INFRAESTRUCTURAS DEL CONOCIMIENTO<br>
Sistemas emergentes, o qué tienen en común hormigas neuronas, ciudades y software.
Reseña realizada por Carlos Merino<br>
Centro de Investigación sobre la Sociedad del Conocimiento (CIC)<br>Universidad Autónoma de Madrid
La figura del investigador en su labor de pesquisa tiene, en ocasiones, la suerte (basada en la insistencia y la dedicación) de encontrar lecturas, que, más allá de su densidad y su vinculación con la tarea que desarrolla, aportan un grado de sorpresa saludable para la actualización y el planteamiento de nuevos interrogantes que pueden, de forma transversal, ser base de creatividad e imaginación interesantes.
Este es el caso de la obra que ahora se comenta, la cual trata un tema alrededor del concepto de emergencia y presenta un enfoque, que podría calificarse de heterodoxo, ya que su análisis y aplicación dentro de las temáticas que estructuran la obra (biología, informática, urbanismo, etc.), presentan una aparente diversidad cognitiva. No obstante, hoy en día, a pesar de ser común el uso de dicho concepto, poco se reflexiona sobre su sentido, profundidad e implicaciones, situación común a muchos otros vocablos.
Así, Steven Johnson, autor de esta obra y gran experto multidisciplinar, expone un desarrollo completo y anecdótico sobre el ámbito de los sistemas emergentes como "sistemas de elementos relativamente simples que se organizan espontáneamente y sin leyes explícitas hasta dar lugar a un comportamiento inteligente". Ante tal ejercicio de conceptualización es evidente la necesidad de elaborar un argumento ejemplificador de tal circunstancia, algo que Johnson despliega a través del análisis del comportamiento del moho del fango, las hormigas, las neuronas, las ciudades y el software.
Los sistemas, por su acotamiento, relaciones y orden conceptual, se diseñan, generalmente, a una consideración cercana a un enfoque de estructura y autoridad descendente, en donde el marco de actuación y la organización se establecen en virtud de agentes que dirigen jerárquicamente al colectivo. Desde este punto de vista es difícil comprender como surgen determinados sistemas al margen de pautas de autoridad y jerarquía (barrios, clusters, etc.), obedeciendo a patrones ascendentes que, partiendo de interacciones individuales, empapadas de azar, cimientan estructuras autoorganizadas que se adaptan a las circunstancias del entorno y a las condiciones ambientales.
Las normas de actuación social en colectividades responden a relaciones causa-efecto que se sustentan en las leyes de la emergencia, cuya anarquía darwinista permite un marco de coevolución que redunda en el desarrollo de una espiral cognitiva más rica y compleja.
Por tal motivo, se comenta, como ya ha sido citado, el ejemplo del moho del fango y de las hormigas como seres que desde un comportamiento individual, un alto nivel de interacción y un modo de comunicación (las feromonas en el caso de las hormigas) permiten la creación de un todo organizado, que supera las pruebas de la selección natural a través del paso de una complejidad caótica a un caos organizado, algo similar a lo que es un ser humano como sumatorio de las células que lo componen desde su gestación, o lo que, en otras palabras, supone un software sofisticado basado en una serie de cálculos, o finalmente lo que es una ciudad desde la presencia de cada habitante.
Las hormigas en su búsqueda de alimento, al igual que la labor de los buscadores que tratan de captar información en internet, o de los integrantes de una ciudad, establecen patrones y señales que delimitan, desde un planteamiento de alta interacción (cantidad de individuos, potencia de los robots, núcleo urbano conformado por la estructura de espacios públicos como plazas y aceras), las mejores rutas y recursos encontrados, obteniendo desde reglas simples (feromonas, unos y ceros, etc.) un orden de inteligencia superior y complejo.
Este modo de actuación acumulado basado en el caos construye un modelo en red que desarrolla un enfoque racional, aplicable, por ejemplo, tanto al software como a los patrones del cerebro humano.
Obviamente, este comportamiento, para ser sostenible, tiene que ostentar un carácter dinámico que asuma la selección natural como un criterio vital. Así, la retroalimentación adaptativa conforme a las condiciones del entorno, es un aspecto esencial para la perdurabilidad del sistema, que a través de lo que se podría conocer como un proceso de homeostasis va acomodando su desarrollo bajo las dosis de un todo emergente que parece no contar con lógica para su funcionamiento.
Por este motivo, el ser humano que busca un patrón de control y seguridad para colmar su gusto por la comodidad y evitar la innata aversión al riesgo, percibe una cierta desorientación cuando trata de comprender el ámbito de la autoorganización.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad, dado que el nivel de "radiación" e incluso de "telepatía" (hacemos y opinamos de lo que vemos) nos permite trasmitir y difundir información que, a modo de impulsos eléctricos, va moldeando la realidad que vivimos haciendo emerger un proceso de autoorganización.
Todo este argumento permite darle una base sustancial a la importancia del conjunto de relaciones que manejamos, de interacciones que podemos manejar o provocar, y por ende, del conocimiento e información que se puede adquirir o difundir en tal proceso de intercambio (interiorización y socialización).
Sin duda, cabe hacer especial hincapié en la consideración del esquema de relaciones como input que influye sobre el "termostato" de los agentes expuestos o involucrados y que, por tanto, vincula su éxito o supervivencia a la capacidad de adaptarse convenientemente.