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Autor
José Antonio Olmeda (UNED)

¿Obama el Pacificador?

Aunque no faltan quienes consideran la concesión del Premio Nobel de la Paz al presidente Obama por los cinco parlamentarios noruegos, un acto condescendiente de los hipócritas europeos que así recompensan a los siempre incultos, rudos y arrogantes estadounidenses por haberse deshecho, al fin, del innombrable vaquero belicoso, ni quienes lo entienden merecido al unir su nombre a la retahíla de agraciados con un galardón que creen un oprobio, buena parte de la opinión lo considera prematuro dada su falta de realizaciones concretas hasta la fecha.
Las obras políticas del presidente Obama se han limitado hasta el momento a ganar las elecciones primarias del partido demócrata y luego las presidenciales, gracias a un excelente manejo de la retórica emocional y de la organización de sus campañas, frente a candidatos que presentaban problemas de diversa índole. Pero, sobre todo, su victoria ha llegado tras ocho años de presidencia de Bush, que cometió el error, al parecer, de responder con el empleo de la fuerza en países islámicos, a unos ataques terroristas sobre su propio territorio, de letalidad sin precedentes en la historia mundial, y que suponían una declaración de guerra explícita del islamismo yihadista.

La política exterior, o mejor las expectativas suscitadas por su despliegue retórico global son las que han movido a la concesión de un premio un tanto desprestigiado por su inveterada politización

Estos triunfos electorales han dado paso a la política habitual en un sistema político de funcionamiento tan complejo como el de los Estados Unidos. El frente interior está relativamente atascado en los obstáculos desencadenados por las dificultades de lograr las reformas deseadas en una economía dañada todavía con un elevado desempleo y algunos signos de mejora, pero el país sigue tan polarizado como en los últimos años de Bush. La política exterior, o mejor las expectativas suscitadas por su despliegue retórico global son las que han movido a la concesión de un premio un tanto desprestigiado por su inveterada politización, a diferencia de los Premios Nobel en otras materias que podrán ser discutibles pero que cuentan con indicadores más objetivos para su concesión.

Sin embargo, la política exterior de Obama hasta el momento no ha alterado en lo fundamental el legado de Bush aunque mediante sus declaraciones y gestos sí parece haber generado ilusiones de cambio en las opiniones públicas de distintos países aunque todavía no ha conseguido logros tangibles. Veamos algunos conflictos abiertos muy graves: Iraq, Irán, Israel-Palestina-Países árabes y Afganistán.

Pese a la insistencia de Obama sobre la retirada de Iraq, lo cierto es que se está cumpliendo rigurosamente el acuerdo firmado por el gobierno iraquí y el presidente Bush a finales de su mandato sobre el estatus de las fuerzas estadounidenses y su paulatino pase a un segundo plano en la consecución de la seguridad de los iraquíes. Los militares de la coalición se han retirado de las ciudades y Al Qaeda en Mesopotamia insiste en su estrategia terrorista tratando de suscitar el conflicto entre los mayoritarios chiíes y los minoritarios suníes y atacando los incipientes símbolos materiales de la incipiente democracia iraquí, la policía y las fuerzas armadas. Las próximas elecciones en enero darán una nueva medida de los progresos políticos pero cabe pensar que los yihadistas no van a cejar en su empeño y si lograran aumentar la inestabilidad, Obama se verá obligado a mantener su implicación militar muy a su pesar.

En la relación con Irán, los cambios son más aparentes que sustantivos. Pese a descubrirse el enésimo engaño de los ayatolás con su planta subterránea secreta de enriquecimiento de uranio y pese al aparente apoyo ruso a la oferta de recogida y transformación en combustible atómico del enriquecido uranio iraní, la contrapropuesta iraní es un ejemplo más de su habitual postura dilatoria mediante la que seguirá ganando tiempo y avance estratégico, sin que ni rusos ni chinos apoyen sanciones significativas que le impidan alcanzar próximamente el armamento nuclear. No debe criticarse a Obama por intentar negociar un trato con Irán sobre la materia pero no cabe engañarse sobre las posibilidades de lograr ese acuerdo sin ningún instrumento coercitivo que modifique los designios del régimen persa. La diplomacia no es un fin en sí mismo. Si Irán consigue el arma nuclear la inestabilidad en una región ya en situación muy delicada aumentará exponencialmente.

