Fecha
Autor
José Luis Telleria (<a href="http://pendientedemigracion.ucm.es/info/zoo/bcv/inicio.html" target="_blank"> Grupo UCM-CM 'Biología y conservación de los vertebrados' </a> Departamento de Zoología y Antropología Física Facultad de Ciencias Biológicas
UCM)

La migración de los animales

El paso de las estaciones produce cambios en la temperatura y humedad. Esto determina la intensidad de la producción primaria y, en consecuencia, la abundancia o accesibilidad del alimento. Al tratarse de eventos periódicos, muchos animales han desarrollado movimientos cíclicos para responder a estas modificaciones. La migración es esta respuesta viajera a la estacionalidad del medio con la que las especies gestionan las diferentes fases de su ciclo biológico <small><a name="ref1" id="ref1"></a><sup><a href="#nota1">[1]</a></sup></small>.
Dado que la reproducción es clave en el ciclo vital de los organismos, los circuitos migratorios se organizan en áreas de cría y en áreas de vida adulta, conectadas por los correspondientes corredores. Por ejemplo, muchas de nuestras aves se reproducen en el hemisferio norte para aprovechar la oferta estival de alimento. Llegado el otoño, unas migran al África trans-sahariana donde explotan los recursos generados por el monzón (Sahel) o el verano austral (Figura 1). Otras vienen a la región Mediterránea donde, finalizada la sequía estival, se inicia un periodo de intensa producción primaria en los sectores más térmicos [2]. Igual de espectaculares son las migraciones de ciertas mariposas que, como las carderas (Vanessa cardui; Figura 2), migran entre Europa y el Norte de África en un viaje en el que pueden sucederse varias generaciones. Algo similar ocurre con la mariposa monarca (Danaus plexippus), que se desplaza miles de Km. entre Canadá y Méjico [3]. Estos esquemas admiten, sin embargo, muchos matices y variaciones. Por ejemplo, hay especies que buscan zonas altamente productivas para acumular sus reservas corporales con las que alimentar luego a sus retoños en las áreas de cría. Este es el caso de muchas ballenas, que engorda en el Ártico-Antártico durante el verano y paren y amamantan a su prole en latitudes más bajas y atemperadas de los océanos Pacífico y Atlántico. O que, como ocurre con muchos peces (bacalaos Gadus morhua, anguilas Anguilla anguilla), han diseñado un circuito migratorio para alcanzar unas áreas de cría conectadas por corrientes marinas que les devuelven sus larvas en desarrollo a las áreas de vida adulta. En cualquier caso, pese a la variedad de estrategias migratorias, todas buscan aprovechar las mejores condiciones de cada lugar y momento mediante el oportuno desplazamiento de sus poblaciones [4].

La migración es esa respuesta viajera a la estacionalidad del medio con la que las especies gestionan las diferentes fases de su ciclo biológico

El comportamiento migratorio parece haber surgido en muchos lugares, especies y poblaciones de forma independiente, señal inequívoca del éxito de esta estrategia adaptativa [5]. Tal paso exige ajustes evolutivos más o menos complejos según los rasgos de las especies y los escenarios donde se desarrollen. Por ejemplo, mientras el mar constituye un continuo en el que puede desplazarse cualquier animal marino, el medio terrestre ofrece obstáculos frecuentemente insalvables. Estos pueden bloquear el surgimiento de la migración si el espacio disponible limita la necesaria complementariedad productiva de los territorios entre los que se han de mover los animales. Sólo las especies voladoras (aves, murciélagos, mariposas, libélulas, etc.) pueden sortear estas limitaciones y desarrollar movimientos a gran escala.

Figura 1. El correlimos tridáctilo (Calidris alba; Fuerteventura) cría en el extremo del Hemisferio Norte y migra miles de kilómetros hasta alcanzar, en muchos casos, el extremo sur del Atlántico y Pacífico. Es frecuente verlos en nuestras playas donde se alimenta de los pequeños invertebrados que quedan al retirarse las olas.

Salvados estos condicionantes, las poblaciones migratorias pueden experimentar adaptaciones notables [6]. En las aves, por ejemplo, las poblaciones migratorias de una misma especie presentan alas más largas y colas más cortas que sus homólogas sedentarias para favorecer la eficacia del batido y reducir la resistencia del aire. Son, además, capaces de revolucionar su metabolismo y morfología interna de forma reversible. Pueden alterar, por ejemplo, la cantidad de grasa corporal, el contenido de oxígeno en sangre o alterar la estructura del sistema digestivo en un proceso que revertirá al terminar la migración. Igual de apasionante es la capacidad de los migrantes para orientarse en sus viajes, un aspecto que descansa en claves utilizadas de forma muy desigual según las peculiaridades de cada grupo (direcciones normativas innatas, orientación magnética, orientación por las estrellas, estímulos químicos, memoria visual, etc.).

