amplia visión que necesita perentoriamente". Y es cierto que alcanzó de pleno a su generación. Quizá, por ello, pueda ser válido suponer que lo que fue increíblemente positivo para una, lo pueda ser, mutatis mutandis, para sus descendientes, sobre todo, cuando se trata de cuestiones relativas a la humanidad. Probablemente sea susceptible de transferencia al momento presente la mayor parte de su obra, porque, como sucede con las producciones místicas, no está determinada por la circunstancia, ni condicionada por la temporalidad.

Pero hay algo más. Teilhard de Chardin fue un meditador de la maduración interior de la condición del ser humano, individual y colectivamente entendido. Y confió expresamente en la educación como el único procedimiento social de evolución humana. Por conjugar educación y evolución, fue algo más que un filósofo de la educación.

Por desgracia, los cuestionarios ministeriales, la formación del profesorado, la investigación pedagógica, la enseñanza en general, las administraciones educativas, las editoriales de textos escolares y profesionales, etc. no parecen estar interesadas en la evolución, como en la curación, la corrección, la prevención, la normalización, la integración o la mejora hacia la adaptación y el desarrollo social. El mundo necesita unos fundamentos para la educación y para la didáctica capaces de justificar una didáctica nueva, no parcial, insesgada, limpia y totalizada, ejercida por un profesorado más maduro y mucho más profundo (verdaderos maestros) que, por estar capacitado para serlo, sea más dueño de su escuela que en la actualidad. Sólo por medio de la educación puede mejorarse la humanidad, paulatinamente, por dos razones a priori: a) La mayoría de los problemas humanos tienen una raíz educativa; es lógico, pues, que la institución de la educación sea la encargada de protagonizar el proceso de cambio profundo. b) La institución educativa es la que dispone de mayores garantías de no-parcialidad o menos sesgo -o debería serlo-, para poder concentrarse en el trabajo para todos, más allá de los intereses de lo entendido como propio. Una escuela motivada por la necesidad de promover la capacidad de evolución (conciencia de Humanidad) de cada ser humano desde que es pequeño, podría ser la inyección de estimulante orientación que la persona necesita hoy, para poder acceder a una bondad abierta y a una mentalidad y un sentir verdaderamente universales. La veta, el crisol de conocimientos podría partir de algunas tesis de Teilhard de Chardin.

"La obra de Teilhard de Chardin es un rayo de luz proyectado sobre la historia universal, y merece que toda 'persona honrada' le dedique una lectura y una reflexión personales" (M. León-Dufour, 1969). No obstante: "A Teilhard le entenderán los hombres que se parecen a él en su confianza humana. Él ha reconocido que el deseo colectivo de superación 'quizá no está plenamente despierto todavía en el alma de nuestro tiempo', porque 'ciertas evidencias, ciertas aspiraciones no aparecen sino con la edad', con una edad a la que la humanidad no ha llegado todavía" (F. Riaza, 1967). Las ideas de Teilhard, que continúa siendo el gran ignorado e incomprendido, siguen siendo la gran ocasión de las personas modernas para descubrirse como seres universales, en proceso compartido de evolución autoconsciente. En este atrio, el del siglo que se inicia, nos encontramos sumidos en un proceso crítico de evolución humana, en que una Nueva Educación es una exigencia ineludible. ¿Repensar a Teilhard? Quizá sea demasiado tarde. Quizá sea demasiado pronto. Quizá éste pueda ser el mejor de los momentos. Su obra, junto con la de Eucken o Einstein nos enseñó que:

  1. El universo y la vida no son inútiles o accidentales.

  2. Estamos y somos con un propósito.

  3. La existencia tiene un sentido, más allá de lo entendido como "nuestro" (sistemas, intereses, etc.): impulsar el proceso de la hominización a la humanización, construir la Humanidad.

  4. El ser humano es la flecha de una evolución cada vez más autoconsciente.

  5. Estamos en los primeros cm de un apasionante viaje cooperativo -la evolución humana-, que ni empieza ni acaba en nosotros.

  6. Somos el eslabón perdido de nosotros mismos y de lo que podríamos llegar a ser. Porque todo ser humano está capacitado para elevarse interiormente desde el ser que es o el bienestar que tiene, hacia un más ser o un bien ser para ser más y mejor. Por tanto, esencialmente somos un ser más.

  7. Sus fuentes de energía son de modo principal el sufrimiento humano y el sentimiento de cooperación en el mejoramiento de la vida humana.

  8. En este devenir, el pensamiento, el conocimiento y la conciencia son centrales.

  9. Conocimiento y conciencia están unidos, conectados y son accesibles.

  10. Lo universal es siempre mejor que lo parcial.

  11. El sentimiento de universalidad es esencial.

  12. La evolución humana tiene lugar hacia delante y hacia arriba, irreversiblemente, pero en espiral.

  13. La evolución es un proceso irreversible, pero no gratuito, en el que las negatividades existenciales tienden a convertirse en positividades esenciales, lo que define una directriz con que puede cualificarse el arte de vivir.
  14. La educación es uno de los motores principales de la evolución de la humanidad, y su sentido noogenético puede reconocerse.

  15. La autoconciencia es esencial para ser más y mejores. Esta autoconciencia puede tener varios ejes de lectura: espacial, temporal, relativa a la evolución y relativa al ser. Requiere de activación del interior ("activismo", lo llamó Eucken) orientado a la lucha por un contenido espiritual de la vida, no sólo individual sino unánime o universal.

  16. La medida de la evolución interior del ser humano es la ausencia de ego y la complejidad de conciencia.

  17. El comportamiento básico que expresa esa complejidad superior es la elevación o el ascenso desde el interior, desde el ser que somos o el bienestar que tenemos a un más ser o un bien ser para ser más y mejores.

  18. Todo lo que se eleva, converge. Lo que profundiza, así mismo converge. Lo que no converge es que no se ha elevado todavía, o lo suficiente. Lo que no profundiza jamás podrá converger en lo esencial. Y lo que no suelta "lastres" o corta "amarras" no podrá tampoco elevarse.

  19. La unión, la verdadera unión, no confunde, diferencia.

  20. Somos libres para dudar y para optar.

  21. En la evolución humana nada se pierde. Todo trasciende: lo que se hace bien, lo que se construye peor y lo que se deja de hacer.

  22. Hay dos clases de vidas: la vida que muere y la vida que trasciende y que nunca muere del todo (M. Gascón, 1997, comunicación personal).

  23. El sentido de la vida de cada quien y de cada sistema social es una consecuencia de pensar hacia o desde la propia circunstancia. "La Luna o el dedo que apunta a la Luna" (T. Deshimaru, 1981): quizá sea ésta la elección más importante de cada vida humana.




Bibliografía

Herrán, A. de la (1993). Teilhard de Chardin: Vuelve el hombre. Madrid: Ciencia 3.
Herrán, A. de la, y Muñoz, J. (2002). Educación para la universalidad. Más allá de la globalización. Madrid: Dilex.
Herrán, A. de la (2003). El siglo de la educación. Formación evolucionista para el cambio social. Huelva: Hergué.







[1] A título significativo, digamos que ya en su último año de vida, en Nueva York, "estaba viviendo en el Lotos Club (East 66th Street), y no en la St. Ignatius Loyola Residence, de donde tuvo que salir por culpa de varios inquilinos recalcitrantes, que no veían con buenos ojos su estancia allí" (J. Ferrero, 1999, p. 81).



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