Aunque el discurso de Obama hacia el mundo islámico en la universidad de Al-Azhar en El Cairo pueda haberle servido para mejorar la maltrecha imagen de los Estados Unidos ante los fieles de la religión con una tasa de crecimiento mundial más veloz, lo ha hecho a cambio de peligrosas concesiones al islamismo y al antisemitismo árabe, ofendiendo gratuitamente a Israel y sin mejorar realmente las perspectivas de la paz entre los israelíes y sus vecinos. Los palestinos siguen fracturados entre Hamas en Gaza y Al Fatah en Cisjordania, los primeros amenazan con una tercera intifada y Abu Mazen lo hace con dimitir ante la falta de perspectivas negociadoras reales. La distancia entre la demanda de seguridad israelí y la necesidad palestina de un Estado viable sin ocupación se agranda ostensiblemente. Los asuntos cruciales -Jerusalén, las fronteras, los refugiados palestinos y judíos y la seguridad de todos- siguen sin perspectiva de negociación y mucho menos de solución aceptable para todos. Obama no parece dispuesto a o con capacidad de influir sobre el gobierno de Netanyahu cuya política favorece el mantenimiento del status quo debido a que concita un apoyo masivo de la opinión pública israelí.

La guerra de Afganistán -no una guerra de elección sino de necesidad en expresión del propio Obama para contraponerla a la de Iraq-, se halla en un impasse, a la espera de si el presidente acepta los planteamientos del general McChrystal, comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, en el teatro de operaciones. La tensión entre los civiles y los militares estadounidenses en torno a este conflicto bélico parece aumentar, en especial al desvelarse que Obama conocía la revisión estratégica reservada sobre Afganistán ordenada por el presidente Bush a principios de otoño de 2008; las presiones de su consejero de seguridad nacional a los comandantes militares sobre el terreno para diluir sus peticiones de aumento de tropas y la prominente participación de su equipo político de campaña, ahora en la asesoría de la Casa Blanca, en lo que en principio era materia de seguridad nacional exclusivamente. Dados estos antecedentes la premiosidad en adoptar una decisión cuando el rumbo parecía trazado transmite indecisión y debilidad, diluyendo la estrategia a adoptar sobre la que tampoco hay decisión clara.

En Pakistán, el lado oscuro del conflicto afgano, la sede internacional del terrorismo islamista y donde reside la dirección de Al Qaeda, el progreso es muy lento. Si bien parece que los dirigentes pakistaníes se enfrentan con mayor decisión a sus talibanes en el valle de Swat y en el sur de Waziristán, también parecía que lo habían hecho con anterioridad y su ofensiva resultó muy insuficiente. Hay que tener en cuenta que estas redes terroristas islamistas son instrumentalizadas desde hace decenios por los servicios de inteligencia militar pakistaní como un recurso para su proyección estratégica en India y Afganistán. Está por ver si los pakistaníes quieren acabar con ellas de manera definitiva. La defensa de Afganistán no erradicará estas redes pero si se lo abandona a su suerte ello proporcionará nuevos ímpetus y mayor libertad de acción a Al Qaeda, al disponer de un mayor ámbito geográfico desde el que desplegar su actividad.

Ante este conflictivo panorama internacional tan sucintamente descrito, ante la ausencia de nuevos tratados internacionales firmados por los Estados Unidos ni perspectivas futuras de ello bajo la presidencia de Obama por sus insuficiente apoyos en el Senado, parece que su defensa verbal de los valores de la paz y de los procesos de entendimiento internacional entre los pueblos de la Tierra no ha conseguido materializarse todavía. Su Nobel noruego es una apuesta al incierto mercado de futuros. Pero ¿qué hacer cuando hay pueblos que no quieren entenderse con nosotros respetando los valores occidentales? ¿Cómo convivir con países que impulsan el terrorismo internacional? ¿Cómo coexistir con religiones que sólo entienden la opción entre nuestra sumisión a sus valores o la guerra? Como escribió V. S. Naipul, también premio Nobel en un ámbito no menos etéreo, "el mundo es lo que es; los hombres que no son nada, que se dejan convertir en nada, no tienen lugar en él". Seguro que el presidente Obama tendrá ocasión de demostrar si de verdad es algo más que una mera celebridad internacional, fruto de globales vientos mediáticos favorables, durante los próximos meses y años.

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