Fecha
Autor
Ángel Fernández-Cancio (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria, INIA)

Los árboles, testigos vivos de la historia

Entre los organismos vivos, los árboles destacan por la gran longevidad que alcanzan muchas de sus especies y que en algunos casos como en la especie norteamericana, <em>Pinus longaeva</em>, pueden superar los 5000 años de antigüedad, aunque de esta edad no hay ya muchos ejemplares. En España los árboles no alcanzan estos años en ningún caso; no obstante, sí que tenemos algún ejemplar milenario cuya datación científica es exacta <small><a name="ref1" id="ref1"></a><sup><a href="#nota1">[1]</a></sup></small>.
Un bosque primario con árboles de estas edades no existe en nuestro territorio, aunque sí que se pueden localizar algunas zonas pequeñas y fragmentadas que conservan árboles de 500 años y en un caso al menos se mantiene un enclave con árboles de más de 700 años [2]. En estas condiciones el concepto de un bosque estable que esté en equilibrio dinámico con su entorno, conservando todos sus estratos y su biodiversidad, no forma parte de nuestro patrimonio, ya que la intervención humana (incendios, cortas, ganado, etc.) ha sido antigua e intensa, eliminándolos casi en su totalidad. Por tanto, el valor de los árboles longevos en España no hay que centrarlo únicamente en su capacidad para mantener unas formaciones ecológicas de alto interés, sino también y de forma preeminente, en la información que estos árboles poseen, ya que este es un tema muy importante para analizar el pasado [3].

Los árboles son antenas vivas que captan la información ambiental y la almacenan en los anillos anuales de crecimiento [3]. La cantidad y calidad de la información recogida es de enorme interés ya que es una red viva con resolución anual que cubre todo el territorio, con la ventaja adicional de que los árboles viejos que todavía se mantienen lo hacen, sobre todo, en zonas de montaña muy sensibles a la información climática. Del estudio de los anillos se encarga la dendrocronología, una disciplina de la ciencia que analiza e identifica con exactitud el año en que se formaron los anillos de los árboles y permite observar, entre muchas otras cosas, que éstos responden a pautas globales, poseyendo una firma más o menos común que se reconoce en zonas tan alejadas como los Pirineos y Cazorla o como Galicia y la Sierra de los Filabres en Almería. Es decir, los árboles son capaces de informarnos de los patrones ambientales comunes a todo el país [3][4].

Esta información es muy variada, en aquellos lugares del mundo con árboles muy longevos o colocados en las situaciones adecuadas se puede obtener información precisa anual de sucesos tales como terremotos, actividad volcánica, modificaciones geológicas, etc. En España la información que nos suministran es de interés global y local y está más relacionada con el clima, la ecología, los incendios, las plagas, la historia forestal de un territorio, las riadas, la contaminación atmosférica y la datación arqueológica de edificios [2]. Se puede afirmar que no hay casi ningún suceso de carácter ambiental que afecte a los seres vivos que no sea recogido en una u otra forma por los árboles.

En el caso de los árboles viejos la información más interesante obtenida tradicionalmente es la climática ya que como son antenas fijas que responden al ambiente, incluso de forma diferente por cada una de sus caras, permite reconstruir el pasado climático y cuantos más viejos sean los ejemplares mayor es el alcance del conocimiento del paleoclima, algo muy valioso para comprender el alcance del cambio climático actual [4]. Para un buen estudio dendroclimático se necesitan muchos árboles muy longevos puesto que conviene hacer con ellos lo contrario de lo que se hace con una antena. Aquí lo que se mueve científicamente es la señal climática y lo que está quieto es la antena. O sea, que hay que dirigir la señal selectiva que se quiere estudiar hacia aquellos árboles que sean capaces de reconocerla y una vez obtenidos los árboles-antena que correlacionan con la señal que queremos, ya se puede intentar reconstruir el clima con alta fiabilidad. En España la señal climática mensual que puede reconstruirse es amplia y fuerte a partir del año 1350, pero antes, como hay muy pocos árboles tan viejos, la señal es menos fiable; no obstante, con esa señal más débil, se puede alcanzar el año 1050, fecha de la niñez del Cid [4].

