LA IMPERFECTA REDONDEZ DE LA TIERRA<br>
Los luminosos descubrimientos de los navegantes portugueses
Reseña realizada por Juan Pimentel<br>
Instituto de Historia, CSIC
La literatura de viajes es un género clásico en Occidente y que hoy día recibe gran atención desde distintas áreas y ciencias sociales. Los debates sobre la globalización, los problemas del mestizaje y la relación entre las culturas o las polémicas en torno al fin de la modernidad se sitúan en el horizonte que explica este redoblado interés hacia una práctica y una escritura (viajar y decir el viaje) que hoy identificamos como configuradores de nuestro mundo (esto es, de nuestra idea del mundo). Y entre tanto trabajo menor, entre tantas ediciones que simplemente dicen cosas ya dichas o publican textos ya publicados sin ningún aparato crítico digno de mención, hay que destacar libros como el de Isabel Soler, un ensayo histórico largo, denso y sostenido sobre una materia con mucho reclamo en el mercado editorial y con no tantos autores que tengan algo que decir.
El nudo y la esfera se centra en los viajes portugueses de los siglos XV y XVI, lo que significa hablar de Europa, Oriente, África y América. Portugal es presentada como la nación limítrofe de Occidente. Su ubicación la aboca al mar, la empuja a ensachar el mundo, obligándola a romper la idea tradicional de la ecumene y a acometer dos arduas tareas: construirla como una esfera e intentar anudarla. El nudo y la esfera: los dos símbolos adoptados por la Casa de Avís y reproducidos por el arte manuelino son los motivos de los que se sirve la autora para construir un relato trenzado -cómo no- sobre el pretexto narrativo de un viaje alegórico de idea y vuelta.
A través de este periplo figurado, Soler nos lleva desde los cosmógrafos judíos de la corte lisboeta en el Quinientos hasta las navegaciones de Bartolomé Dias, Vasco de Gama, Álvarez Cabral y Magallanes. Desde la admiración ante lo nuevo hasta las soluciones para incorporarlo. Desde la reverberación del pasado hasta las dificultades para construir el futuro, el doble movimiento que marca un Renacimiento cuya taréa histórica es tan hercúlea como improbable: doblegar un mundo que se resiste a la estabilidad, encontrar un sólo centro en un texto híbrido y extraño, concebir un universo infinito en el que sabios como Pascal sólo podían estremecerse ante el silencio eterno de las estrellas.
El libro está armado con textos y crónicas que no podían faltar (Diogo do Couto, Mendes Pinto, Camões), pero también con materiales pictóricos o arquitectónicos, así el rinoceronte de Durero, el Cristo muerto de Holbein o la fachada del coro del convento de Tomar. La anchura de la indagación exige una amplia movilización de recursos, asunto en el que la autora se desplaza con soltura entre los terriotorios que le son más familiares, la literatura y el arte, y donde navega con solvencia en mares más extraños, la filosofía y la historia de la ciencia.
El nudo y la esfera pone de relieve asuntos que resuenan últimamente con insistencia: junto al filósofo, el artista, el astrónomo o el médico, el navegante está siendo rescatado como arquetípico constructor del mundo y la modernidad. La historia del conocimiento no puede hacerse hoy día sólo desde los saberes, desde las ramas más o menos imprecisas de nuestro árbol de la ciencia, sino también desde las prácticas, dominio en el que viajar, esto es, desplazarse, transportar, medir, transcribir, traducir, clasificar, experimentar y naufragar, se alza como actividad central y partera a la hora de fabricar (o desmontar) nuestros conocimientos.
En su larga exploración filosófica sobre las esferas, sobre el espacio íntimo y externo en el que se desarrolla la vida humana, Peter Sloterdijk advertía que la experiencia del espacio es siempre la experiencia primaria del existir. Pero sea individual o colectiva, esta experiencia provoca temblor, pues según señala Rilke, "cuán turbado está uno que tiene que volar y procede de un seno". El libro de Soler contribuye de manera notable a entender el laberinto que se precipitó en las calles de la ciudad que fundó Ulises, Lisboa. Y también ayuda a comprender las dificultades de una empresa tal vez irresoluble, siempre incompleta, la de someter la más palmaria, la esfera-mundo, a una sola ley y a muchas identidades.