EN TORNO A LA IDEA DEL HOMBRE<br>
Reseña realizada por José Luis Mora García<br>
Universidad Autónoma de Madrid
Concebido como un mosaico bizantino y no tanto desde una elaboración historiográfica, tiene la pretensión este libro de ser un marco en el que se reflejen las diversas teorías que sobre el hombre han elaborado algunos de los principales pensadores que han protagonizado la filosofía de la primera mitad del siglo XX.
Bajo la coordinación del profesor Sellés, y formando arte de un amplio proyecto de investigación que ha ofrecido resultados en los últimos tres años, se reúnen quince trabajos en torno a dos ejes: uno temporal y otro temático. El primero acota el periodo de estudio al siglo XX y el segundo se articula en torno a la idea del hombre. En la línea que trazara hace ya unos años Juan de Sahagún (Antropologías del siglo XX, Salamanca, Sígueme, 1976) este libro trata de superar y aún derrotar un lugar común en los estudios filosóficos: aquel según el cual la filosofía apenas se habría ocupado del ser humano en esta época de su historia. Se ha creído que el neopositivismo, la filosofía analítica y las apuestas por la racionalidad científica se habrían centrado sobre todo en epistemes que priman el valor de la objetividad sobre cualquier otra dimensión de las que afectan al ser humano.
En este sentido el libro contribuye a superar cualquier tentación de ver la filosofía del siglo XX de forma monolítica pues no sólo hay un "dispar alcance de las nuevas antropologías" como acertadamente titula Selles la presentación del libro sino que dispares son las filosofías mismas que sustentan estas antropologías. De tal manera que si bien el libro está concebido para constituir una unidad, por encima o más allá de las diferencias de planteamiento de autores tan distantes entre sí, lo cierto es que el lector termina por adquirir una imagen de complejidad acerca de lo humano muy superior al objetivo trazado por el equipo redactor. Pues si bien éste queda muy esclarecido con sólo ver los autores que se toman como referencia, algunos de los cuales no se encontrarían con facilidad en antologías de carácter filosófico (Balthasar, Wojtyla y Ratzinger, por ejemplo, al ser considerados claramente como teólogos); y otros que trazan bien claramente una concepción cristiana del ser humano desde la filosofía (Guardini, Gilson, Leonardo Polo, entre otros) el contrapunto de quienes representan el ámbito de lo sociológico o lo lingüístico (Simmel, Durkheim o Wittgenstein) complica mucho la consecución de ese objetivo unitario en torno a la idea misma de antropología. Sí me parece un acierto la inclusión de los autores españoles que se estudian: D'Ors, Zubiri, Zambrano y Julián Marías (si bien hay alguna ausencia llamativa como la del propio Ortega, maestro de varios de ellos; o las de García Morente, Joaquín Xirau que ofrece una aportación coherente con la apuesta del libro o, incluso, la del algún contemporáneo como Trías) pues si hay una característica que defina la tradición española desde el siglo XVI ha sido precisamente el humanismo. El acierto muestra también los contrapuntos que hacen chirriar el edificio en algunas de sus juntas al ajustar a los autores a la idea previamente establecida, es decir, al modelo de filosofía que se toma como canónico. El caso más llamativo lo tenemos en el capítulo dedicado a María Zambrano a quien se somete a esa prueba; no así D'Ors cuya filosofía podría haber merecido parecido tratamiento y tampoco he creído percibir este mismo afán con figuras como Bergson.
Así pues, nos parece que este libro surge, primero, de la convicción de que es posible dar unidad a las filosofías del siglo XX vertebrándolas en torno a la idea que del hombre tienen, pues de una u otra forma, incluidas las que parecen más lejanas, no es posible hacer filosofía sin ocuparse de su actor principal, es decir, el ser humano. En segundo lugar, el proyecto incluye de manera consciente la dimensión trascendente del hombre primando las antropologías que sostienen esta orientación, utilizando como contrapunto otras que se sitúan en distintos planos pero sin negar explícitamente la orientación dominante. Es, precisamente, este segundo punto el que, a mi entender, plantea más dificultades no sólo metodológicas sino doctrinales. Las dificultades metodológicas se sitúan al yuxtaponer propuestas que apenas tienen nada en común y que difícilmente pueden dialogar entre sí. No está muy claro qué función se les hace desempeñar. Las dificultades doctrinales hay que situarlas en dos planos diferentes: uno que exigiría un esfuerzo mayor de clarificación acerca del sentido mismo de la trascendencia pues me parece que hay efectivamente un "dispar alcance" entre las mismas; el otro tiene que ver con las ausencias de autores o modelos que no sólo son contrapunto, el caso del pragmatismo norteamericano que me parece bastante fácil, sino que son beligerantes con el modelo propuesto en este libro.
Sin esta apuesta, el libro aun siendo valioso en conjunto y en cada uno de sus capítulos pues lo son los autores estudiados y los especialistas de cada uno de ellos, queda lastrado a medio camino entre la diversidad expuesta y la unidad pretendida y no manifestada. Hay una subyacente concepción sistemática de la filosofía desde la que está planteado el conjunto del libro pero luego este queda troceado por la lógica interna de cada autor estudiado, al que reduce suavemente al modelo que sirve de unidad en un posterior ejercicio. El título en plural, "Propuesta antropológicas", deja en el aire el verdadero propósito del libro que el lector colige entre líneas más cerca del singular que del plural. Propósito, por cierto, que es absolutamente legítimo, sostenido desde el conocimiento de los autores pero que debe ser llevado a cabo de manera explícita. Es posible que esta valoración se deba a que el proyecto esté aún en una fase intermedia de su desarrollo, a que necesite completarse o a que las exigencias editoriales hayan dejado fuera material y debates que los miembros del equipo seguramente han desarrollado. Con ellos el lector tendría nexos entre los capítulos de los que carece en la versión actual que queda un tanto atomizada, es decir, cerrada en apartados clausurados en los que se ofrece un excelente resumen de tomas de posición que no se confrontan sino que se adjuntan.
El libro adquiere así valor por el carácter introductorio que cada capítulo tiene respecto del autor estudiado, muy útil para lectores especializados y para quienes aún no lo son, y también por su carácter de panorama de las antropologías del XX realizado por buenos estudiosos de cada autor. Y, sin embargo, al lector le queda la convicción de que no son estos los únicos objetivos de un libro que apuesta por una concepción del hombre de orientación cristiana, histórica y filosófica muy relevante, pero que, finalmente, queda disuelta en medio de un camino.
Es preciso hacer notar que el libro está bien escrito, cada uno de los estudios por sí mismos son rigurosos y ofrece al lector interesado un panorama de una parte importante de los autores que bien han pensado sobre o desde el hombre o bien nos suscitan indirectamente la pregunta por el hombre mismo. Hablamos, pues, de un planteamiento necesario para un tiempo en que tras los oleajes del positivismo y de la posmodernidad nos conduce a centrarnos en la preocupación por nosotros mismos. Las otras consideraciones hechas en los párrafos precedentes tienen que ver más con el proyecto que sustenta el libro y con la dificultad por articular dos proyectos que no lo son fácilmente: uno plural, unitario el otro.