Fecha
Autor
Miguel Rodríguez Blanco (Universidad de Alcalá)

Miguel Rodríguez Blanco. Premio de Investigación 'Julián Marías' 2013

Excelent&#237;simas e Ilustr&#237;simas Autoridades. Se&#241;oras y Se&#241;ores.<BR>Deseo que mis primeras palabras sirvan para dejar constancia de mi agradecimiento y reconocimiento al Gobierno de la Comunidad de Madrid, y en particular a su Consejera de Educaci&#243;n, Juventud y Deporte, por el importante apoyo que prestan a la investigaci&#243;n.
Recibo el premio como un estímulo para redoblar mi compromiso con el sistema universitario público madrileño, tanto por lo que respecta a mis tareas de investigación, como en lo relativo a la transmisión del conocimiento.

También quiero agradecer a la Universidad de Alcalá todo el apoyo que me ha brindado desde mi incorporación a su claustro de profesores hace ya catorce años. En particular debo mencionar a su actual Rector, Fernando Galván Reula, bajo cuyo mandato se tomó la decisión de postularme a este Premio. Agradezco al Rector, y a la Vicerrectora de Investigación y Transferencia, María Luisa Marina Alegre, la generosa valoración de mis méritos de investigación y la confianza depositada en mi trabajo.

La investigación en Derecho Eclesiástico del Estado tiene una finalidad fundamental: trabajar en el diseño de modelos de tratamiento jurídico del hecho religioso que permitan una convivencia pacífica y una plena integración social de todas las personas, sean cuales sean sus creencias o convicciones

La ciencia y el conocimiento no se improvisan. En la Universidad todo viene de lejos. Un investigador se nutre del trabajo de otros: de sus lecturas, de su experiencia, de sus publicaciones. Yo no habría podido desarrollar mis tareas de investigación sin el apoyo y ayuda de un buen número de profesores universitarios. En este momento, me limito a citar a cuatro de ellos: José María González del Valle, Iván Ibán, José María Vázquez García-Peñuela y María José Villa Robledo.

En este elenco de agradecimientos, no puedo dejar de mencionar, por último, a mi familia. A mis padres, que me han marcado unas pautas de comportamiento irrenunciables: el compromiso ético en cada actuación, la generosidad con los demás, el firme propósito de tratar de ayudar a todo el mundo, y la sencillez cotidiana del que no tiene nada que esconder. Y si alguien merece una mención especial en un día como éste son, sin duda, mi mujer, Susana, y mis dos hijos, Javier y Pedro. Lo esencial, como sabía muy bien el Principito, es invisible a los ojos. Sin su complicidad y apoyo, todo sería distinto: sería más oscuro, y sería menos divertido.

Cuando se recibe un premio de esta naturaleza y se escucha la motivación del jurado, resulta inevitable interrogarse a uno mismo acerca de qué aportaciones se han realizado para merecer esta distinción.

La investigación en Derecho Eclesiástico del Estado tiene una finalidad fundamental: trabajar en el diseño de modelos de tratamiento jurídico del hecho religioso que permitan una convivencia pacífica y una plena integración social de todas las personas, sean cuales sean sus creencias o convicciones. Esto exige cuatro cosas fundamentales, que paso a exponer brevemente.

En primer lugar, una cuidadosa atención a la historia. La conexión entre una sociedad y su Derecho -decía Eduardo García de Enterría- solo la historia la revela. El Tratado de Lisboa ha dejado sentado que la Unión Europea respeta y no prejuzga los modelos nacionales de relaciones entre el Estado y las confesiones religiosas. Cada país tiene un sistema propio, fruto de un concreto devenir histórico. Y no cabe imponer un modelo uniforme a nivel europeo que desconozca la identidad de cada nación.

En segundo lugar, un estudio exhaustivo de las manifestaciones del derecho fundamental a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Como ha dicho el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, esta libertad constituye una de las bases de la sociedad democrática. "Figura en su dimensión religiosa entre los elementos más esenciales de la identidad de los creyentes y de su concepción de la vida, pero es también un bien precioso para los ateos, los agnósticos, los escépticos o los indiferentes. Es una manifestación del pluralismo, duramente conquistado a lo largo de siglos, consustancial a nuestra sociedad".

En tercer lugar, un verdadero espíritu de tolerancia y respeto. Espíritu que hay que sembrar en la sociedad y que debe ser cultivado con extremo cuidado cada día. Las palabras del juez Robert H. Jackson en el caso Barnette resuelto por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en 1943, ilustran con claridad este extremo: "Quienes comienzan por eliminar por la fuerza la discrepancia terminan pronto por eliminar a los discrepantes. La unificación obligatoria del pensamiento y de la opinión sólo obtiene unanimidad en los cementerios. Si hay alguna estrella inamovible en nuestra constelación constitucional es que ninguna autoridad pública, tenga la jerarquía que tenga, puede prescribir lo que sea ortodoxo en política, religión, nacionalismo u otros posibles ámbitos de la opinión de los ciudadanos".

La cuarta y última exigencia tiene que ver con la actitud. Hay que interiorizar, para no caer en la melancolía o en el relativismo insustancial, que la Justicia perfecta, la Justicia con mayúsculas, es una utopía. Lo que tenemos a nuestro alcance es la posibilidad de contribuir, con cada pequeña acción (un artículo, un libro, una ponencia, una clase), al fortalecimiento del modelo constitucional de convivencia construido en la Transición. En definitiva, se trata de asumir, en palabras de Alejandro Nieto, un pesimismo de presente que engendre un optimismo de futuro. Como decía Norberto Bobbio, "dejo de buen grado a los fanáticos, o sea, a quienes desean la catástrofe, y a los fatuos, o sea, a quienes piensan que al final todo se arregla, el placer de ser optimistas. El pesimismo es hoy un deber civil porque solo un pesimismo radical de la razón puede despertar algún temblor en esos que, de una parte o de otra, demuestran no advertir que el sueño de la razón engendra monstruos".

Y termino. En la novela la Sombra del viento se dice que "pocas cosas marcan tanto a un lector como el primer libro que realmente se abre camino hasta su corazón. Aquellas primeras imágenes, el eco de esas palabras que creemos haber dejado atrás, nos acompañan toda la vida y esculpen un palacio en nuestra memoria al que, tarde o temprano -no importa cuántos libros leamos, cuántos mundos descubramos, cuánto aprendamos u olvidemos-, vamos a regresar".

En mi caso, si se me permite expresarlo así, el primer libro jurídico que se abrió camino hasta mi corazón fue La Constitución como norma y el Tribunal Constitucional, de Eduardo García de Enterría. A sus páginas vuelvo con frecuencia y quiero cerrar esta intervención con su cita: "El arte o la artesanía jurídica es justamente esa de pasar de la norma a la aplicación, y hacerlo mediante explicación, persuasión y justificación razonada, no decidiendo simplemente por un criterio personal de apreciación. El tribunal sólo puede fallar sobre fundamentos jurídicos, haciendo de cada decisión una obra de arte, con razones que son generales y que son parte de la fábrica jurídica de la sociedad". Estas palabras, en las que se plasma la exigencia de sacrificar intereses personales en la apreciación del Derecho para hacer primar el conjunto de valores que encarna la sociedad, constituyen para mí una premisa esencial en mi labor investigadora.

Es todo.

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