Los movimientos de las poblaciones migratorias pueden implicar desplazamientos muy dispares. Por ejemplo, las salamandras (Salamandra salamandra) y sapos (Bufo bufo) migran una media de 0,5 y 2-3 Km. respectivamente entre las zonas de vida adulta y puesta; los corzos (Capreolus capreolus) de los Alpes descienden una decena de kilómetros al llegar el invierno; las gacelas de Mongolia (Procapra gutturosa) se desplazan en un circuito de 600 Km.; las tortugas bobas (Caretta caretta) que crían en las Islas de Cabo Verde se mueven 800 Km. hasta las zonas de alimentación en las costas de Mauritania; las yubartas (Megaptera novaeangliae) se trasladan 25.000 Km. en sus circuitos migratorios marinos y muchas aves, donde es obligado citar los 80.000 Km. del circuito anual de los charranes árticos (Sterna paradisea), vuelan grandes distancias entre sus áreas de cría y de invernada (2).

En todos los casos, las poblaciones migratorias desaparecen periódicamente del alcance de los investigadores que han de buscar la forma de saber dónde y cómo viven. En las especies más accesibles, es posible seguirlas directamente a lo largo de sus rutas migratorias, determinar los puntos de concentración, las áreas de descanso, etc. En otros casos, se recurre al uso del radar o al contenido isotópico de sus organismos para determinar los lugares de paso o el origen de las poblaciones. Es habitual, sin embargo, que se marque una muestra representativa de los individuos implicados con el fin identificarlos allí donde se encuentren. Por ejemplo, las manchas del cuerpo pueden ser tan personales como nuestras huellas dermo-papilares; las técnicas moleculares son capaces de identificar a los individuos; los apliques externos o los microchips cumplen idéntica función y los geo-localizadores y emisores vía satélite [7] nos permiten seguir al animal en tiempo real e informarnos sobre la velocidad de su desplazamiento, altura de vuelo o la intensidad de uso de determinados enclaves o corredores [8] . En muchos casos, el seguimiento de estos desplazamientos se realiza bajo la cobertura de proyectos internacionales y con la voluntad explícita de generar bases de datos comunes [9]. O, por lo menos, con una clara voluntad de hacerlos públicos para uso de conservacionistas y gestores [10].

Figura 2.La cardera (Vanessa cardui; Sierra de Guadarrama) es muy frecuente en nuestros campos. Como otras mariposas, realiza migraciones a gran altura que le llevan desde el norte de Europa hasta el límite septentrional del Sahara.

Todo este reajuste estacional en la distribución de muchos billones de animales a lo largo y ancho de planeta está crecientemente amenazado. Tanto o más que la supervivencia del resto de organismos ya que, además de los habituales problemas de conservación (cambio climático, pérdida de hábitats, contaminación, sobre-explotación, etc. [11], se suman tres dificultades adicionales. En primer lugar, su protección implica el cuidado de la variedad de territorios que ocupan a lo largo del ciclo anual. No basta con conservar un bosque o un arrecife para proteger una especie amenazada, sino que hay que conservar la red entera de espacios utilizados en su periplo migratorio [12]. En segundo lugar, hay que garantizar la continuidad espacial de los corredores migratorios [13]. Esto puede ser relativamente fácil en los animales voladores o marinos (aunque también aquí proliferan las barreras y obstáculos creados por el hombre), pero resulta complicado en las terrestres o dulceacuícolas, implacablemente afectadas por la fragmentación del territorio y la aparición de toda suerte de barreras (presas, canales, infraestructuras de comunicación, desarrollo urbano, etc.). Por ejemplo, las migraciones de las especies terrestres más sensibles por la gran extensión de los territorios recorridos (los grandes mamíferos) solo perduran en algunos lugares recónditos o protegidos del planeta [14]. Finalmente, estos desafíos plantean la necesidad de una coordinación internacional y la adopción de una legislación compartida (como el Convenio de Especies Migratorias [15] sobre la que desarrollar un común objetivo conservacionista. Pero, aunque se ha avanzado en el desarrollo de una sensibilidad compartida, no siempre es fácil coordinar estas actividades entre países con culturas y prioridades diferentes.

[1] www.nature.com/scitable/knowledge/library/animal-migration-13259533


[2] www.birdlife.org/datazone/sowb/spotFlyway


[3] www.learner.org/jnorth/monarch


[4] www.bbc.co.uk/nature/adaptations/Animal_migration


[5] www.arkive.org/explore/species?q=migration%20behaviour


[6] animalmigration.org/index.htm


[7] www.argos-system.org/web/en/58-protecting-biodiversity.php


[8] icarusinitiative.org


[9] www.euring.org


[10] https://www.movebank.org


[11] www.iucnredlist.org


[12] www.unep-aewa.org


[13] www.migratoryconnectivityproject.org


[14] www.ultimateungulate.com/index.html


[15] www.cms.int

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