Fecha
Autor
Rodríguez Palenzuela, Pablo. Editorial Hélice Ateles. Madrid, 2006. 265 páginas

La lógica del titiritero.

DEL AZAR Y LA NECESIDAD<br> Sobre la psicología evolucionista Reseña realizada por Pablo de Lora<br> Universidad Autónoma de Madrid

La "psicología evolucionista" es la cara lavada de la vieja "sociobiología", una disciplina que, según el etólogo Frans de Waal, nace en 1893 de la mano de Thomas Henry Huxley y que alcanzó su cénit con la obra de Edward O. Wilson, La sociobiología: una nueva síntesis (1975). El lavado de cara que la psicología evolucionista supone, incluye, además, una "crema reductora": la eliminación de los excesos biologicistas de Wilson que le llevaron a proclamar la necesidad de que la ética pasara de las sucias manos de los filósofos a las expertas manos de los biólogos. El resultado de esa "refundación", del noble intento de aplicar nuestros cada vez mayores conocimientos biológicos a la explicación de la conducta humana, fue The Adapted Mind de Jerome Barkow, John Tooby y Leda Cosmides, libro que apareció en 1992 y en cuya estela se sitúa la obra de Rodríguez Palenzuela que ocupa esta reseña.

La lógica del titiritero trata, pues, de mantenerse entre la Scilla de la "biofobia" (una reacción frente al temor de que la colonización de la biología destierre algunos conceptos básicos de nuestra vida moral tales como la igualdad y la responsabilidad) y la Caribdis de la "biofilia", como fue paradigmáticamente la actitud de Wilson. Para ello, nada mejor que insistir en algo que, por otro lado, Hume denunció vehementemente hace unos cuantos siglos: de la constatación de ciertos datos (en nuestro caso, hechos de la naturaleza humana, verbigracia animal, explicados por la biología) no se siguen deberes morales. Pretender derivar dichas obligaciones de conducta supone incurrir en la "falacia naturalista", como bien se encarga de insistirnos Rodríguez Palenzuela a lo largo del texto.

El programa de Rodríguez Palenzuela en este libro es también equidistante en cuanto a la vieja disyuntiva naturaleza-crianza. Ni los genes ni la educación adquieren el protagonismo absoluto como factor más relevante en la explicación de cómo llegamos a ser como somos, aunque la interpretación de la conducta humana debe en todo caso mirarse en el espejo de la evolución de las especies e incorporar la evidencia de la que ya disponemos en cuanto a la influencia de los genes en aspectos importantes de nuestra inteligencia y personalidad. Si no he entendido mal a Rodríguez Palenzuela, los genes serían algo así como las "propiedades disposicionales" de los individuos, necesitadas de ciertas condiciones del entorno para "expresarse", de la misma manera que la propiedad de la solubilidad del azúcar precisa del agua para manifestarse.

El libro es finalmente reivindicativo de la libertad de los individuos - en el sentido de que no estamos absolutamente determinados-, y de nuestra especial condición como animales. Ella es producto no tanto de lo primero (la capacidad para no estar absolutamente gobernados por los instintos es lo que nos hace "agentes morales"), cuanto de la destreza lingüística de la que, según Rodríguez Palenzuela, gozamos en exclusiva dentro del reino animal.

Como libro de divulgación científica, la obra de Rodríguez Palenzuela es eficaz por varias razones. En primer lugar porque está muy bien escrito. En segundo lugar porque Rodríguez Palenzuela adereza el relato con buenas dosis de "contexto de descubrimiento", es decir, de pormenorización sobre las bambalinas de muchos hallazgos importantes en la singladura de la psicología evolucionista. Para los expertos en la materia lo importante de dichos descubrimientos es si prueban o no algo; si justifican o no determinadas hipótesis previamente atisbadas. Para el lego, en cambio, resulta tanto o más arrebatador conocer los detalles del "fraude del caballo Hans" o los intríngulis del increíble accidente, y posterior cambio de personalidad, de Phineas Gage, episodio al que ya nos acercara magistralmente Antonio Damasio en El error de Descartes. Por último, y aunque pueda parecer paradójico, la eficacia de La lógica del titiritero como obra divulgativa radica en que Rodríguez Palenzuela no es un especialista en psicología evolucionista, pero sí una persona bien formada en el ámbito científico. Ello le permite huir de disquisiciones escolásticas, de matices sobre matices, renuncias casi siempre intolerables para quién sí es realmente experto y tiene en la retaguardia de sus pensamientos al colega de capilla académica. No por ello, sin embargo, Rodríguez Palenzuela se exime del rigor a la hora de acercar al lector a tales discusiones, de lo que da buena cuenta, por poner uno de entre varios ejemplos posibles, en la presentación que hace de la gramática generativa de Chomsky.

El libro de Rodríguez Palenzuela es sólo aparentemente modesto, como sólo aparentemente modesta es la misión de la psicología evolucionista por lo que parece. Repare si no el lector en la afirmación de la página 258: "Si desciframos la lógica del titiritero estaremos en mejor posición para cambiar lo que no nos guste". Claro que mayor ambición, si cabe, desprende el propio título: La lógica del titiritero. ¿Existe un titiritero cuya lógica pueda desvelarse? ¿No deberíamos mantenernos más bien en la modestia de la mejor interpretación del darwinismo, aquella que nos muestra el propio autor y que no atribuye propósitos a la selección natural sino al puro azar?

Y es que entender la lógica del titiritero no solo supondría comprender las razones o raíces de nuestra conducta, sino también por qué estamos aquí. Como afirmara Jacques Monod, la humanidad lleva siglos desplegando un "[h]eroico esfuerzo... negando desesperadamente su propia contingencia". Y es que no podemos creer que el universo no está grávido de vida ni la biosfera preñada del hombre. Mucho menos nos es dado convencernos de que nuestro número salió en la ruleta la fortuna. Rodríguez Palenzuela, comprensiblemente, se resiste a quedarse quieto. Por lo que parece, su alma de científico no le permite semejante resignación.

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