En los últimos años, las ventajas de la IA han ayudado a recuperar pinturas o descifrar obras
En los últimos 5 años la Inteligencia Artificial se ha convertido en una herramienta determinante en el arte. Tanto por su capacidad para recuperar pinturas, para ver detrás de los trazos superficiales o para crear, con mayor o menor acierto, nuevas obras. Una de las grandes ventajas de la IA es su capacidad para procesar, en tiempo récord, una enorme cantidad de datos. Un ejemplo de ello es su uso para descifrar un manuscrito del siglo XV que había ocultado sus secretos a los estudiosos: el manuscrito de Voynich, una obra de 240 páginas escritas en un idioma «desconocido».
Tras eludir los esfuerzos de lingüistas, historiadores y criptógrafos, un equipo de la Universidad de Alberta logró decodificarlo gracias al uso de IA. Lo primero que hicieron fue comparar el idioma, la métrica y otras características del texto con 400 idiomas y así lograron una raíz: la hebrea. La siguiente pregunta era cómo averiguar el significado detrás de las palabras. Y fue creando traductores que utilizaban algoritmos como dieron con las claves para poder leer el texto.
El hallazgo de un nuevo manuscrito en los fondos de la BNE resultó una nueva oportunidad para probar el alcance de la IA en este tipo de tareas. El idioma era el español y no había ninguna dificultad en su lectura, el problema era la autoría. Y para ello recurrieron a Transkribus. La mejor forma de describir esta herramienta de aprendizaje automático (una rama de la IA que se basa en aprender a partir de los datos que recibe) es pensar en aquellas personas que trabajan en una ferretería y cuando le pedimos «el chirimbolo que va en la junta del cosito aquel que se pone en la puerta», solo nos preguntan de qué medida. Transkribus ha sido alimentado con más de 31 millones de páginas de textos (lo que sería la experiencia del ferretero) tanto escritos a mano, como mecanografiados o impresos. Y, al igual que un ferretero, este programa no solo identifica lo que estamos buscando, sino también quién lo hizo, su autor.
El manuscrito fue sin duda un desafío para Transkribus. Y para desentrañarlo fue «alimentado» con unas mil trescientas obras teatrales del Siglo de Oro (tanto impresas como manuscritas). Y a partir de allí comparó estilos, el uso y la frecuencia de ciertas palabras, el trazo de las letras si se trataba de un manuscrito. Y gracias a esta comparativa podía decir, con una tasa del 99% de acierto, quién era el autor de determinada obra.
Cuando escribimos utilizamos las palabras en distintas proporciones, no solo los adjetivos si escribimos una carta de amor o de rabia, también los pronombres, la puntuación, las metáforas… Los recursos estilísticos son también una seña de identidad. Transkribus comparó el manuscrito con las obras de más de 350 dramaturgos de la época de Lope de Vega. Y la conclusión fue inequívoca: solo él podría haberla escrito. Por supuesto, los investigadores, formados principalmente en la disciplina filológica, no acataron la palabra de la IA como irrefutable. Los expertos emprendieron una labor intensa de investigación en torno a "La francesa Laura" (el manuscrito) para determinar si podía ser en verdad una comedia del insigne dramaturgo. Solo que esta vez lo hicieron con sus propios conocimientos y dedicando mucho más tiempo y detalle. Y todas estas pruebas dieron el mismo resultado: la tinta y la pluma son las de Lope de Vega.