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Autor
María-Ángeles Durán (Catedrática de Sociología y Profesora de Investigación. Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC)

Las mismas guerras, otra paz

Cuando Alfred Nobel decidi&#243; ceder parte de su fortuna para los premios que llevar&#237;an su nombre, incluy&#243; un &#147;<EM>premio a la paz</EM>&#148; junto a los destinados a la literatura y la investigaci&#243;n cient&#237;fica. A diferencia de los anteriores, el de la paz se entregar&#237;a en Oslo, y la entidad encargada de proponerlo ser&#237;a el Storting, la asamblea legislativa noruega.
El concepto de paz ha variado a lo largo de su siglo de historia, lo mismo que los receptores. Los premios de la paz se han globalizado; de la estricta resolución de conflictos armados se ha pasado a incluir otros temas, como el medio ambiente o los derechos humanos. Y del reducido núcleo de parlamentarios y políticos occidentales que lo recibieron en las primeras décadas, en las más recientes han tenido cabida pacifistas de otras regiones y culturas. Precisamente por su carácter político, los premios de la paz generan todos los años más polémica y controversia que los restantes premios Nobel.

Lo que el Comité Nobel ha premiado es la valentía de tres mujeres envueltas en conflictos armados, y su eficacia para resolverlos por medios no violentos

En el anuncio oficial de la concesión del Premio Nobel en 2011, el Comité hizo una mención explícita a la Resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas de octubre 2000, que declaró la violencia contra la mujer durante los conflictos armados como un componente de la seguridad internacional. La ONU también destacó la necesidad de que las mujeres participen en pie de igualdad con los hombres en los procesos de paz. El Comité Nobel ha seguido esta recomendación, premiando a tres mujeres que han participado activamente en graves conflictos políticos, utilizando medidas no armadas para resolverlos.

Ellen Johnson Sirleaf, Leymah Gbowee y Tawakkul Karman tienen en común el hecho de ser mujeres y que las tres han sufrido en carne propia la guerra abierta o el conflicto civil, pero son muy diferentes entre sí. Por edad, la presidenta de Liberia Elle Johnson Sirleaf, economista y exdirectiva del Banco Mundial, pertenece a una generación senior: ostenta el título de primera mujer elegida democráticamente para presidir un país en Africa y justamente en las semanas que anteceden a la solemne ceremonia de los Nobel se enfrentará a la batalla electoral por su reelección. Es el suyo un premio a la trayectoria exitosa y ya cumplida.

Leymah Gbowee, también liberiana pero residente en Ghana, es una trabajadora social y dirigente de organizaciones internacionales de mujeres. Pertenece a una generación que dispone de una larga trayectoria por delante. Se hizo famosa internacionalmente cuando reunió en sus rezos a grupos de mujeres cristianas y musulmanas, que rogaban conjuntamente por el fin de las muertes, las violaciones, los secuestros, las enfermedades propagadas por la guerra y la destrucción de las familias. Logró una huelga de sexo en 2002 como medio de presión para forzar a los hombres a las conversaciones de paz, y arriesgó su propia vida para conseguirlo. Su lema conjunto en este período, “roguemos que el demonio vuelva a los infiernos” puede sonar extraño en los laicos oídos occidentales, pero fue eficaz.

Tawakkul Karman, joven periodista yemení del grupo “periodistas sin cadenas”, es una apuesta de futuro y un reconocimiento al papel de los nuevos medios de comunicación. Inició su trabajo antes de la llamada primavera árabe, y ha dedicado su premio a los jóvenes revolucionarios que luchan por conseguir un cambio democrático en Yemen. En la larga lista de felicitaciones que ha hecho pública la web oficial del Comité Nobel, son muchas las que se dirigen individualmente a ella, destacando su condición de “hermana musulmana”. Con su activismo ya ha contribuido al cambio social, pero el éxito de sus propuestas concretas es todavía incierto.

Lo que el Comité Nobel ha premiado es la valentía de tres mujeres envueltas en conflictos armados, y su eficacia para resolverlos por medios no violentos. Simbólicamente, al elegirlas a ellas ha señalado una región en la que el cambio social es más necesario que en ningún otro sitio. También ha extendido simbólicamente su galardón –o eso querríamos creer-, a quienes luchan por la igualdad en la educación, el empleo, la autonomía económica y la independencia de criterio. Esas son las otras guerras, menos visibles y cruentas pero asimismo dolorosas, para las que siguen haciendo falta heroínas y héroes que consigan una paz cotidiana y sin vuelta atrás.

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