Pinus longaeva

Es emocionante observar una rodaja datada con las fechas de los acontecimientos históricos, pero lo que se esconde dentro de la misma es verdaderamente impresionante si se puede y sabe leer [3]. En ella están la frecuencia de incendios, las cicatrices que señalan los golpes recibidos por la geología, los hombres o los animales, las plagas defoliadoras e indirectamente el ambiente que las provoca, los elementos químicos que delatan la actividad volcánica junto a la fecha exacta de la erupción, así como la contaminación ambiental y presencia de elementos químicos industriales nocivos para la salud, la actividad sísmica, avalanchas, podas, talas, heladas, etc. [3][4][5]. Estos 'chivatos' ambientales son testigos lejanos e infalibles capaces de generar más de un dolor de cabeza a los que presumiblemente pretenden no contaminar y también de rechazo a los científicos que intentan demostrar lo contrario. Por ejemplo, si no hubiésemos detectado el meteorito de Tunguska los árboles nos habrían informado de que pasó por allí.

Una habilidad muy notable de los árboles, especialmente útil en los árboles viejos, es que son capaces de dar la fecha exacta de la madera asociada a las obras de arte, momentos históricos y estudios arqueológicos la denominada dendroarqueología [6]. Esto se hace partiendo de los árboles vivos y superponiendo tramos de muestras de madera muerta o arqueológica (vigas, yacimientos, etc.); al deslizarse unas sobre otras hay un momento en que concuerdan con casi completa exactitud, aunque los árboles sean de procedencia muy distante e incluso de especies distintas. Estas cronologías llamadas flotantes se extienden hacia el pasado y en algunos lugares del mundo están entre 8.000 y 10.000 años. Por su exactitud, han servido, por ejemplo, para corregir los sesgos de las dataciones con carbono 14 y para esclarecer actividades delictivas.

En España se pueden encontrar con relativa facilidad árboles de 300 años, a partir de esta edad, con nuestros datos, la cantidad de árboles viejos disminuye muy rápidamente, hasta los muy pocos ejemplares que quedan de 1.000 años, quizá menos de diez individuos [1][2]. Los enclaves donde se encuentran estas joyas vivas están restringidos a las Sierras Béticas, en los Pirineos podría haber un límite sobre 800 años, en el Sistema Ibérico occidental unos 530 años, en el Sistema Ibérico oriental unos 650, en el Sistema Central rondan los 500 y en Galicia unos 440 años [2]. El número de ejemplares con estas características está disminuyendo muy rápidamente, debido a su senectud y fundamentalmente a la presión climática y en ocasiones humana que, en este caso, es a veces de carácter científico. La única manera de saber la edad real de un árbol es extraer una muestra con una barrena y medirla con una lupa [3]. Una perforación convenientemente desinfectada no es dañina, pero varias pueden llegar a serlo puesto que se concentran sobre los pocos ejemplares longevos que hay. Como muestra de la necesaria racionalización y cuidado que necesita la investigación de estos árboles, basta con señalar que en Estados Unidos, en 1964, uno de los árboles más viejos del mundo (con más de 5.000 años) fue cortado por un joven graduado para estudiar su rodaja en la tranquilidad del laboratorio. Esto dio lugar a que el enclave donde se encuentra el árbol más viejo de todos se mantenga en un secreto casi absoluto. Si a esto se le añade que cada vez la presión turística y recreativa es mayor urge arbitrar medidas de protección o en breve desaparecerán.

El valor de los árboles longevos en España no hay que centrarlo únicamente en su capacidad para mantener unas formaciones ecológicas de alto interés, sino también y de forma preeminente, en la información que estos árboles poseen

En nuestro país la investigación sobre estos árboles longevos se centra fundamentalmente en tres especies de pinos; el pino silvestre, el pino negro y el pino laricio (que es casi siempre el más viejo), también sobre sabinas y excepcionalmente sobre enebros. Los árboles de hoja caduca (sobre todo los robles caducifolios y marcescentes) pueden ser muestreados, pero sus edades no son normalmente muy altas o están muy deteriorados por el hombre, con huecos y con un exagerado diámetro cuyo centro, si existe, no puede ser alcanzado [1][2]. Es posible que algún ejemplar sea también milenario, pero nunca hemos podido asegurarlo. En cuanto a la encina, alcornoque, olivos, tejos, etc. son de muy difícil datación por múltiples causas [3]. Es frecuente que a muchos de estos ejemplares majestuosos se les atribuyan edades milenarias, incluso de muchos milenios, pero la realidad es también que raramente se pueden estimar en más de 500 años. Sin embargo su valor sentimental, mítico o de leyenda justifica que se les siga considerando poéticamente milenarios como ya dijo el tatarabuelo del actual propietario del terreno en el que se encuentra. Anécdotas no nos faltan sobre este punto.

La búsqueda de árboles milenarios o simplemente muy viejos tiene también un cierto grado de misterio. No hay reglas para predecir cuándo un árbol es o no muy viejo, los prismáticos y la emoción engañan y una larga subida a las cumbres no tiene más premio que un 'joven' de 200 años muy grueso y de gran desarrollo. Al descender, sin embargo, puede uno estar descansando a la sombra de un raquítico anciano de 600 años sin saberlo. No obstante, algunas pistas sí que se pueden tener; así, los árboles viejos están normalmente (no siempre) en zonas abruptas y aisladas donde la intervención humana no es rentable, suelen rodearse de estructuras rocosas que los protegen de los fuegos, la copa es tortuosa, deteriorada o en forma de bandera, las cicatrices de las ramas del tronco casi han desaparecido, la corteza es mucho más lisa que la de sus compañeros jóvenes y no suelen encontrarse en las cumbres sino un poco más abajo del límite del bosque. Pero aun desarrollando un sexto sentido y una amplia experiencia en la búsqueda de los ancianos del bosque la sorpresa es una compañera inseparable.

A los que caminan por los bosques y montañas les invito a suponer que en cada rincón, asomado al vértigo de los riscos, puede encontrarse el árbol más viejo de España. -Les invito, por tanto, a participar del sueño de los druidas e imaginarse que si ese sabio ser vivo nos contara lo que vio, se escribirían muchas historias de sombras y luces, bajo el profundo silencio de las leyendas. Y mientras tanto, la ciencia irá desvelando sus misterios con técnicas cada vez más respetuosas que nos permitan hablar con ellos sin dañarlos (ultrasonidos, rayos X, microondas, etc.) para que nos cuenten sin sobresaltos lo que pasó y lo que nos espera.

Fuentes:

[1] Fernandez-Cancio, A., Creus Novau, J., Manrique Menéndez E. 1997. Dendrocronología y clima del último milenio en España: Aspecto metodológicos y avances de resultados en: El paisaje mediterráneo a través del espacio y del tiempo: implicaciones en la desertificación / coord. por Juan José Ibáñez Estévez, B. Valero Garcés, C. Machado, 1997, ISBN 84-87779-30-1. 311-330.

[2] Perez-Antelo, A. 1994. Nota de revisión de la investigación dendrocronológica en España. Invest. Agrar. Sist. Recur. For. Vol 3 (2): 221-235.

[3] Creus Novau, J. 2002. Leer el clima en los anillos de los árboles. Mundo científico, ISSN 0211-3058. 236: 52-55.

[4] Manrique Menéndez E., Fernández-Cancio, A. 2000. Extreme climatic events in dendroclimatic reconstructions from Spain. Climatic Change. 44 (1-2): 123-138.

[5] Sánchez-Salguero, R., Navarro-Cerrillo, R.M., Camarero, J.J., Fernández-Cancio, A., Swetnam, T.W. y Zavala, M.A. 2012. Vulnerabilidad frente a la sequía de repoblaciones de dos especies de pinos en su límite meridional en Europa. Ecosistemas 21: 31-40.

[6] Rodriguez Trobajo, E. 2008. Procedencia y uso de madera de pino silvestre y pino laricio en edificios históricos de Castilla y Andalucía. Arqueología de la Arquitectura. (5): 33-53.

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